El contragolpe

El ambiente en Caracas era tenso, la burguesía estaba contenta pero los humildes, por ser la mayoría, hacían de la ciudad una iglesia silenciosa. El gobierno que habían elegido los pobres, los ricos lo habían derrocado. Caracas estaba extraña pero linda, el cielo estaba despejado, las nubes blancas como toneladas de algodón flotando en el océano azul celeste, el sol tibio llenaba de luz y color el paraíso del mundo, calentando la tierra y el pavimento, proveyendo con su energía el movimiento de la vida, el viento se escondió ese 13 de Abril, pero la naturaleza sabia dejaba entender al humano perceptivo que se avecinaban cosas grandes, plenas de emoción y bienestar colectivo.

En los barrios de cotiza se refugiaban algunos políticos perseguidos por las bandas fascistas de la derecha venezolana. Las calles silenciadas por la parálisis del tráfico en espera de la proclamación del Dictador Pedro Carmona Estanga, figura escogida por la oligarquía mediática y hasta ese momento Presidente de FEDECAMARAS, la organización que reunía a los empresarios de la hermosa tierra de Bolívar.

Esa mañana estaba totalmente calmadas, se dejaba escuchar la rabia muda, la tristeza sin gestos de su pueblo, adolorido su corazón porque tumbaron el Gobierno de Chávez, porque sus derechos fueron pisoteados a tan solo 2 años y meses de haber ganado por primera vez unas elecciones democráticas en Venezuela. El derecho a decidir su futuro era arrojado por el suelo, por no satisfacer los requerimientos de la derecha. Pero siendo mayoría no podían comprender que perdieran el poder del Estado, ¿sería que la derecha o la burguesía eran mas inteligentes que los socialistas? ¿Desde cuándo las calles eran de la oligarquía? Si desde siempre las calles son del pueblo, quien vive, anda, sufre por esas calles que ahora eran silenciadas por la bota policial de la Policía Metropolitana.

Pero las calles no habían sido nunca de la burguesía, ni de los excluidos lacayos o borregos de los golpistas. Las calles eran del pueblo y el pueblo poco a poco tomaba consciencia y salía a retomar el poder, convencido de que una derrota de la revolución los enterraría, en las fosas comunes y para siempre en la historia moderna de Venezuela, no estaba permitido perder, era vencer o morir aplastado por el odio fascista, el odio de clase, de esa clase explotadora, hambreadora, manipuladora del hombre y la mujer de pueblo, gente excluida de las riquezas nacionales y de una vida digna.

Juanito en su habitación escuchaba con atención, reflexionaba en su soledad y mundo interior, un silencio doloroso era sentido en su alma, su mirada cuestionaba el decreto de los golpistas millonarios y de los oportunistas chupa medias que aspiraban a llenarse sus bolsillos con el régimen burgués impuesto.

Primero el juramento, o mejor dicho, el auto juramento pues no había poder que lo ejerciera, Pedro Estanga levantó su mano sin Biblia, ni Constitución debajo de ella, leyó el juramento y juró, sin biblia porque no tenían, ni en ella creían, ni sobre constitución pues todavía estaba vigente la que ellos pisaron con su acción, entonces juró en el aire, como profetizando que el viento se lo llevaría a Panamá, refugio de delincuentes.

Su mano levantada parecía jurar sobre las cabezas locas de los sonrientes payasos del circo burgués. Luego de los aplausos y una risa nerviosa de Pedro Estanga, vinieron los decretos del nuevo "Presidente Dictatorial", reconocido por la "Junta Golpista Militar" y confirmado por el "Poder Mediático Privado". Decreto tras decreto fueron anulando, derrumbando todos los acuerdos o más bien resoluciones de la Asamblea Nacional Constituyente y ratificados por el pueblo en Referendo Consultivo. Un ejercicio político y jurídico sin precedentes en la historia nacional, latinoamericana y mundial, era descuartizado al estilo Jack el destripador en USA. Sacaban el corazón a la patria, sus vísceras, para luego liquidar su cerebro.

