¿Vamos a dejar que este país se derrumbe?

El país se derrumba ante mi perplejidad. El pueblo de a pie aguanta toda esta calamidad resistiendo sin resignación. No esta conforme. Recibe todo el arruinador impacto de la despiadada guerra económica. Manifestó su protesta en los resultados del 6D. Pero la cúpula gobernante no reacciona. Perdió la empatía con su pueblo. Ha permitido impávida esta terrible agresión contra el venezolano. Los agresores actúan protegidos con total impunidad. Chávez, que avivaba el vinculo afectivo de la vanguardia con los olvidados de siempre, ya no está entre nosotros. Su lugar fue usurpado por una burocracia aburguesada que enquistada en el gobierno y en el psuv, pacta con la mismísima burguesía parasitaria, para enterrar no solo el sueño de Chávez, sino la vida misma de todo un pueblo, que esta al borde del colapso.

Me pregunto si como militante de la revolución estoy conminado a aceptar con resignación, en virtud una ciega disciplina, este destino, que me impone la línea partidista, trazada por la cúpula burocrática, que dirige la revolución chavista.

Si mi motivación ética es la construcción de una sociedad de hombres libres, que siempre identifico con el socialismo; no entiendo como puedo prestarme para acompañar unas orientaciones políticas, que no favorecen en modo alguno la posibilidad socialista, sino todo lo contrario, fortalecen las fuerzas contra revolucionarias pro capitalistas.

Me "argumentaron" que debía acatar esta línea para conjurar la anarquía. ¿Cuál anarquía? ¿Será previniendo la que de verdad podría desatarse cuando seamos muchos los que manifestemos públicamente nuestro más enérgico desacuerdo y desencanto?

La estrategia del partido revolucionario chavista debería buscar la realización de la independencia antiimperialista y de la sociedad socialista. El logro de estas metas debe condicionar la táctica. Por eso decimos que la táctica esta íntimamente ligada a la estrategia. El abandono de la estrategia, se reflejará en la táctica. Cuando ésta no esta al servicio de aquella se produce su divorcio.

Muchas veces este divorcio es enmascarado por quienes lo provocan conscientemente para ocultar un viraje estratégico que da al traste con los verdaderos y originales ideales. Cuando esto ocurre, el partido pierde su razón de ser y se convierte en instrumento al servicio de los intereses de alguna facción.

El partido revolucionario, que debe ser ante todo, el instrumento de liberación de las clases explotadas y oprimidas, se desnaturaliza y degenera cuando es convertido en instrumento de dominio y control al servicio de alguna facción.

Esto ha ocurrido con suma frecuencia en los partidos gobernados por el principio del centralismo democrático, el cual ha sido en muchísimas oportunidades, la vía más expedita para imponer en su seno, la dictadura de un caudillo o de una cúpula. Lo cierto es que, allí donde este proceso se concretiza, la revolución se congela y se extingue.

Así ocurrió en la extinta Unión Soviética cuando Stalin sustituyó la democracia popular, impulsada por Lenin, y ejercida directamente por el pueblo en las asambleas populares o sóviets, por la dictadura de una cúpula gobernada por él mismo.

El resultado final del sistema estalinista no fue otro que la destrucción de la propia revolución proletaria. La flagrante violación de aquella consigna leninista de "todo el poder a los sóviets" se revirtió contra todos los trabajadores del mundo porque frustró el proceso de liberación de las clases explotadas emprendido por Lenin.

El sentido del sistema estalinista buscaba el control del pueblo. El problema esta en que para controlar a un pueblo hay que someterlo, dominarlo, esto es, cortarle las alas, para la libertad. Y con un pueblo tratado como manadas de borregos jamás se podrá construir una sociedad de hombres libres.

Y si los extremos se juntan, es aquí, cuando ya no hay diferencias entre los de la izquierda y los de la derecha. En este punto se juntan en "el control de la anarquía," que siempre ha sido el pretexto para doblegar la natural y necesaria rebeldía que vuela por las ansias de libertad de los pueblos. Y en la base de este comportamiento, siempre está el miedo, de quienes aspiran el dominio, sobre las indomables fuerzas creadoras de los oprimidos y explotados del mundo.

Después de la partida de Chávez, una facción que encarna los intereses de una burocracia aburguesada ha tomado el control del partido del gobierno. Y aunque el psuv nunca ha sido ni la sombra de un partido revolucionario, no obstante es hijo directo de las concepciones más recalcitrantes del centralismo democrático bajo el ropaje de un militarismo ramplón y contra revolucionario.

El caudillismo de Chávez fue la expresión más acabada de esta concepción fundada en el autoritarismo. Empero, Chávez efectivamente, fue un caudillo de verdad. Y tuvo la capacidad para hacernos buscadores del socialismo. No obstante, con su partida, se debió despedir también todo vestigio de caudillismo en cuanto expresión de cesarismo. Porque es lo opuesto en esencia a todo lo que tiene que ver con el poder popular y con la dirección colectiva de lo que debe ser un auténtico proceso revolucionario, que necesariamente deben descansar en el ejercicio pleno de la democracia.

El entierro de esta visión democrática de los medios y métodos revolucionarios ha estado en el grosero intento de reproducir el estilo caudillista de Chávez en la figura de Nicolás Maduro, quien desafortunadamente se ha prestado para interpretar, por cierto, bufonescamente, tan deplorable papel. El colmo de este despotismo ha llegado al seno mismo del partido con la aprobación de la primera resolución del reciente congreso. El resultado de todo este proceder está de antemano ya cantado. Con esta castración del psuv la revolución chavista esta herida de muerte.

Por supuesto, una militancia que acepta semejante destino, que renuncia a su propia razón de ser, asume tan inmensa responsabilidad ante la historia. El problema esta en que no tendrá ninguna justificación para evadirla.

Pero todavía está a tiempo para rectificar, no dejando al pueblo solo en este trance. No alineándose sumisamente con los sepultureros de la revolución de Chávez, esto es, con la derecha endógena.

No hay tiempo que perder para detener este camino hacia el cadalso. La militancia chavista, junto con todo el pueblo organizado, puede jugar un papel de suma importancia en el intento de salvar este proceso revolucionario, porque tiene la capacidad para impulsar una revolución dentro de la revolución. En este momento, no hay espacio para la sumisión sino para la rebelión revolucionaria.

La historia nos dice que es probable que quienes han impuesto una dictadura en sus partidos terminan haciéndolo en sus países. Esta posibilidad no es descabellada si tenemos en cuenta el contexto de la actual situación política nacional. En este sentido, si el partido, no asume de verdad, como órgano colectivo, la dirección de la sociedad, podría perfectamente, ser desplazado del poder por una camarilla militar.

La militancia chavista tiene ante si, el reto ineludible de asumir la dirección de este proceso, que atraviesa uno de sus peores momentos. Si no lo hace con urgencia, no habrá vuelta atrás para la revolución de Chávez.

Nosotros somos más de cinco millones de auténticos chavistas. ¿Vamos a dejar que este país se derrumbe?



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