Un atraco en cuatro actos

I

ACTO

Son las 12 del mediodía del día viernes 09 de octubre, dos hombres armados entran a la casa donde funcionan nuestros proyectos de Cultura de Paz, DIPLOMADO y la Biblioteca. Cargan con 9 laptops de la Sala de Informática destinada a servir a los niños y jóvenes del sector y además 5 celulares propiedad de nuestros empleados. Una turista española que estaba de paso por Caracas y a quien le habíamos ofrecido hospedaje por una noche también tuvo su porción de INSEGURIDAD, la cual llevará como un recuerdo de su estancia en la tierra de Bolívar. Desde hace un poco más de 15 días, en nuestra comunidad, rumores iban y venían de diversas casas asaltadas de manera recurrente y de forma violenta, en un radio que no transciende a los 300 metros. Era como un aviso, un alerta, sabíamos que no estábamos exentos y que en cualquier momento podríamos ser nosotros; así que tomamos ciertos cuidados y precauciones, pero delante de dos armas de fuego no hay precaución que valga. La impotencia y los efectos psicológicos que estas situaciones provocan son huellas que marcan y no hay palabra que borre las cicatrices que deja el ser objeto de la violencia y sometido bajo el amparo de un arma de fuego apuntándote y amenazando con quitarte eso que llamamos VIDA.

II

ACTO

Son las 12. 30 y llega la Policía Nacional Bolivariana. ¿Qué es esto aquí? ¿Qué pasó? ¿Quién es usted? ¿Cuántos eran? Una pregunta tras otra que en el fondo no provoca responder. En verdad todos sabíamos que no tiene sentido responder, porque no hará ninguna diferencia, porque ni siquiera nos sentimos seguros con la presencia de quienes siempre llegan 30, 40, 60, 120, 300, 500, 3000 minutos después de que los amos de la violencia dejan el espíritu de los temores revoloteando a nuestro alrededor y acosando cada pensamiento y movimiento. El PNB se esfuerza por ser comprensivo, por entender la rabia y la indignación que cabalga en nuestros rostros, pero al final su intento de empatía nos deja con mayor intranquilidad y queda al desnudo la vulnerabilidad de nuestra sociedad y la impotencia de los organismos que deberían garantizarnos la seguridad. Yo soy el responsable de esta zona- nos comenta- pero solo tengo 3 patrullas, 1 está dañada y no tenemos repuesto para repararla, la otra fue asignada para brindar seguridad al festival de música criolla, y la que yo cargo no tiene pastillas de freno, mañana yo voy a comprarla de mi dinero porque si no me quedo a pié- señaló. Otro agente se animó, entonces a decir- yo a veces debo salir sin chaleco porque no hay- además somos muy pocos policías- afirmó. Ante esas confesiones me acordé que recientemente el gobierno anuncio la compra de más aviones Sukhoi para aumentar la flota. Qué ironía tenemos dinero para comprar aviones de guerra, pero no para comprar pastillas de freno para una patrulla.

III

ACTO

Son la 1.30 de la tarde y nos dirigimos a la delegación del CICPC para colocar la denuncia, no porque creemos que vayan a ser algo, sino porque necesitamos dar cuenta de manera formal, a quienes donaron los equipos, de lo ocurrido. Al llegar, planteamos lo que queríamos hacer y nos informan que la delegación que nos corresponde no es esa, sino una que está mucho más lejos de nuestra parroquia. Finalmente llegamos a la delegación, donde un agente nos pregunta qué queremos. Le explicamos que queríamos poner una denuncia, y nos pide que le contemos lo que pasó, lo cual procedemos a hacer, para finalmente decirnos que él no es el que toma las denuncias y nos remitió a otro funcionario. Este otro funcionario tenía una ‘jerga delicuencial’, además nos dijo que no teníamos que preocuparnos de un nuevo robo, porque los ladrones ya habían ‘hecho su mercado’ allí y que buscarían otro lugar para su próximo mercado. Le planteamos que los teléfonos eran de los llamados inteligentes y que las laptops tienen una dirección IP, lo cual hace que estos equipos sean de fácil ubicación. Eso se podía hacer antes-señaló-ahora el gobierno nos quitó la manera de hacer eso y no los podemos ubicar. No contamos ahora con los mecanismos para hacerlo- apuntó. Allí me dejé de pendejadas y de estar creyendo que estaba hablando con Horatio el detective de CSI. Salimos de la delegación, dejando atrás el fuerte olor a orine que la perfuma, como quien sale a buscar agua a un desierto, nos detenemos para que pasé una camioneta del CICPC con 5 jóvenes en su parte de atrás con sus manos amarradas con Tirrap, esto porque las esposas deben estar muy costosas- pensé.

De repente una moto pasa por el frente de la camioneta con tres niños entre la mujer parrillera y el chofer…nadie se sorprende, nadie hace nada…ni las instituciones de seguridad. Seguimos caminando, como distanciándonos a cada paso de aquello que aborrecemos con toda el alma, pero que está allí ante una montaña de IMPOTENCIA.

IV

ACTO

Son las 5.00 de la tarde, y hay algo que cambió en todos y en todas. Hablamos de lo que pasó, recordamos cómo ocurrió, queremos saber que hicimos mal y descubrimos que nada. Lo único mal que hemos hecho es abrir las puertas de la institución a la comunidad por 38 años para servirles y poner lo que tenemos a disposición de sus hijos. Sin embargo, sentimos como que si la vida se torna un tanto gris y diversas preguntas nos invaden sin respuestas; sólo la presencia de un temor que no se aleja nos sigue acompañando a todas partes. El fantasma de la experiencia aparece y perturba los sentidos, los afectos y las miradas. Las laptops que con tanto esfuerzo fueron adquiridas para trabajar en pro de UNA CULTURA DE PAZ Y NO VIOLENCIA irónicamente nos fueron arrebatadas violentamente. Surge en algunos la idea de irse del país, mientras que en otros se reafirma esa búsqueda necesaria de tranquilidad que ofrece la seguridad, pero en otras latitudes. Para los empleados que vivieron tan triste episodio no es la primera vez que les pasa, es recurrente que seamos víctimas del hampa en diversos escenarios y con diversas modalidades; pero lo más lamentable es la incapacidad de respuesta de los organismos de seguridad que cada día se debilitan más mientras que la delincuencia se fortalece. Lo más terrible es esa sensación de "miedos, de fantasmas, de demonios" que se vienen a convivir con nosotros después de ser sometidos violentamente, y dónde la paranoia deja de ser una presencia extraña para convertirse en una compañía que casi se hace permanente y que a la final nubla nuestra calidad de vida. Hoy nos sentimos inmersos en una profunda oscuridad, esperamos que mañana el sol vuelva a brillar y nuestros ojos se vuelvan a llenar de luz.

cesolka@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1092 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter