¿Por qué comes carne?

Es imposible que una persona disfrute alimentarse, con la carne ensangrentada de un animal. Tragarse el alma de un ser vivo que fue salvajemente violentado, sacrificado y despellejado, para complacer el apetito caníbal masticado por la gran Sociedad Moderna, solo demuestra la cobardía, la ignorancia y la miseria espiritual, que habita en los corazones malsanos de la gente común y corriente.

¿Usted tiene un corazón malsano? Llevarse a la boca el destino fatal de un indefenso animal, deja un sabor amargo en el paladar de los inconscientes comensales, quienes derrochan grandes sumas de dinero putrefacto, para que el cordero de dios les quite el pecado de la lengua, la indigestión del estómago y el sarro de los dientes.

Algunos dicen que comer carne atrae la mala suerte, el cáncer y la muerte. Otros afirman que la carne atrae la felicidad, el éxito y la buena vibra. ¿Quiénes tendrán la razón?

Casi todo el Mundo come carne. Ya sabemos que más de 300 millones de toneladas de carne se consumen anualmente, que cada año más de 950 millones de personas sufren de hambre crónica en el planeta, y que cada día mueren más de 15.000 niños por no tener un plato de comida en sus mandíbulas. Una vez más, usted tiene el privilegio de pertenecer a la gran Sociedad del Consumo, del Derroche y del Descarte, para que los desperdicios del desayuno, del almuerzo y de la cena, terminen agudizando la crisis socio-económica que se esconde en el contenedor de la basura.

Poco importa si se trata de carne de cerdo, de vaca, de oveja, de caballo, de cabra, de conejo, de búfalo, de panda, de burro o de cadáveres humanos, porque cuando las cabezas de ganado vacuno, ovino y porcino se entrecruzan con la lana del rey, entonces quedamos intoxicados por la alta cantidad de mioglobina, de hierro, de benzopireno y de grasas saturadas que ostentan las carnes rojas, blancas y negras.

Las amas de casa, los ingenieros, los abogados, las secretarias, los estudiantes, los políticos, los maestros y los comerciantes, sienten el derecho y el deber de comerse la carne proveniente de los mataderos. Niños, jóvenes y adultos, son consumidores adictos al bistec de palomilla, al lomito ahumado, al filete de basa, a las chuletas de puerco y a las albóndigas de res.

Los ladrones, los secuestradores, los sicarios, los extorsionistas, los psicópatas y los violadores, también sienten el derecho y el deber de comerse un suculento pollo al horno, un solomillo de buey, un churrasco relleno de chorizo, unas salchichas de pavo y unos medallones de merluza.

¿Qué relación existirá entre el mal hábito de comer animales, y las injusticias sociales que padecemos a diario?

Vivimos atorados en un gigantesco Wall Street llamado planeta Tierra. Aquí la vida se gana o se pierde por la calidad de los billetes en mano. Todo es un bendito negocio lleno de genocidios, de ecocidios y de biocidios. Por eso, la música, el deporte, la educación, el trabajo, el amor, y hasta la carne que comemos en el hogar, en la oficina, en el parque, en los restaurantes, en los autobuses y en los mataderos, representa cada uno de los agitados tentáculos que mueven al sistema financiero global.

Precisamente, en los arquitectónicos mataderos que engalanan la geografía de la Tierra, se corrompe el derecho a la vida que posee cualquier especie animal. A diario, se envenenan, se mutilan y se decapitan las entrañas de millones de Seres Vivos, que no contaron con la astucia ni con la misericordia del Diablo capitalista.

Con aturdimiento eléctrico, con disparos al centro del cráneo, con salvajes cuchillazos, con pistola de bala cautiva, con series de estrangulamiento, con malditas motosierras o con simples machetazos, los animales de granja se transforman en una costosa mercancía que permanece obediente en su corral, hasta que finalmente son colgados, degollados y evaporizados, para que la frescura de las vísceras, de las pieles y de los huesos, sean del agrado de todos los enérgicos clientes del rebaño.

Lamentablemente, las cámaras de refrigeración no pueden congelar el apetito caníbal de la masa obrera que se encarga de cortar, empaquetar, almacenar y esperar que los camiones, transporten el biocidio hasta las carnicerías, charcuterías, supermercados y frigoríficos de nuestras ciudades, donde se comercializará cada lágrima del reino animal, que será comprada por los ansiosos consumidores, quienes sorprenderán con un platillo especial a sus esposos, hijos, amigos, vecinos y colegas del trabajo.

Lo peor, es que los mataderos presentan condiciones insalubres para procesar la carne, lo que se traduce en enfermedades para los deshumanizados trabajadores y para los asquerosos consumidores, que incluyen el temido contagio de salmonela, Shigella y de la bacteria E. coli.

