Contratiempo

La insoportable levedad del Estado y la voluble verdad de los medios de información

 

 

"En tiempos de engaño universal,

decir la verdad se convierte en un acto revolucionario"

George Orwell

 

La figura del Big Brother (El Gran hermano) de Orwell se ha encarnado de un modo que no deja de revelarnos que toda ficción, en especial si involucra la tecnología, siempre es alcanzada por la realidad y superada. Resulta ahora que el Big Brother, aquella versión totalizante y totalitaria de la vigilancia encarnada hasta los tuétanos no sólo de las masas sino del individuo se ha alcanzado con la complacencia y complicidad de los propios vigilados. El afán de estar interconectado nos ha conducido a una red de vigilancia que no se escapa nada ni nadie. La ausencia en la red se transforma en delito y nos conduce casi que de inmediato a ser sospechosos de cualquier delito que se reduce objetivamente a la ausencia en la red de vigilancia permanente que son las llamadas redes sociales virtuales.

La diferencia es que al Big Brother no lo encarna el estado, sino un orden superior invisible que justamente por eso ejerce los mayores de los poderes. Está en todas partes, pero nadie lo ve. Se le nombra y anuncia pero nadie puede señalarlo de forma ostensible. Es la perfección del poder. Allí entonces es cuando nos vamos dando cuenta que ya no somos los mismos. Más aún, nos percatamos que el modo de ser que somos hace que las formas de relación y control social construidos por siglos se van convirtiendo en anticuados y torpes mecanismos que van explotando a cada paso del irrefrenable poder de la conexión a la red.

El estado-nación y su dispositivo de vigilancia y control no escapa a la tendencia de ser a su vez objeto de vigilancia y escrutinio. Un estado vigilado de forma continua se va constituyendo en una práctica que se extiende continuamente a lo largo y ancho del globo terráqueo. Desde el maltrato a ciudadanos negros en Estados Unidos, la muerte de cientos de anónimos inmigrantes transmitida casi en vivo desde las costas de Europa hasta las imágenes de un éxodo incontrolable de personas y pertenencias casi propias de un relato de García Márquez de colombianos desplazados de su país que se devuelven ante una "amenaza" de maltrato, persecución y castigo por parte de las autoridades del estado venezolano, son pruebas irrefutables que la omnipotencia del estado no es más que un mito global en estos tiempos.

En la frontera de cualquier espacio, lo que define a ese espacio se diluye en densidad y fondo. Es decir, la silla al borde de ella misma va dejando de ser silla para ser espacio vacío. Verter agua al borde de un vaso es inevitablemente arriesgar a que el vaso no contenga el agua porque en su borde el vaso se desdibuja. De forma análoga nos ocurre con la fronteras nacionales. En los bordes, el estado va dejando de ser estado y se convierte en tierra de nadie. Tierra sin ley, o con una ley precaria porque justamente podemos saltar de un régimen legal a otro con apenas cruzar un río. La simpleza de esta afirmación nos revela lo precario y leve que es el poder del estado en especial en la frontera. La frontera es de una densidad social, cultural y económica que no se resuelve con el trazado de una línea imaginaria que adquiere cuerpo en ríos, colinas y otras cambiantes expresiones de la geografía física. Es una densidad distinta a aquella que define a cada nación. ¿Qué ocurre cuando queremos hacer que esa distinción sea diáfana y en esa misma medida abrupta? Nos enfrentamos a un tema ineludible: la identidad en la frontera no es la misma identidad en el centro de ese espacio que llamamos Venezuela y Colombia.

