Héroes y mártires añú: el olvido hiriente, el racismo etnocida

Cada 23 de junio confirmo con dolor el carácter racista de la sociedad zuliana, en particular de la elite política y académica, muy dada a celebrar fechas fatuas, pero negada a reconocer la gesta de nuestros propios ancestros.

A veces creo que las calamidades cotidianas que vivimos son consecuencia de ese desprecio tácito por la verdad histórica: el odio por nuestras raíces. Odio suicida, psicosis autodestructiva.

¿O será que el mestizaje de esas elites, o su directa procedencia foránea, les hace creerse superiores a la población originaria del Maracaibo y su comarca?

Incluso cierta nueva "izquierda", incorporada a filas revolucionarias por el irresistible magnetismo de la renta petrolera y su abanico de negocios y posibilidades, carece de toda tentación por el saber histórico; el pragmatismo ideológico resuelve su salvoconducto chavista con unos trapos rojos y consignas.

El Estado, con todo su laberinto de regodeos y picardías, es pieza clave de esta situación. Chávez abrió ventanas para un cambio de paradigmas, pero falta lucha.

En mi solitario esfuerzo de varias décadas por reivindicar la épica del pueblo añú, su derecho a ser reconocido y tomar posesión del hábitat que en justicia le pertenece, veo hoy con esperanzas la incorporación de jóvenes, educadores y líderes comunitarios a esta causa fundamental de nuestras vidas como nación.

Es para estas personas en especial que, una vez más, escribo sobre nuestros héroes y mártires, hoy que se conmemoran 408 años de la caída en combate de los caciques Nigale y Tolenigaste.

Las primeras víctimas en la región del lago Maracaibo son miles de anónimos raptados y esclavizados. Los pueblos de Parepi y Cumari, en la costa oriental, fueron incendiados a traición, a pesar que habían dado alimentos y bienvenida a las huestes de Ambrosio Alfinger.

Luego fueron los de Ajarayare, cercano al sitio ocupado por los invasores en Maracaibo, destruido por completo en acción cobarde del esbirro Francisco Venegas.

El cacique llamado Cabromare en la crónica española, fue brutalmente escarmentado junto a toda su comunidad de Parahedes, por el solo delito de no aceptar ser sirvientes de los invasores. La masacre la ejecutaron en 1532 los soldados de la base militar que Alfinger instaló cerca del poblado añú Maracaibo.

A mediados de 1607, los españoles hastiados de fracasar en su empeño de apropiarse del lago Maracaibo, armaron una fuerza con oficiales y soldados de campamentos andinos, al frente de los cuales designaron al capitán Juan Pacheco Maldonado, hijo del Alonso Pacheco, el que huyó de su Ciudad Rodrigo hacia Trujillo, derrotado por los añú a fines de 1573.

La sed de venganza y de premios, la descargó primero Pacheco Maldonado con los añú de Paraute, en mala hora "bautizada" por el tirano López Contreras con el ofensivo nombre de Ciudad Ojeda.

Paraute, recibió los cañonazos, arcabuzazos, ballestazos, lanzazos y espadazos que destruyeron su valerosa resistencia con flechas, lanzas y macanas de madera. Sus caciques, mencionados en la crónica hispana como Juan Pérez Mataguelo y Camiseto, fueron capturados y llevados a la horca en el cuartel de Nueva Zamora.

De seguidas, ya hemos narrado como el capitán Pacheco simula ser un español cualquiera que buscaba sal para remediar a su gente de Trujillo, pidiéndole a Nigale tregua para ir desarmado a las salinas de Zapara; pero el plan incluía que la tropa desembarcara por otro lugar para llegar andando al sitio donde atacarían a mansalva a los añú. Esto ocurrió el 23 de junio de 1607.

Los invasores descuartizaron los cuerpos de los emboscados. Nigale y su lugarteniente Tolenigaste corrieron la misma suerte que los caciques de Paraute. Durante tres días los exhibieron enjaulados, hasta ejecutarlos el día 26.

El siguiente paso fue perseguir a la pequeña guerrilla que quedaba activa, la cual se había replegado hacia "el pueblo y laguna" de Oriboro, esos paradisiacos humedales mirandinos. No quedó ninguno vivo.

En cambio la tropa "vencedora" fue ampliamente premiada. Juan Pacheco Maldonado recibió, además de las loas del gobernador español y el mismísimo rey, una renta de dos mil castellanos anuales por dos vidas, es decir, para él y un heredero; le dieron en encomienda casi todo el territorio cuica, y a cada soldado le repartieron tierras con sus habitantes "indios" incluidos.

Un siglo después los descendientes de aquellos invasores reclamaban sus herencias en tremendos juicios. Tenemos los papeles que lo demuestran.

Desde esos lejanos días de oprobio, viene la invisibilidad del pueblo añú, el que resistió la invasión europea de su patria lacustre por más de una centuria; pueblo que en la irrupción del negocio petrolero, en 1939 sufrió el genocidio de la Paraute que había sobrevivido a las armas del Imperio Español, y aun bregamos con la contaminación que nos quita alimento y vida, y la ignorancia que nos niega el ser.



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Yldefonso Finol

Economista. Militante chavista. Poeta. Escritor. Ex constituyente. Cronista de Maracaibo

 caciquenigale@yahoo.es      @IldefonsoFinol

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