Recordemos que a los animales se les inyectan hormonas artificiales de crecimiento para elevar la producción de carne, generando la contaminación por microorganismos ante la falta de control sanitario y por la ausencia de medidas de higiene laboral, que son evitadas en la mayoría de los mataderos de la industria cárnica global.

El multicultural Diablo capitalista, va llenando de alegría la cocina, la mesa y los platos de las familias en América, en Europa, en África, en Asia y en Oceanía. No importa el color religioso que profesen los millones de feligreses en el Mundo, porque en las páginas sagradas de la Biblia, del Corán y de la Torah, siempre hay espacio de sobra para incentivar el exterminio de animales, a cambio de glorificar la perversión de los dioses supremos, que exigen el pan, el vino, la carne y la sangre derrochada por los más inocentes.

Nuestra ambición rompe las fronteras y no conoce de límites. Queremos el hígado, las costillas, las piernas, el rabo, los cuernos, los ojos, el sebo, las alitas, el corazón, las aletas, la saliva, las espinas, las patas, el hocico, los huevos, el pene, las uñas, el ombligo, los muslos, las plumas, el semen y hasta el excremento de los adorables animalitos, que será posteriormente hervido, horneado, asado y recrudecido por la paila del mejor menú gourmet.

La vida no es suficiente fortuna, para satisfacer los bajos instintos del Homo Sapiens. Un nuevo platillo, una nueva receta, un nuevo aroma y un nuevo mesonero que tomará la orden de los hambrientos comensales. En nombre de falsos afrodisíacos, de arcaicos remedios caseros, de vagas supersticiones y de una triste curiosidad felina, nos atrevemos a consumir a ciegas el sagrado prepucio de la inmoralidad, de la retaliación y de la clásica estupidez humana.

Dicen que es de mala educación poner los codos en la mesa, pero mayor descortesía es asesinar con beneplácito a un animalito, por el deseo carnívoro de nuestras agrietadas papilas gustativas. El resultado de ese tortuoso calvario en los mataderos, se enfatiza con cada gemido de dolor que se escucha a plena luz del Sol y a plena luz de la Luna.

Como nunca escuchamos esos gritos de sufrimiento que provienen de los hiperactivos mataderos, entonces nos transformamos en individuos mansos, puros, humildes y castos, para gozar de todos los kilos de carne que comemos y vomitamos en pensamiento, palabra y obra.

Quizás usted desconoce que la carne procesada contiene distintas sustancias químicas nocivas para la salud humana, como el amoníaco, el monóxido de carbono, las nitrosaminas y la peligrosa “baba rosa” o ano de vacuno pulverizado, que es un aditivo empleado para que los recortes de carne barata descompuesta, sean reutilizados en aras de su posterior venta al público. Todo el arsenal de químicos suministrado a la carne, pretende engañar al olfato de los consumidores, para que no intuyan las bacterias, las larvas y los gusanos que se reproducen dentro del material cárnico, lo cual podría afectar la demanda de los kilos de carne en nuestros países.

Después de leer las escalofriantes historias de exterminio animal que ocurren en los mataderos, hay que tener el corazón de piedra para no lanzar el cuchillo, el tenedor y la cuchara en el furioso suelo.

Algunos ciudadanos se asustan tras escuchar la verdad oculta en los mataderos, por lo que deciden no seguir comiéndose la vida de un pobre angelito. Hay otros compatriotas que se mofan de esos exagerados cuentos chinos, y siguen comiendo carne con absoluta paz interior. ¿Usted se mofa o se asusta del delito?

La gente no es tonta. Cuando las personas van a la carnicería y piden el bistec, la pechuga o las tripas, saben de antemano que están pagando por la trágica muerte de un animal. A ellos les gusta mirar fijamente a los animalitos, que son guindados y exhibidos como trofeos en los supermercados. Los tocan, los huelen, los ambicionan. Los clientes quieren quedarse con el mejor cuero del matadero, para justificar cada jugoso centavito gastado en la nutritiva víctima.

Dichos animales, son mucho más inteligentes que sus depredadores de turno, ya que no se oponen a ser vendidos, comprados y sazonados en un infernal sartén de acero inoxidable. Ellos esperan que los comensales despierten, reflexionen y eviten ingerirlos. Pero, como los comensales no fueron testigos de la demoledora matanza ocurrida en el matadero, pues se sienten autosuficientes para cocinar y comer la carne molida sin remordimiento en la panza.

Sin embargo, la culpa entra por nuestra garganta, y se deposita en lo más profundo del cuerpo humano, buscando que los parásitos se transformen en una gastritis aguda, en molestas hemorroides, en cuadros de estreñimiento y en incontrolables flatulencias. A su vez, el consumo de carne procesada segrega una gran cantidad de toxinas, que predispone un comportamiento agresivo y vengativo en los comensales.

