El último mecate

La Guajira es una península de veintitrés mil kilómetros cuadrados que hecho pedazos el sueño de Bolívar y desmembrarse la República de Colombia se convirtió en dos territorios, donde el ingenio del alma colectiva abre caminos para encarar la supervivencia humana. De aquel lado, el conflicto armado interno y los intereses en juego desplazan a estos grupos humanos -en su mayoría comerciantes fronterizos- hacia el norte del Zulia. De este lado, los Wayúu se mueven con naturalidad en el espacio fronterizo de la República Bolivariana de Venezuela y Colombia. La raya no los separa. Ellos saben que su origen no procede del lugar de donde nacen, sino del vientre que los parió. Se identifican de la casta Pushaina, Uriana u otras catorce castas que simboliza el animal que los representa. Ellos son la nación Wayúu. Y entre sus aperos llevan dos cédulas, la venezolana y la colombiana, lo cual le ha generado más de un problema legal cuando son entrompados por agentes del Estado que desconocen la realidad de estos grupos humanos trashumantes. Los Wayúu es considerado el grupo étnico más numeroso del país, aunque en la frontera norte del Zulia, también, conviven los Añú de quienes se afirma que los superan con creces, pero están invisibilizados. Para llegar al municipio indígena Guajira en vehículo particular se requieren ciento veinte minutos y en autobús cuatro horas, desde la terminal de Maracaibo a Paraguaipoa, en condiciones normales. Con tranca el tiempo se hace infinito. Y salir del territorio indígena cuando hay paro es una odisea. Quien intente sortear los obstáculos y tomar las trochas para enrumbar su camino de vuelta a casa se estrella con otra realidad: en cada trocha, un mecate. Ayer la Guajira se fue de paro. Y conté cincuenta mecates desde que decidí desafiar el derecho a la protesta de los wayúu que manifestaban en plena vía por los apagones de Corpoelectric. La bajada del primer mecate me costó veinte bolívares; el segundo mecate me salió en cincuenta bolívares. A menos de treinta metros me tocó superar la prueba del tercer mecate con trescientos bolívares; en tanto iba creciendo la caravana de vehículos que pujaban con las mantas multicolores y hasta franelas estampadas con el número diez de Messi, saqué un billete de cinco bolívares y tuve que negociar con la majayura del último mecate para alcanzar la vía principal y respirar de manera entrecortada pensando, por momentos, que no superaría la prueba de dejar atrás el último mecate. Al llegar a mi destino internalicé la razón de la protesta. Y es que la Guajira parece haber sido azotada con las diez plagas de Egipto desde que se militarizó este territorio hace cuatro años. El derecho a la vida, la salud, la vivienda, la educación, la alimentación y hasta el libre tránsito consagrados en la Norma Suprema han sido restringidos en su propio territorio. Sólo la audacia y el ingenio de los indígenas les permite encarar este drama cotidiano que el Estado venezolano no asume a plenitud y cuya vocería oficial ha optado por criminalizar con el estigma de bachaqueros, contrabandistas o colaboradores con los grupos generadores de violencia.

 



 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 995 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter