¿Qué hacer con el Estado que tenemos?

Al contrario de la mayoría de los países, en Venezuela la sociedad vive del Estado. Por ello la normal autonomía estadal con respecto a la sociedad es mucho mayor entre nosotros. Hablamos de una relación compleja: nada que ver con la simplona antítesis Estado-Sociedad cacareada por el liberalismo. Hay un parecido histórico inevitable entre las clases dominantes y el Estado.

La burguesía venezolana se conformó traficando con las concesiones petroleras de Gómez, y luego con la urbanización acelerada de las ciudades (efecto inicial, focalizado pero estructural, del petróleo). En los 30, la burguesía venezolana, poco emprendedora, no intentó protagonizar ninguna revolución industrial.

Con la demanda asegurada por el petróleo y sin grandes necesidades de mano de obra, a la burguesía no le afectó la atrasada estructura agraria, así que no se peleó, como en otros lares, con la oligarquía terrateniente; al contrario, se fundió con ella, vía negocios y matrimonios. Un capitalismo moderno nunca llegó al campo. No hubo ni revolución agraria ni Santos Luzardos modernizadores.

El Estado que nos legó Gómez, por supuesto, ha vivido una tendencia democratizadora (luchas populares mediante). Pero la Constitución de 1999 no crea un nuevo Estado; lo que hace es fijarle objetivos al Estado (un "estado social y de derecho"), que sólo será "nuevo" en la medida en que los cumpla.

El Estado conserva la tradicional cultura burocrática: lento para comprender y para actuar, ineficaz hasta la parálisis, arbitrario y propenso a la corrupción más desbocada. Y pretende equilibrar estos defectos con el autoritarismo, y a veces con la represión.

La corrupción es inmanente al Estado y a la burguesía. Precisamente por allí nos recuerda que el capitalismo existe. Sociedad y Estado se condicionan mutuamente. Hay una relación entre la señora de clase media que exige sus dólares subsidiados, el humilde "cuidador" de carros que privatiza un pedazo de calle, el importador con dólares preferenciales que especula, el bachaquero y el burócrata ladrón. Todos son privatizadores de lo público.

¿Qué hacer con el Estado que tenemos? Imposible pasar el suiche, desconectarlo y ya. Al día siguiente nos haría falta para recoger la basura, dar el servicio eléctrico y de agua potable, mantener el orden público, y muchos etcéteras. Tampoco podemos hacer el "semi-cierre", ese paraíso de los tecnócratas y la burguesía, que es cortarle la influencia económica para dejar la economía en manos de monopolios nacionales y extranjeros, despojarlo de cualquier amago de protección social. En fin, reducir el Estado al papel policial y de sostenedor de servicios que no sean rentables y que no les interesen a los empresarios, mientras sigue transfiriendo a la burguesía la parte sustanciosa de la renta.

Pero una cosa es que tengamos que calárnoslo, por ahora, y otra es que nos guste.

La corrupción y la ineficacia no deberían tener la gran magnitud que tienen. Se podrían controlar con voluntad política. Algo debería hacer Maduro: no tener ministros que sean también presidentes de empresas públicas, jefes del partido y novios de la madrina; dejar de reciclar actores que mal interpretan diferentes roles como en las novelas de TV; eliminar tantos ministerios que no debieron pasar de ser departamentos (¿será por los egos?, ¿es que nadie acepta menos de un ministerio?); enfocar la estructura del Estado en las funciones y centrar las funciones en los problemas; establecer criterios para medir la eficacia (criterios útiles, no criterios mediáticos); rescatar la transparencia y la auditoría popular.

Pretender adelantar un proceso de cambio sin desconfiar del Estado fue un error. Creer que el Estado puede ser el instrumento central para el cambio, una barbaridad. Los cambios salen del pueblo, siempre ha sido así.

Chávez lo intuía a veces: cuando no adscribió las primeras misiones a los ministerios, cuando planteó la Comuna. Quizás cuando distinguió entre propiedad estatal y socialista. Le desesperaba el Estado burocrático, pero no le consiguió solución al problema, y acababa utilizando los mecanismos del mismo Estado para resolverlo. Ese fue quizás su mayor error.



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Orlando Zabaleta

Editor, escritor, articulista, publicista y diseñador gráfico.

 orlandojpz@yahoo.com

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