Pedro "El tirano", sonreía, sus ojos se tornaban brillosos, sus manos temblaban y poco a poco la emoción le hacía estremecer, cada decreto la bulliciosa derecha se levantaba, brincaba, gritaba, aplaudía como bajo efectos de una droga alucinógena. Pedro Estanga sudaba, reía y se ahogaba en su adrenalina. Juanito veía y escuchaba como descifrando la escena servida por los medios privados, como registrando las caras y los nombres de quienes se dejaban ver a la luz del mundo y en particular de los revolucionarios. Ya estaban al descubierto, ya se dejaban ver sus rostros, sus expresiones frenéticas de alegría de tísico.

Juanito pensaba, sin querer su mente indagaba, buscaba respuestas a esa interrogante popular y nacional ¿Qué hacer?, rápidamente se puso en movimiento, se bañaría, se pondría una buena ropa, esa ejecutiva del trabajo y su maletín, sus zapatos de vestir limpios y pulidos, como para ir a un festín en Miraflores. No precisamente el de la celebración de la autoproclamación, sino el del retorno del Presidente Hugo Chávez Frías. Juanito se puso elegante, se afeitó, perfumó y salió contento rumbo a la Plaza Bolívar, esperanzado que en la esquina caliente, punto de encuentro revolucionario en la esquina de la plaza, encontraría compatriotas peleando con la Policía y dispuestos a ir a Palacio de Gobierno para pedir al Comandante Libertador.

Juanito en el fondo de su alma, sabía que podía morir, era una ecuación sencilla. Por ello la ropa ejecutiva, pues creía que era su mejor vestimenta en el momento de su muerte. No sabía que esa ropa le asignaría un rol nunca imaginado, no intuía su espíritu ni razonaba su mente lógica, que sus pensamientos y acciones no respondía a su loca vanidad, que jugaría un papel modesto pero importante, como siempre lo quiso, como siempre lo esperó.

Por ahora salía del edificio que daba frente a la Maternidad Concepción Palacios, en la Avenida San Martín en Caracas. Eran como las 10 de la mañana cuando salió a la calle, sin saber a qué hora regresaría o si regresaría. Media hora después estaba corriendo en la plaza Bolívar y los alrededores de la Asamblea Nacional, sede parlamentaria de Venezuela. Corriendo de la Policía, a la cual le lanzaba piedras junto con un contingente de buhoneros que se enfrentaban con los agentes fieles a los golpistas. Los compañeros y compañeras lo miraban extrañados, un ejecutivo con maletín y zapatos de suela tirando piedras, sudando y corriendo con ellos, ¿quién sería aquél hombre? Por el lugar donde estaba le confundieron con un Diputado suplente, porque nunca le habían visto por allí. La policía disparaba sin compasión, escopetas y pistolas. El enfrentamiento comenzó con el decomiso de las mercancías y luego la violencia contra quienes arrojaban sus productos antes de que se los quitaran. Pero en el fondo era por desobedecer el toque de queda sin decreto que se había instaurado en la ciudad capital.

Juanito se encontró con unos periodistas de un medio Francés, que deseaban registrar los sucesos en Venezuela y le preguntaron qué sucedía. Se les dijo a los dos, uno preguntaba y el otro grababa con su cámara, que habían disparado en la cara de un compatriota desfigurándole el rostro, lo grabaron en su cámara y al finalizar, preguntaron a Juanito donde estaba la cosa caliente. Pues en ese instante el enfrentamiento estaba más intenso en el Valle, en Fuerte Tiuna y se marcharon hacia esos senderos. Pero Juanito estaba decidido a irse hacia Miraflores donde estaba el Dictador para pedirle regresaran a Chávez vivo.

