La tragedia, la codicia y la muerte de Chávez (I)

La muerte la tragedia, la codicia, y la muerte de Chávez. Parte I.

Héctor Baiz

Negar la presencia de la muerte en la constitución de la vida es soñar con una inmortalidad fantástica, in existente. Y a la vez negar la vida inmortal. A la inversa, aceptar el hecho de que somos seres mortales, que envejecemos y nos deterioramos como todo lo material en este mundo, nos empuja a desafiarla en casi todas sus formas. A vencerla y superarla con nuestras proezas de seres finitos. Con nuestra gloria y fama.

Pensemos tan solo en una persona discreta, obediente al extremo, respetosa de la ley que conserva su vida para más luego. Vive cada día sin violar ninguna regla, evitando conflictos, vicios, escándalos, rebeldías etc. Una persona que ha logrado mantenerse vivo durante, digamos, ochenta años. Podríamos decir que ha vivido mucho. ¡Ochenta años! ¡Uf!, es mucho.

-"Y entonces maestro, ¿cuéntenos algo de todo lo que ha vivido?", le preguntamos. El pobre viejo de seguro, mirando al cielo, buscando por el vuelo de su memoria, después de un rato, solo es capaz de inventarnos historias. Contar historias ajenas. Porque vivir ochenta años con sus días, y cada día una igual al otro, es vivir muy poco.

Vivir es un riesgo constante de morir, o de cambiar, que es morir y nacer a la vez. Pero el sentimiento de conservar la lozanía falsa de la vida es el que ha hecho que, hombres afortunados por las oportunidades que les otorgó, las regalaran, las vendieran barato, a cambio de bagatelas hedonistas, y vanidad. No en vano asesinaron a Lincoln y a Kennedy, quienes arriesgaron algo de esos valores decentes. Lo digo pensando en la oportunidad desperdiciada para alcanzar la gloria, como héroe y heredero de una clase esclavizada, por el presidente negro Barak Obama. En el fondo del corazón de estos presidentes pusilánimes yace la creencia vacía de poder trascender espiritualmente hacia el paraíso cristiano, creyendo que desde allí podrán ver hacia abajo en la tierra la fama cosechada y gozar de sus glorias entre los vivos. Puro deseo.

La idea revolucionaria de los grandes hombres es reivindicar el valor de la vida humana de cara a la muerte. Fue ese el caso del divino Aquiles pélida, quien estuvo condenado desde joven a conocer de su destino fatal. Pero, a pesar de eso, jamás fue esquivo a él. Y aun así alcanzaría la inmortalidad humana con la fama de su valor y nobleza, cincelada en la memoria de los hombres.

Es Aquiles el modelo por el cual ahora podemos dar cuenta del valor trágico de la vida humana, el mismo que nos ha legado el don humano de la inmortalidad a través de la memoria. Está lleno de violencia y muerte. Él es un homicida, pero sin disimulos, sin escondrijos, sin pulcritud burguesa, sin ingenios poéticos y fruslerías. … Ni siquiera la ridiculez de Hollywood puede limpiar la sangre derramada a causa de su furia; disimular la pestilencia a hombres medio vivos o medio muertos. El relato que cuenta su vida y su muerte es la poesía misma.

De ese metal están hechos muchos de nuestros héroes de hoy. Sin embargo el escenario moral actual es mucho más confuso. Es nebuloso. Es tenebroso. Resulta difícil para distinguir en él el brillo de su nobleza, dentro de tanta "cachegua", de tanta imitación barata.

La tragedia Shakespereana y Chávez.

La tragedia moderna nos sigue ofreciendo un panorama moral claro. Veamos estos ejemplos entes de que entremos a considerar la muerte del Comandante Chávez en su esquema trágico.

Vivir de cara a la muerte. Así vive Cordelia su decisión de hablar con la verdad. Macbeth vive su corta vida de ambición retando la muerte. El Rey Claudio vive el éxito de su fratricidio corriendo a los brazos de la muerte. El joven Hamlet desprecia la vida sin honor y realiza su venganza a pesar de la muerte.

Chávez es envenenado, y casi hasta el final de su vida no cree que vaya a morir. Solo cuando la enfermedad mina su voluntad comienza a sufrir, pero con el dolor de no poder completar su obra, a causa de su muerte ineludible. Quizá de no haber perdido el tiempo, gracias a una vana esperanza, la de envejecer en su rancho de paja, satisfecho por la obra concluida, al tiempo de no retorno, estuviera vivo ahora para contarlo.

El Rey Lear. Un rey decide legar en vida a sus tres hijas, como dote, su autoridad, sus tierras y sus posiciones.

-"Decidnos, cuál de vosotras nos ama más", dice el Rey Lear. Cordelia, la menor y más sincera de ellas sabe que el amor, cuando es verdadero, no es necesario convertirlo en palabras. No dice nada. Lear luego responde, -"de nada vendrá nada".

Cordelia, la cual no tiene marido aun, confiesa que de tenerlo tendría que compartir su amor a mitad y mitad con su padre y su marido. Uno, porque le ha dado todo y por eso lo ama. Y al otro, por ser su marido, al cual ella sabe que se debe amar y respetar de la misma forma. Sin embargo, sus hermanas, lisonjeando mucho más a su padre que a sus maridos, solo hablan de manera ligera, sin pensar y sin sentir mucho.

Lear le recrimina poca facundia en sus palabras -"Tan joven y tan falta de ternura", dice. Pero su honestidad junto a su poca elocuencia es castigada por su padre iracundo y ofendido, despojándola de su heredad y enviándola al destierro. Como se sabe, las Irinias cobrarán con sus vidas sus suertes cantadas.

