Una historia sin mujeres

¿Quién no haría mucho por la fama, pero quien

lo hará por el silencio?

Pues la fama pregunta en vano

por los que realizaron la hazaña.

¡Aparezcan

por un momento,

desconocidos de rostros cubiertos, y reciban

nuestras gracias!

Bertolt Brecht

En el tratamiento de este tema, quizás lo más importante sea precisar algunas cuestiones acerca de la concepción que existía en la época colonial y buena parte de la republicana sobre lo que se consideraba debían ser los límites de participación y los patrones sociales, morales, religiosos y culturales a observar por la mujer en su vida pública y privada. De esta forma, algunos historiadores piensan, lo glosan o lo dejan sobrentendido, que en los procesos sociales y políticos que se escenificaron en América y particularmente en Venezuela desde hace más de tres siglos, fueron proyectos de los que sólo se ocuparon los hombres.

Sin embargo, es de hacer notar que el criterio anterior responde a una criterio patriarcal que dominó en el continente americano durante todo el tiempo colonial y parte del republicano, incluso hasta la primera mitad del siglo XX, y que el cristianismo, conservado en las antiguas escrituras, fue la fuente doctrinaria en donde esta noción encontró la mejor justificación para su dominio material y espiritual, cultural y social que se impuso en la vida familiar durante la pervivencia de las formaciones precapitalistas y capitalistas en donde se concretó. Sabemos que esta forma de pensar en buena medida cumplía el propósito de garantizar la reproducción ideológica del sistema de desigualdad socio-económica y política que se organizó en esta parte del mundo desde finales del siglo XV cuando se produjo la invasión de españoles y portugueses y que luego continuaron holandeses, ingleses, franceses y norteamericanos. A partir de entonces se configuró en el continente una realidad profundamente discriminatoria en la que la mujer soportaba la peor parte de marginamiento, injusticias, exclusión y un trato indigno que se hizo vida cotidiana dominante y que ni siquiera pudo ser derrumbada por el movimiento liberador de Simón Bolívar ni por los otros que le sucedieron hasta principios del siglo XX.

No obstante, a pesar de la existencia de cantidad apreciable de documentos producidos por el Estado colonial español y republicano en Venezuela (instrumentos públicos, testamentarias y causas criminales) y que en ellos aparecen mujeres de condiciones socio-económicas diversas aparentemente actuando en su propia representación y por múltiples motivos, siempre el reconocimiento público oficial a tales gestiones terminaba dependiendo del protectorado de los hombres, quienes, al fin de cuentas, eran socialmente los sujetos que decidían todos los actos humanos en aquél contexto: el padre, el esposo, el juez, el empleado y toda la burocracia únicamente masculina encargada de la marcha de la institucionalidad monárquica en América, pues, allí no había espacio posible para la presencia funcionarial femenina y, en consecuencia, como lo refiere M. Ángeles Vázquez (2008), "…la administración colonial reserva para las mujeres un lugar de vasallaje, donde el recogimiento en el hogar, la fidelidad y el decoro son las virtudes que amparan la moralidad de una esposa…". Y es que hasta en el propio periódico "Correo del Orinoco" de 1821, vocero de los hombres de pensamiento avanzado del nuevo proyecto liberal que se proponía con la independencia, estuvo presente el reclamo contra la permanencia de esa pensamiento machista de cuya herencia, fuertemente arraigada, se mantenía viva toda la trabazón superestructural que la ataba al viejo orden socio-económico impuesto por la administración metropolitana.

Por consiguiente, el hecho de que a la actuación de la mujer venezolana no se le diera la relevancia debida y no se reseñara suficientemente su aporte al proceso histórico que abarcó el periodo colonial y republicano hasta la primera mitad del siglo XX, y que por el contrario se minimizara su papel protagónico y fundamental en esos momentos, responde a una realidad histórica bastante sencilla de comprender y explicar, tal como lo hace con singular erudición Luis R. Vitale en la siguiente reflexión: "La institucionalización de la familia monógama patriarcal, como reafirmación de la propiedad privada y de la división del trabajo por sexo, se implantó recién en la Colonia (…) Desde entonces, nace en nuestra tierra una subcultura femenina de adaptación y subordinación…"

Por lo tanto, sería absurdo pretender que se aceptara la versión previa sin que la polémica en torno suya hiciera su aparición. Y es que después de tan largo camino recorrido por los estudios históricos en Venezuela, cuesta imaginar investigaciones pretendidamente serias que sostengan no hubo participación de la mujer de forma determinante en todos los procesos de luchas sociales y políticas que buscaron alcanzar independencia, justicia, igualdad, libertad, mejores condiciones de vida y soberanía nacional plena. Pero es evidente que todo ese esfuerzo ha sido ignorado y echado con conocimiento de causa al olvido por la historiografía burguesa, inspirada en la ideología machista y clasista que se impuso en nuestro país por siglos y que aún sigue teniendo influencia relevante en la conciencia individual y colectiva del pueblo venezolano.

En fin, convertida por años en idea dominante toda esa concepción historiográfica hasta aquí resumida, es perfectamente comprensible que algunos autores nieguen la presencia activa y protagónica de la mujer venezolana en los procesos económico-sociales, políticos y culturales ocurridos en nuestro país hasta la primera mitad del siglo XX. De tal manera que cualquier trabajo de investigación que al respecto hoy se proponga realizar, debería plantearse como objetivo fundamental la revisión de la documentación o fuentes existentes sobre aquellos períodos históricos que la generaron y, a partir de su análisis crítico, construir las necesarias conclusiones que ofrezcan nuevos aportes a esta interesante temática hasta ahora solo convertida por los sectores político-sociales que han alcanzado el control del poder del Estado, en consignas propagandísticas cargadas de galimatías y especialmente preparadas sólo para justificar hoy todos sus comportamientos en el desempeño de la función pública.



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