Usted piensa que todo se resuelve con una burbujeante pastilla de Alka-Seltzer, con 24 horas de gula en el claustrofóbico gimnasio, o comprando en la farmacia un explosivo cóctel de enemas. Pero no debemos olvidar que la carne produce un irreparable daño en las paredes intestinales, malogrando nuestro sistema digestivo, y deteriorando el funcionamiento de los riñones, del hígado, del colon y de la vesícula. En caso de llevar un estilo de vida sedentario, el consumo de carne puede agravar enfermedades cardiovasculares en las personas, que se paga con la obesidad, con el reumatismo, con jaquecas, con hiperhidrosis y hasta con infartos.

Si la carne es tan negativa para nuestra salud, surgen las necesarias interrogantes ¿Por qué seguimos comiendo kilos y más kilos de carne? ¿Será que nos gusta consumir la maldad? ¿Qué motivos nos obligan a continuar honrando la muerte de un animal?

La verdad es que nosotros NO tenemos la culpa del ecocidio perpetrado. El problema radica en el gran negocio mundial que representa consumir carne, y que nos venden a través de un constante bombardeo publicitario en la TV (telenovelas, películas, concursos), en los letreros a full color que se visualizan en las calles, en la santa misa oficiada en las iglesias, en los pasillos de los centros comerciales, y con el resto de mensajes subliminales que nos llevan a idolatrar un estilo de vida carnívoro, sanguinario y fraudulento.

Sin darnos cuenta, malgastamos el dinero comprando kilos y más kilos de la sabrosa carne, que nos roba el sueldo obtenido con el sudor de nuestra frente, que nos arruina el placer sexual por la esterilidad devenida de su ingesta, y que nos esclaviza a vivir presos en las mismas jaulas donde se engorda al exquisito ganado.

Por ese motivo, muchísimas personas asisten con alegría a las terribles corridas de toros, a los circos que ridiculizan y castigan con latigazos a los animales, a las clandestinas peleas de gallos, a las lucrativas carreras de caballos, a las callejeras peleas de perros, y a cualquier otro evento de extrema crueldad animal, en el que los espectadores no sienten un ápice de arrepentimiento por tanta violencia en contra de la fauna universal.

No existe compasión, empatía o rechazo ante el salvajismo que sufren los animales, porque saben que minutos después de consumir el mórbido entretenimiento frente a sus ojos, seguirán comiendo carne y celebrando la muerte en los establecimientos de Mcdonald's, de Burger King, de Kentucky Fried Chicken, de Subway, de Wendy's, y en los demás restaurantes de comida rápida.

Vemos que la hipnosis colectiva sufrida por la Sociedad Moderna, se atreve a pagar y a disfrutar del perturbador bodrio caníbal, para enaltecer el pasado oscuro de los cavernícolas, de los trogloditas y de los primates, que se dedicaron a glorificar rituales, cultos y danzas, para acabar con el hambre y con la sed de las deidades, de los santos y de sus tribus.

Aunque ya no necesitamos golpearnos la cabeza con un garrote en la jungla, seguimos disfrutando comer carne en nuestra selva citadina. Aunque ya no necesitamos la rueda para elaborar la hermosa alfarería, seguimos disfrutando comer carne en el asfalto de la carretera. Aunque ya no necesitamos cazar con arco y flecha a una ternerita, seguimos usando la puntería para comer carne a fuego lento.

A todos nos dolió muchísimo el terremoto en Nepal de 7,9 grados, que cobró la vida de más de 7000 personas en abril del 2015, pero también nos duelen los más de 500.000 animales que mueren cada cinco años en Nepal, por culpa del festival de Gadhimai realizado en el pueblo de Bariyarpur, para que los devotos hindúes sacrifiquen la vida de la fauna, en honor a su poderosa diosa Gadhimai. Ese maquiavélico jolgorio en Nepal, se une a otros demoníacos rituales como la matanza de delfines en Japón, las ceremonias de Santería en Cuba, la cacería de focas en Canadá, o la Tauromaquia en Iberoamérica.

Es increíble observar el nivel de hipocresía reflejado por un gran número de personas, que dicen ser “defensores” a capa y espada de los derechos de los animales, pero que jamás emplazan la falta de ética que cotejan a diario.

Probablemente usted tenga como mascota a un perro o a un gato dentro de su casa, siendo el animalito favorito para llenar de ladridos y maullidos cada rincón de nuestras vidas. Los protegemos, les damos cariño y los llevamos al veterinario en caso de enfermarse. La ironía, es que todos los días nos alimentamos de la carne ensangrentada de otros seres vivos, que no tuvieron la suerte de encontrar un cálido hogar para vivir, y que demuestra el egoísmo y el cinismo de sus queridos verdugos.