Macbeth. Una de las brujas saludó a Macbeth como "Barón de Glamis". La segunda: "Barón de Cawfor". Y eso que todavía nadie sabe que ese designio es cierto. Pero un mensajero viene y se lo confirma, corrobora su destino. Al final, otra tercera bruja lo despide como futuro Rey de Escocia. ¡Qué peo!

Convencido de la marca que tiene su destino, el que ahora es Barón de Cawfor cree que debe acelerarlo, y urde el asesinato del Rey. Cuenta con el consentimiento de su mujer, Lady Macbeth, quien además aguijó en su mente para que perpetrara su crimen funesto. Luego morirá loca de culpa y arrepentimiento. Víctima de las secuelas que dejó aquel horrible regicidio. … Triste final para Lady Macbeth.

Hamlet. Mientras dormía la siesta el viejo Hamlet, Claudio que era su hermano, deja caer un poderoso veneno en su oído expuesto…

Claudio asesina a su hermano limpiamente. Y lo mata así porque codicia su poder y a su mujer. No lo hace por ira o en el fragor de una pelea, lo envenena cuando duerme. Y como siempre, cuando alguien mata astutamente lo hace por envidia o por otra causa miserable. (En ese homicidio hay un paralelo con el veneno que mató a Chávez. Su homicidio fue ejecutado de manera astuta, limpia, casi imposible de rastrear. Rápidamente pensamos que algo codiciaban los astutos asesinos del Comandante Chávez cuando tramaron su muerte)

…Y es por eso que a Claudio le queda la sospecha de que tuvo que el joven Hamlet ser testigo del crimen cometido en su padre, ¿o quizá serían designios misteriosos? De hecho, fue el fantasma del padre quién le cuenta al hijo el chisme de su propia muerte.

-"Tendré fuerzas… El daño ya está hecho –dice Claudio- … Mas ¿Qué suerte de oración me salvaría?" Para Claudio, en este punto, no vale arrepentimiento, debe continuar con su felonía hasta el final. Se traza su destino definitivo. Su destino trágico.

Para Claudio Rey de Dinamarca matar "astutamente" a su hijastro no ofendería al padre muerto. Y de ser descubierto por su esposa, su amada reina Gertrudis, bueno, tendría que matarla también. Así funciona la codicia. La suerte estaba echada. Así funciona la vida trágica

Chávez. Un presidente decide heredar en vida a su sucesor.

-"Afortunadamente la revolución no depende de un solo hombre", dice, rodeado de sus más viejos y fieles compañeros de lucha, -"Los enemigos no descansan en la intriga,… unidad, unidad, unidad", dice luego, consiente de la cercanía de su retiro definitivo. -"Hoy hemos conformado un solo ente", dice, pensando en la patria. Habría ya anunciado cuál sería su heredero.

Muerto el Comandante, su sucesor como que se cruzó con el fantasma del campeón Macbeth (así como al mismo Macbeth se les cruzaron camino a casa las tres brujas que sentenciaron su destino), porque en un soplo de delirio condenó a algunos de sus hermanos y compañeros de lucha al destierro físico y moral, quizá temeroso de ellos y de sus celos. Los increpó con las mismas palabras que aprendiera del Comandante

- "¡Traidores! ¡Unidad, unidad, unidad decía el comandante!".

De esta manera sus exhortaciones fueron olvidadas. Y estos, perplejos, queridos también por el Comandante, fueron proscritos. Sus conocimientos ridiculizados, sus dignidades humilladas.

Más tarde, en la Asamblea, los diputados lo saludaron como "Primer Heredero", o algo así, como Hijo dilecto del Comandante... (¡Cosas de las Asambleas!)

En el caso del Comandante, su homicidio es admitido, primero, porque es él quien muere y no otro. Segundo, gracias los fantasmas de la codicia y de su hermana la envidia, quién nos dice, no cómo lo fue, pero sí que fue asesinado. Fantasmas póstumos, podríamos llamar a estos. El escenario donde se muere Chávez es demasiado claro, lo mataron por codicia o por envidia. Lo que resulta no tan claro es su sentido trágico, puesto que nadie reconoce el homicidio y nadie cree en fantasmas reales. En Ninfas, podríamos decir, las cuales aparecen cuando se manifiestan los poderes humanos y de la naturaleza.

Hoy día, en este cambalache moral hay quien todavía dice que "El crimen no paga". Suele decir siempre alguien detrás de escena. Yo en cambio diría que hoy "el crimen sí paga". Paga lo que vale cualquier crimen: un tanto de dinero, oro; paga en especies materiales. Lo que pasa es que la vida no puede trascender la existencia del oro. Que morimos. Lo que pasa es que el dinero y los bienes materiales no prometen la inmortalidad. O pasa que, quien expresa que "el crimen no paga" es un buen Creyente y piensa en los castigos que sufrirá el criminal en el infierno… Habría que preguntarle a Obama.

En el caso del homicida de Chávez, este nunca admitió su crimen. Y nunca lo admitirá. Son muchos. Es toda una sociedad hipócrita y cobarde incapaz de hacerse responsable por la muerte de un ser humano. El crimen paga y paga en efectivo. Muere Chávez y muere el héroe y con él la tragedia.

…Pero hay una esperanza, si eso fuera posible en la tragedia. Quizá renazca de nuevo sobre el destino de otros. Que sea la tragedia de otros. De muchos, yo diría que de todos. No en vano el comandante está muerto. No en vano corrió el veneno por su oído, y eso tendrá un precio.



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Héctor Baíz

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