¿Qué te pasa Venezuela? (III)

I

Los pterodáctilos

Arde la pradera sin una gota de agua para frenar su avance indestructible. No hay agua para tanta llama. Se abrió un boquete por donde se escapa el resultado de tanto sudor con olor a petróleo. Con olor a mechurrio chamuscado. Con olor a días y noches oscuras plenas de amor por el trabajo y por el desarrollo. Con olor a voces estranochadas, que guían que motivan, que catapultan las ganas de vivir en un pueblo libre y soberano, dueño de sus riquezas, y de su destino. Con olor a lágrimas secas por el calor del mechurrio. La desesperación induce a barrer con todo, sin escrúpulo que lo impida. ¿Eres tú Venezuela desconocida? ¿Qué han hecho de ti? ¿Qué te ha pasado que te obligan a usar una máscara sin huecos en los ojos, para que no sigas viendo a los pobres, los marginados y excluidos de siempre? ¿Eres tú? Te desconozco, Venezuela. ¿Qué te pasa por tu mente? Pienso que estoy soñando con otro país… que tú no eres tú. Estas disfrazada, mejor dicho, te disfrazaron de un país en decadencia, para jugar con los dos. Para jugar con mis sentimientos confundidos en tú nuevo rostro. ¿Eso quieres? Quieres espantar mis sueños de siempre. Quieres que pierda lo que tanto ha ganado mi espíritu en este largo caminar. ¿Eso quieres? O quieres que los trinos vuelvan a oírse en los copos de los árboles. ¿Quieres que la alegría vuelva a dibujarse en los rostros de los niños? Algo me dice que sí lo quieres, pero estas maniatadas arriba y abajo. Como es arriba es abajo, y a la inversa. Aquella Venezuela que se escapó para ir a misa un rato y se quedó dormida en el banco de la esperanza, para luego despertar con ímpetus plenos de heroísmo, plenos de sabor a victoria, plenos de lirios y azucenas que ríen al amanecer. Plenos de ganas, como las ganas endemoniadas de un huracán que busca echar a las bestias hambrientas de invasión, y de pisadas con botas manchadas de sangre.

II

No es fácil tu vida

Cuando tú, Venezuela, eras otra, me gustaba dibujar bajo la luna a rostros de niños riendo sin tener un juguete en la mano que los motivaran. Su motivación era la vida misma que corría guindada de sus corazones, ofreciendo sonrisas a quienes las quisieran. Yo reía con ellos. Ahora, cuando tú eres otra, mi imaginación dibuja bajo el sol a rostros de niños tristes, sin luz en sus miradas. Es como si no estuvieran lágrimas en sus ojos que laven sus cuerpos que sueñan con una Venezuela distinta donde puedan correr, elevar papagayos, jugar trompos, y jugar al escondido tras los árboles de un parque pleno de sombras a la espera de quienes deseen conversar un rato sobre las cosas de la vida.

Yo más que nadie sé que tu vida no es fácil. Los demonios te quieren ahogar, te quieren quitar tu oxígeno para que mueras de mengua. Pero está prohibido morirse. Eso va contigo y va conmigo. No podemos morir y dejar las cosas como si nada hubiera pasado. Por eso tenemos que defenderte, a como dé lugar: con poemas, con versos y coplas. Con palos, con piedras, con fusiles, aunque los odio; con palabras esdrújulas y con tiempos que tengan visores de largo alcance para prevenir la llegada de la bestia, que asecha, como un tigre, hambriento frente a un grupo disperso e indefenso de gacelas. Tú, Venezuela te pareces a mí. O más bien yo, me parezco a ti. Los dos nos parecemos a los venezolanos de ayer, de hoy y de siempre. Hombres y mujeres que en las chiquitas sacan desde lo más profundo de su ser, las armas necesarias para vencer: las armas del corazón, pleno de amor.



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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