Basta con saber que en Vietnam se consume un promedio de 25 millones de ratas al año, y se sacrifican más de 5 millones de perros para alimentar de carne a los vietnamitas, pese a que China supera la cifra con sus más de 10 millones de perritos asesinados anualmente. Entre pieles, guantes, abrigos, cosméticos, cinturones, llaveros, zapatos, carteras y sombreros, queda claro que las prendas de vestir y los accesorios fashion, que llegan en calidad de importación hasta las tiendas de nuestras ciudades latinoamericanas, son una grandiosa oportunidad para que los hombres y las mujeres compren lo más nuevo de la temporada, e incluso, se alimenten con un delicioso platillo hecho con el pelaje, con la pesadilla y con la carne canina.

Los latinoamericanos nos sentimos chéveres preparando esa divertida barbacoa, que reluce bajo el inclemente sol de un fin de semana. El humo de la parrilla con carbón vegetal, la espectacular salsa de las brochetas, y las bebidas con altísima dosis de alcohol, se entrelaza con los chistes, las sonrisas y los relatos de nuestros invitados. Todos quieren comerse el premio, para no pensar en el baño de sangre. La ocasión es perfecta para olvidar la procedencia de la carne consumida, por lo que permitimos que las máquinas trituradoras de los mataderos, se entretengan con las escopetas de los cazadores furtivos, y con los esquizofrénicos dientes de ajo que figuran en la mágica velada.

Como vemos, la carne es una gloria omnipresente en todo el planeta Tierra, pese a las negativas consecuencias ambientales que provoca su negocio.

Es consabido que la actividad ganadera aumenta la tasa de deforestación a nivel mundial, por la expansión de la frontera agrícola que carcome las más de 13 millones de hectáreas de bosque nativo, que se pierden anualmente para fecundar la semilla del ecocidio. Además, se contaminan las fuentes de agua dulce y salada (ríos, lagos y mares), por la huella hídrica incrementada a pasos agigantados, para que tanto la economía de bajo impacto ambiental conllevada por los campesinos, como las tierras ancestrales pertenecientes a los pueblos originarios, se vayan quedando ahogadas con tanto efluente tóxico (heces fecales, orina, sangre), y por la retención de malos olores que polucionan los ecosistemas de sus regiones.

Padecemos de un extremo caos ecológico, donde la Pachamama es la codiciada carroña que todos picoteamos, mordemos y despellejamos a mansalva, pretendiendo seguir con la aniquilación de los recursos naturales y con la destrucción de la rica biodiversidad de la Tierra.

No podemos obligarte a que dejes de comer carne, pero confiamos en tu capacidad de discernimiento para comprender el significado holístico de mis laicas palabras. De todas formas, creemos que la buena salud del Ser humano se fortalece con la rutina del ejercicio corporal, con el pacifismo, con la tolerancia, con el altruismo y con buenos hábitos alimenticios.

Cabe destacar, que el veganismo es la práctica de abstenerse del consumo de alimentos de origen animal, y prioriza el respeto por todas las especies de fauna que yacen en el planeta Tierra. Es la sabiduría de los inmortales. Una decisión que requiere de introspección en cada uno de nosotros, para NO caer presos en el círculo vicioso de maltratar a los animales, con el fin de obtener artículos de uso masivo, con el interés de asistir a shows circenses muy perjudiciales para la salud mental de las personas, y con las ganas de alimentarnos de la carne procesada por la Bestia.

Preferimos una dieta llena de frutas, verduras y muchísimos deseos de apreciar el milagro fortuito de la vida. De allí, que cada 20 de marzo festejamos el Día Mundial sin Carne, instando a que la colectividad reflexione sobre el martirio que sufren los animales en los mataderos, y que NO siga siendo cómplice del crimen ecológico en contra de las especies de fauna.

Desde nuestro cibermedio Ekologia.com.ve esperamos que ese corazón malsano que no te deja comer en paz, se llene de amor, esperanza y respeto por la vida de todos los animales, evitando que palpite con la herida abierta de otro Ser Vivo en agonía, y buscando consolidar un modelo de vida ecológicamente sostenible y sustentable.

Queremos que hoy te mires frente al espejo, reflejes tu propia verdad, y con los ojos bien abiertos me respondas ¿Por qué comes carne?


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Carlos Ruperto Fermín

Licenciado en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, LUZ. Ekologia.com.ve es su cibermedio ecológico en la Web.

 carlosfermin123@hotmail.com      @ecocidios

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