Caminó sin rumbo por la Avenida Baralt, la misma donde días antes habían muerto compañeros compatriotas bolivarianos y opositores. Bajaba en dirección hacia el Paraíso, pero al llegar al mercado libre de La Quinta de Joaquín Crespo, se encontró con un grupo de 100 a 200 personas, mayoritariamente mujeres, que se organizaban para ir al Valle. Entonces Juanito tomo la palabra, sin presentarse ni identificarse, le dejaron hablar, sin cuestionar nada de lo que decía o proponía, aceptaron ir hacia Miraflores con las manos levantadas, como lo pedía Juanito para mostrar que sus manos estaban libres de armas u objetos violentos.

Los compatriotas miraban a Juanito, otra vez la pregunta ¿quién era ese hombre alto, catire, cachetes rojos y ojos castaños claros que los conducía a Miraflores? Su apariencia de extranjero los confundía, pero su lenguaje castellano y con acento criollo les inspiraba confianza. Su vestimenta ejecutiva les llamaba mucho la atención y quizás, junto al carácter decidido, les inspiraba liderazgo, ante el cual obedecieron marchar hacia la cueva del lobo mayor. El mismo Juanito se extrañó de aquella obediencia pero no le dio más importancia, pues había logrado su primer propósito llegar a Miraflores acompañado, el cual surgió en su mente desde que supo de la detención del Presidente y les decía a la gente que en el Valle ya no estaba él, que había lucha para contener las fuerzas traidoras y apoyar al Comandante García Carneiro, militar fiel al Presidente Chávez que estaba forcejeando en el fuerte Tiuna para su control, pero que era necesaria la presencia popular en Miraflores para exigir la entrega del comandante.

Comenzaban a subir y Juanito se ubicaba al frente del grupo, fue algo tan natural como lógico, él había propuesto ir y debía estar al frente como primer receptor de las municiones. Sabía que en la esquina del Metro Capitolio, cerrando el paso en la calle se habían dispuesto los comandos de la Policía Metropolitana, así que cuando llegaran recibirían lluvia de municiones. Eso dejó pensando todo el trayecto a Juanito, no se había podido despedir de nadie, pues la situación de golpe fue a pesar de todo el anuncio algo sorpresivo. Subían gritando: -"Queremos ver a Chávez, Queremos ver a Chávez, Queremos ver a Chávez". Como si fuese suficiente verlo vivo aunque estuviese detenido, pero en el fondo la petición era entréguenlo a su pueblo, de donde vino y de donde es, suyo como la piel, como el aire que respiraban, como el dolor que sentían en el alma.

Crecía el número de compatriotas, emocionados por la marcha se sumaban más y más personas. Eran 200, 300, 400 y hasta 500 personas gritando al unísono y sin parar. Entregados al destino y a la voluntad de Dios. Dios estaba presente sin lugar a dudas, Juanito poco creyente en religiones y solo creyente de su propio Dios, bueno, misericordioso, poderoso e invisible. Sentía que todo lo que estaba sucediendo estaba escrito de manera divina por Dios y creía que Chávez sabía algo de todo esto. Como si Chávez hubiese hablado con el mismísimo creador. Su mente se llenaba de esos recuerdos del comandante, pero también de los líderes latinos y mundiales que han dado su vida por la libertad, la igualdad, la justicia social y la inclusión de los marginados dentro de los planes de crecimiento mundial.

Se acercaban a la esquina de Capitolio y se observaban ya de lejos el comando de la Policía. Uno en el suelo con los escudos, otros dos arrodillados y parados con las escopetas preparadas. Juanito recordaba a Gandhi y su lucha no violenta desmoronando un imperio invasor, a Bolívar y su arar en el mar, al Che y su sacrificio en Bolivia, a Fidel y su vida entera entregada para la revolución e independencia de su patria querida Cuba. Ahora él se sentía sacrificándose junto a tantas personas por su Comandante, por la revolución. No esperaba nada a cambio, pues lo que venía era la muerte o quedar muy mal herido y tal vez lo remataban si quedaba vivo. Pero aun así estaba contento, había una paz extraña, como si este era su rol en la vida, el momento esperado por sentirse útil y valioso para él mismo y para otros. Un manifestante se acerca y le dice:

-"Diputado, hay informaciones que asesinaron a Tarek Williams".

