A la memoria de los hermanos Faddoul y Miguel Ríos

Cuando se tiene un hijo ¿se tienen todos los hijos?

Cuando Andrés Eloy Blanco escribió su célebre poema “Los hijos infinitos”, quizá,  estaba dirigiendo su mirada a la sombra ilimitada. Era el tiempo en que se sufría el terror de los grillos y del ring, donde al que le faltara algo de inteligencia giraba siempre en lo finito de su cotidianidad.

Los hijos infinitos” no es fruto de un monaquismo, sino de la inspiración de un poeta, de un ser especial que andaba chocando con los abismos de una cultura política que a sus tropelías les crea coraza de impunidad, para que reinen el silencio y el miedo en la resignación de sus opositores. Que un notable artista, los ha habido, abrace su arte a la ideología de una política fascista, por ejemplo,  no es en sí un quejido de necesidad económica, es simplemente racismo en el clímax de su expresión más odiosa. Sin embargo, en las artes, el poeta pareciera llevar encima una distancia donde cada una de sus miradas van dirigidas a una ciudad de sol, que es la utopía, convencido que en cada noche enamorada de la luna algo de su pensamiento se está haciendo realidad. Sólo sus lectores son protagonistas de su grande obra, de su utopía o de su realidad.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños…”, dijo Andrés Eloy. Oración vacía en todo corazón desprovisto de sentimiento humano. Aún se lleva encima rasgos de aquella barbarie en que las disputas se resolvían con las uñas y los dientes de la irracionalidad. Quien tala un árbol y nada siembra para cosechar una sombra y no morir de sol, nunca eleva su mirada al cielo. Pareciera como si los asesinos de los hermanos Faddoul hubieran escrito, con sangre inocente, el antipoema, para decirnos: “Cuando no se tiene un hijo, se tiene que matar a todos los hijos vivos de la tierra”

No me gusta arrancarle ni un solo pedazo de dolor a nadie para aprovecharlo con la típica hipocresía de la devoción fingida y, mucho menos, ganar indulgencia con escapulario ajeno. Especular un intenso dolor, sobre todo cuando éste lo viven unos padres o unos hijos por una libertad que nunca van a conquistar, es como invertir sofismas de fatalidad para que otros vivan condenados a desequilibrar y agotar sus energías en eterna lucha contra los fantasmas que rondan el universo del espíritu disfrazado de superstición.

No puede hallarse ni un solo rasgo de luz en la <filosofía> de los criminales que le negaron sol a los niños Faddoul. Fueron ciegos porque cargan a cuesta la oscura mancha que todo les obnubila. Viven en el abismo de sus tinieblas construidas con sus propias manos del crimen. Le rasgan la piel a la vida con el mismo goce con que disfrutan la incertidumbre y el dolor ajenos. En cambio, quien tenga por filosofía la luz y el pensar por la victoria del espíritu, rechaza siempre lo absurdo. Y la muerte de los niños Faddoul, como la de Miguel Ríos, es un absurdo que pesará por siempre en el vacío y la oscuridad mental de sus asesinos.

Con el nihilismo no existe diálogo posible. Su daño es irreparable. Es la muerte de otros para beneficio de los perversos. ¿Qué espíritu puede tener un cuerpo cuyas manos se tiñen de sangre inocente y alargan el dolor de sus seres queridos que sobreviven a la prolongación de lo indefinido? A los niños Faddoul les quitaron la vida tan injusta y tan prematuramente como largo será el insomnio –como estancación de pesadilla- en la aberrante inconsciencia de sus asesinos.

Los criminales, los que asesinaron a mansalva y sin razón humana alguna a los niños Faddoul, no son ni podrán ser jamás poetas, porque no tuvieron piedad para entender que <<… cuando un niño grita, no sabemos si lo nuestro es el grito o es el niño…>>. Mucho menos pudieron comprender que cuando un hijo <<… sangra y se queja, por el momento nos sabríamos si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra>> Si los asesinos hubieran tenido aunque fuera un hijo, tal vez, hubiesen podido creer que tenían un <<… mundo por dentro y el corazón afuera>>. Tenían, sí, su mundo aberrante por dentro pero no corazón humano ni por fuera ni por dentro. Un pecho vacío de sentimientos es el arma de la subsistencia espiritual del criminal.

<<Y cuando se tienen dos hijos, se tienen todos los hijos de la tierra…>>. Así lo dice el poeta. Los criminales lo rechazan, porque vieron en tres hermanos con vida a todos los hijos de la tierra que deseaban matar. Lo que le sobra de ternura  a un poeta, que en cada utopía de su poesía construye un mundo donde tener dos hijos es tener todos los hijos de la tierra, le falta al criminal para romper el hielo que le congela su corazón.

Lo que sí nos confirmaron los asesinos de los niños Faddoul, es que <<Cuando se tienen dos hijos, se tiene todo el miedo del planeta, todo el miedo a los hombres luminosos que quieren asesinar la luz y arriar las velas, y ensangrentar las pelotas de goma, y zambullir en llanto los ferrocarriles de cuerda. Cuando se tienen dos hijos, se tiene la alegría y el ¡ay! del mundo en dos cabezas, toda la angustia y toda la esperanza, la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega, si el modo de llorar el universo o el modo de alumbrar de las estrellas>>, como lo dijo Andrés Eloy.

Con la muerte de los niños Faddoul, los asesinos hicieron llegar el ¡ay!, la angustia y el llanto para que llorara el universo. Pero también, los criminales, con la muerte de Miguel Ríos, mataron la ilusión de dos hijos –niños inocentes- que le sobreviven, que es como matar la ilusión de todos los hijos de la tierra.

Con la macabra obra de los asesinos que han dejado a unos padres sin sus hijos y a unos hijos sin su padre, lo que han hecho es que el dolor de sus seres queridos sienta arder retazos del alma sobre piedras calientes, pieles en las zarzas, venas de corazón sangrantes y mucha sed de justicia, para que un día –ojalá sea pronto- cuando se tenga aunque sea un solo hijo, eso sea suficiente para tener todos los hijos de la tierra y triunfen la alegría, la esperanza, la luz y el modo de alumbrar de las estrellas. Entonces ya jamás habrá secuestradores ni hijos asesinados, porque serán los niños quienes gobiernen el mundo para que cuando se tenga un padre, se tengan todos los padres de la tierra.

¿Acaso tienen todos los hijos de la tierra, por tener dos hijos, los que se persignan, se montan en un avión y bombardean espacios donde mueren muchos hijos de la tierra? ¿Acaso, por tener uno o dos hijos, los grandes amos de la riqueza que deciden en el mercado el destino del mundo, tienen todos los hijos de la tierra haciéndoles vivir la pobreza y el dolor?

Invoquemos la luz rechazando las tinieblas, sólo así haremos brillar el universo de justicia.



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Freddy Yépez


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