Sin dejar de reconocer que la corrupción heredada de ese "póngame donde hay que yo me encargo del resto", sigue estando presente en la revolución bolivariana y, en consecuencia, forma también parte de la guerra económica, amén de la no menos "refinada cultura paralela" propia de una presunta calidad que nos mueve a incurrir en gastos superfluos y, por ende, innecesarios pero "indispensables" para satisfacer cierta vanidad estimulada por el márquetin.

Algunos compatriotas residentes en Colombia, señalan y con cierta razón que de nada sirve al gobierno de Maduro cerrar la frontera para impedir el paso ilegal de nuestros productos subsidiados, si los principales contrabandistas se encuentran precisamente entre los militares puestos allí para evitar que eso ocurra.

Semejante corrupción forma parte de esa conducta según la cual, lo importante es no desaprovechar las oportunidades para hacerse rico de la moche a la mañana y, ese proceder como el del corrupto "bachaquero", ha derivado en un fantasma muy difíciles de extinguir.

Quien otrora no le sacase partido a ese tipo de "suerte", se le consideraba un pendejo, sin embargo pese a seguir ocurriendo tales desmanes, lo que no dicen los enemigos gratuitos de nuestro gobierno es que ahora, al memos, hay más de 70 oficiales presos así como un sin número de revendedores supuestamente revolucionarios procedentes, incluso, de sectores muy humildes, quienes también se encuentran encanados por echárselas de vivos.

¿Por qué en Bolivia no hay colas, acaso ese presidente indio supero a Chávez y a Maduro en capacidad para impedir que el imperio y sus lacayos allá, le aplicaran el saboteo a su economía? Es otra de las interrogantes insidiosas formuladas por los detractores del gobierno bolivariano, sin darse cuenta que en la misma pregunta está la clave que la responde.

Bolivia si ha podido incrementar su agricultura y la producción de mercancía criolla precisamente porque por primera vez un indio ha llegado al poder para hacer valer la soberanía de una nación eminentemente indígena donde el márquetin no podía tener éxito.

A diferencia del resto de países latinoamericanos esa nación que, hasta ayer figurara entre las más pobres del continente, pudo sobrevivir gracias a que sus indios sabían modestamente autoabastecerse.

Si hay un caso que pueda ilustrar mejor el por qué los bolivianos, a diferencia nuestra, no son influenciables a propagandas que tienden a cambiar costumbres ancestrales, ese es el de la empresa McDonald que, como perro regañado tuvo que irse con el rabo entre las piernas, simplemente porque los indios no comen propaganda, sino alimentos criollos que nada tienen que envidiar a la cocina extranjera ni creen que las prendas de vestir producto de sus fábricas textiles sean inferiores al de las supuestas modas que buscan imponer las tras-nacionales a países donde hasta sus supuestos empresarios se acostumbraron a vivir del Estado.

Lamentablemente Venezuela contrariamente a lo ocurrido en Bolivia, hasta ayer figuraba entre los países más ricos del continente por cuanto una presunta bonanza a costa de su riqueza petrolera le permitió desarrollar una economía portuaria debido a que salía más económico importar que sembrar y, en consecuencia, empresarios y campesinos abandonaron el campo.


Si bien el gobierno revolucionario aprovecho el incremento a que llego el barril de su principal materia prima para invertir más del 60% de sus ingresos en satisfacer las expectativas de su pueblo mayoritariamente en programas sociales atinentes a la salud, la vivienda y la educación, amén de desarrollar el transporte en todas sus modalidades electrónicas y estructurales, pospuso el desarrollo de su agricultura sin sospechar que el petróleo llegaría a desvalorizarse tan abrupta-mente, como parte de la guerra económica impuesta por el imperio con el aval de sus lacayos criollos que, eventualmente, por ahora controlan la Asamblea legislativa.