Esa noticia fue dura, le afectó mucho, ese hombre vestido de negro había calado muy profundo en su corazón, defendiendo los derechos humanos, se había mostrado valiente y muy inteligente, pero también sintió esa violencia natural y ese deseo de descargar arrecheras que la noticia le producía. Su mente imaginaba clamando justicia, diciendo:

- "Al ataque por la dignidad y por nuestro Comandante, Vencer o morir", pero su mente estaba fría y sabía que no era lo más conveniente. Si se dejaba colar ese comentario la gente accionaría como enjambre de abejas africanas, por lo que respondió:

- "Eso es falso camarada, el compañero esta enconchado. No se deje llevar por comentarios".

Y el compatriota calló y regresó a su puesto. Juanito escucho que le dijo Diputado, rió y le agradó sentirse Diputado del Pueblo, no de los burocráticos, sino de la lucha en la calle.

Al rato otro vino con una noticia parecida, pero ahora era con relación a Aristóbulo Isturiz, a pesar que le afectaba, no le dolía mucho la noticia, recordaba al negro como un ser prepotente y grosero con la gente humilde, pero que en cuanto la cámara de TV aparecía pelaba sus dientes y abrazaba con cariño hipócrita a los que hacía rato ignoraba. Sin embargo era un compatriota y comentó lo mismo que con Tarek:

-"Tranquilo hermano, el negro esta enconchado esperando la oportunidad para salir al escenario, ahora nos toca a nosotros el pueblo mostrar nuestro compromiso revolucionario".

Ya estaban a escasos 10 metros del piquete de la policía, era momento de despedirse y elevó sus ojos al cielo, ya sus manos estaban levantadas desde hacía minutos o tal vez horas, el tiempo transcurría sin darse cuenta en realidad, sería como el mediodía por el sol en el cenit. Oró Juanito el ateo, como le decían en su casa. Dio gracias a Dios por la vida, por ese momento grandioso de pagar con amor el amor que recibió y por la vida que ese gran hombre había dado por todo el pueblo. Se persignó, increíble, la señal de la cruz como símbolo del sacrificio de Jesús por la humanidad, su imagen, la comercial, iluminó su mente en ese momento y precisamente lo acompañó un sonido de armas cargándose, su corazón se aceleró, su pecho dolió como punzada, y como reacción Juanito colocó su maletín sobre su corazón. Pensaba que no importaba morir por una causa tan humilde como plena de amor, recordaba la historia de Pedro el apóstol que negó a su líder e hijo de Dios, también a los judíos que habían recibido milagros pidiendo que liberaran al ladrón en lugar de aquel generoso y pacífico hombre de Dios, no pasaría así con el comandante, no le negarían, ni lo dejarían asesinar sin defenderlo su pueblo. Pero nunca caerían en la violencia burguesa, pues también recordaba a Gandhi diciendo que quien hace lo que el enemigo se convierte en él.

Juanito quería cerrar sus ojos pero dejó su mirada al frente cuando notó una figura pequeña como caída del cielo, gritaba:

-¡¡Alto!! ¡¡Alto!!

Y Juanito paró junto con la gente. El oficial, comandante del escuadrón policial, agitada su respiración pero con voz fuerte y llena de autoridad, solicitó tres personas, como la trinidad, para escuchar la petición razón de la protesta.

Juanito estaba frío, tenso su cuerpo lleno de adrenalina, esperando el contacto con las partículas de plomo en su cuerpo. Al escuchar la solicitud del oficial, y como líder ocasional, volteó a los lados y señala tres personas, un joven con corte militar, un señor mayor y una señora guerrera. Los tres se dirigen hacia una esquina con el oficial policial. Escucha que pregunta:

- "¿Qué quieren?" y el joven comisionado responde:

- "Queremos llegar a palacio y saber del comandante y que nos lo entreguen vivo".

El oficial indica que llamará al palacio para saber si les permiten pasar. Sin escuchar que le respondían de palacio, Juanito solo vio que los policías y el oficial salían corriendo hacia sus camiones y arrancaban con mucha rapidez del sitio, aprovechando que no había tráfico de vehículos.