La situación actual de tensión acaecida por un acto contemplado en el ordenamiento jurídico de cada nación, ha hecho que se revele la precaria e insoportable levedad de los estados-nación que son Venezuela y Colombia. Se dice con facilidad que había que hacerlo, pero habría que preguntarse porque no se impidió que ocurriera. ¿Qué ocurre en la concepción de estado, orden jurídico y celo por la legalidad cuando esas preguntas nos asaltan en la frontera? Pero más aún, ¿Por qué el gobierno colombiano parece desconocer que tiene una masa de su propia población desplazándose desde hace décadas desde el campo a la ciudad y desde su nación a Venezuela? Es curioso que la levedad del gobierno colombiano se quiera ocultar con los "atropellos sistemáticos" del gobierno venezolano a los colombianos. Más aún, las fotos "macondianas" de personas cruzando un río con pertenencias son muestras no del lacerante acto de un gobierno venezolano agrediendo a los colombianos. Se trata de un asunto más complejo: la prueba evidente de que incluso el estado estando presente es insoportablemente incapaz de tener control de lo que ocurre en su frontera. No hay control migratorio en ninguna orilla, en consecuencia son fantasmas que pertenecen a ambas orillas sin que ninguna de las orillas lo reconozca. Pero, es también lo contrario. Ambas orillas son el entorno vital donde ellos hacen vida y se encuentran desde su humanidad y con sus miserias y virtudes. Vale la pena repetir.. el estado no está en ninguna de las orillas..y entonces ocurre algo que es propio del "realismo mágico" latinoamericano, la salida irregular ocurre ante la presencia de las fuerzas armadas de Venezuela, quienes los custodian. ¿Podemos llamar eso deportación? ¿Podemos llamarlo huida? Parece que ni siquiera con presencia del estado, la frontera puede resumirse a "punto y raya".

La insoportable levedad de un estado colombiano que permitió el terror como política de gobierno y desplazó millones es de una naturaleza muy distinta a la levedad del estado venezolano que queriendo garantizar derechos que ameritan una estructura de estado altamente eficiente, termina convirtiéndose en un gestor de dádivas y en esa medida, una sociedad que debe debatirse entre la tutela y el imprescindible compromiso para asumir al estado no como proveedor de servicios sino como la construcción colectiva de todos para el bien de todos. Es bueno que veamos que ese todos ni es homogéneo ni está exento de errores. Es un todos que suma también miserias, malas intenciones e incluso la subversión. Acaso por eso una constitución con tantas garantías no puede depender de un estado mínimo y mucho menos ajeno. Requiere de un estado encarnado en el ejercicio de ciudadanía desde lo local hasta lo global. Es decir, la insoportable levedad del estado venezolano no es un problema de gobierno como instancia del poder constituido sino como una tarea pendiente del poder constituyente. Poder asumir esta tarea como propia de la sociedad venezolana amerita también entender que es un reto incómodo para los leves estados que amparados en el terror se han impuesto en sociedades como la colombiana.

Pero todo esto que ahora nos ocupa ha tenido un vehículo que amerita hacerse visible: los medios de comunicación que han optado no sólo por ocultar la realidad sino alterarla de tal suerte que se hace escándalo por un ejercicio soberano del gobierno venezolano y se hace silencio ante la ausencia del estado colombiano a lo largo y ancho de su geografía. Es la exageración de la mentira para que de repetirla se haga verdad. ¿Dónde están las fosas comunes? ¿Cuántos son los colombianos que vienen huyendo del terror ante la incompetencia y la complicidad de un estado terrorista? El uso de fotografías como pruebas de veracidad de lo que se dice hace un juego perverso de manipulación que nos invita a estar atentos de cuanta de verdad se pierde cuando los medios la hacen suya. La verdad es esencialmente revolucionaria y allí, justamente allí, deberá radicar la ética y la estética de los medios de comunicación revolucionarios. Sólo así, la revolución adquiere el peso y la consistencia necesaria para ser transmitida.

A Tiempo: Saludamos con alegría a Tatuy TV quien en estos días cumplió años. Enhorabuena a la juventud que irradian y comparten y a ese compromiso por hacer de la verdad, su mejor producción.

 



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Alejandro Elías Ochoa Arias


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