La adrenalina fluía a borbotones dentro de Juanito y era de imaginarse que en todos los demás, que esperaban lo peor, la negación del permiso de acceso y los disparos. La reacción fue inmediata e incontenible, la alegría y la esperanza, el ver al comandante de nuevo gobernando era casi una realidad, que la Guardia de Honor Presidencial dejara pasar el contingente de Chavistas protestando era buena señal.

Ya se sabía de la lealtad de la Guardia de Honor al Presidente Chávez, pero no se conocía por qué no habían actuado antes. Ahora el camino estaba despejado, pero había que terminar el trabajo o el papel por el cual estaban ahí reunidos de manera espontánea pero causal. Juanito vuelve a mirar al cielo y da gracias a Dios, por la vida, por el milagro de estar vivos y cerca de recuperar al líder del amor en Venezuela, al nuevo Libertador y salvador del pueblo. Juanito sentía que ya era una realidad la victoria y la retoma del poder.

A pesar del alboroto y la alegría, era momento de calmarse y seguir la marcha, ahora eran mil personas y tal vez más. Dice a todos seguir hacia Puente Llaguno y allí a subir un grupo por la entrada izquierda y el otro por la derecha. Al llegar a la Avenida Rafael Urdaneta el silencio y la soledad estremecieron sus corazones. La mente les jugaba una mala pasada, pensando que los habían emboscado, pero Juanito les dice que si llegaron hasta allí había que echar el resto, que Dios despejaba los caminos. Así llegaron hasta las rejas del palacio donde Juanito habla con un soldado o un oficial. Y dice:

- "Buena tarde compatriota". Inmediatamente el oficial interrumpe, diciendo:

- "Vamos a recuperar el control del Palacio, necesitamos una excusa para tomar todas las instalaciones. Así que si gritan y hacen toda la bulla que puedan, diremos que el pueblo está en las puertas queriendo invadir el palacio y justificaremos la movilización de las tropas".

- "Entendido". Respondió Juanito y la gente que escuchaba, no necesito más su liderazgo.

Gritos, ruido en las rejas, consignas empezaron a invadir el espacio callado y lúgubre del palacio. Enseguida comienza un movimiento de tropas por doquier, los personeros de la oposición corren, brincan, hacia sus vehículos para salir como relámpagos del palacio, como corchos de limonada. Una avioneta pasa al rato por encima del Palacio de Miraflores, la junta golpista de retirada con un buen maletín de dólares. Un grupo de soldados se muestra en la platabanda del Palacio al frente de Miraflores, el Palacio Amarillo y portando una inmensa bandera tricolor Venezolana, eso desencadenó una mezcla de júbilo, alegría, llanto, amor indescriptible, solo sentían ganas de gritar, abrazarse, cantar y bailar.

Juanito sentía todo y veía muy claro el plan de Dios, las cosas suceden sin que lo sepan los actores, algunos si lo saben y ese debía ser el Comandante Eterno. El enfrentar el piquete policial en el momento justo de darse el cambio de guardia, todo lo que parece casualidad solo obedecía un plan perfecto.

Juanito se sintió bendecido, volvió a sentir ese encuentro con el creador de la vida. Luego caminando por los alrededores vio venir motorizados del 23 de Enero y preguntaron lo que sucedía al enterarse se retiraron y empezaron a llegar los compatriotas del 23 de Enero y los guerreros de la Vega, luego la vieja guardia chavista: Héctor Navarro, Ana Elisa Osorio sonriente ahora, distinta de cuando detuvieron al presidente que lloraba a torrentes, destacando su alegría, su emoción, abrazando a todos a su paso, mezclándose con el pueblo. Juanito la veía emocionado, con inmensas ganas de abrazarla, admiraba su valor y su entrega al Comandante.

Transcurría la tarde y la noche, esperando la llegada del Presidente Revolucionario, mientras tanto Juanito se perdió en la multitud que crecía por miles, millones hasta el amanecer.



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