La Comuna de Caracas

26 años después del 27f

Los acontecimientos que en 1989 partieron en dos la historia venezolana son revisados con sentido crítico un año después (marzo de 1990) y publicados entonces en el desaparecido Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias. Hoy lo proponemos por este medio como contribución al debate de las ideas y la profundización de la conciencia revolucionaria

Iván Padilla Bravo

Quizás parezca un exabrupto histórico o, por lo menos, un rebuscamiento político establecer algún parangón entre aquel revolucionario acontecimiento que en 1871 removió los cimientos del capitalismo en Francia – conocido como La Comuna de París- y la revuelta popular de 1989 en Venezuela conocida como “El Caracazo” o “El Sacudón”.

          Sin embargo, salvando las distancias dadas por razones de diverso tipo, sería interesante resaltar elementos comunes a los dos hechos y comprobar cómo un sustrato revolucionario subyace en la expresión del 27f (27 de febrero de 1989) del cual están por verse muchos resultados, que nuestra condición de actores, de hacedores de esta historia presente, dificulta aborda en toda su esplendor y con todos sus detalles.

          Por nuestra parte, hemos querido denominar “La Comuna de Caracas” este trabajo porque estamos empeñados en destacar lo que de revolucionario percibimos en este hecho que algunos han querido calificar de “acontecimiento que partió en dos la historia contemporánea de Venezuela”, y que sin duda es el acto más expresivo de una Venezuela que prácticamente no conocíamos.

1.- Antecedentes históricos del 27 de febrero

          Ningún hecho cae del cielo de forma azarosa y sorpresiva. Los acontecimientos sociales son el producto de procesos dialécticamente “madurados” que mantienen una estrecha relación causal y cargada de determinismos muy variados. Recopilar algunos “indicadores” - como dirían los sociólogos- es un buen ejercicio para no descontextualizar el tema objeto de reflexión y estudio.

1.1.- Del 23 de enero de 1958 al 27 de febrero de 1989

          No vamos a remontarnos tan lejos, aunque hacerlo podría servir para comprender con mayor precisión la historia de un pueblo y, sin dudas, para incidir con mayor acierto en su presente buscando el futuro necesario para la humanidad.

          Digamos entonces que el 27 de febrero de 1989 tiene una referencia histórica para su crecimiento y resolución que encuentra un claro punto de referencia en el 23 de enero de 1958. En 1958 Venezuela entra en un periodo nuevo de dictadura de clase para la cual las clases dominantes pueden instrumentar una administración del consenso a través de la “democracia representativa”. Con el advenimiento de la “democracia”, gracias a una concertación cívico-militar alentada también por Estados Unidos y barnizada de populismo -o, para ser más exactos, de participación popular- Venezuela se adentra en un período de esperanzas políticas y también- aunque esto sería un poco más tarde- de alientos económicos.

          Una alianza de partidos apegados a su rol de ser expresión hegemónica del dominio del capital, dan consolidación al régimen y le cierran el paso a los sectores que, a un comienzo de esta democracia representativa, quisieron hacer una oposición armada, nacionalista y dirigida a desenmascarar el carácter antipopular del régimen betancourista.

          La presencia de una guerrilla pretendida comunista y reforzada por sectores radicalizados de la juventud acciondemocratista, colocan al país en un estado de enfrentamientos constantes (algunos de ellos muy cruentos) que a ratos se crecieron con apoyos militares del interior de las Fuerzas Armadas con afanes putchistas.

          Al deseo de emular la victoria del ejercicio rebelde que toma el poder en Cuba se suma también el propio apoyo que en armas y hombres brinda la Cuba revolucionaria.

          Mientras estas confrontaciones mueven gran parte de las acciones políticas del país, el pueblo, los sectores explotados y particularmente el proletariado, no parecen convencidos de la necesidad de un cambio tan radical. Pareciera como si ciertos niveles de expectativa nacidos con el espejismo del 23 de enero aún siguen vigentes y se asume como mal “menor” una democracia que al menos “da libertad para hablar” y “para organizarse” bajo un marco constitucional. De hecho los sectores alzados en armas llaman a luchar e incorporarse a las guerrillas y quienes responden a ello son los grupos radicales pequeñoburgueses especialmente estudiantes. Y mientras se alzan las banderas de la abstención electoral el pueblo concurre a votar (aunque muchas veces presionados por el terror del Estado) y a “defender” “su” democracia.

          Cada gobierno demo-representativo va aportando su cuota de degradación moral expresada por actos de corrupción cada vez más notorios, por un cinismo para mejorar la criminalidad creciente desde el Estado (con abierto respaldo a los llamados “delicuentes de cuello blanco” y a los asientos que desde los cuerpos representativos torturan y asesinan a sus opositores, por citar sólo dos ejemplos de gran significación) y por una gran incapacidad para resolver los elementales problemas de las comunidades, referidos fundamentalmente a servicios de salud, educación y transporte.

          En fin, obligados al resumen por razones de espacio, a los treinta y un años de régimen democrático representativo, los antecedentes históricos del 27 febrero, más resaltantes, aparecen signados por:

          - La presencia de una oposición sin fuerza o con una voz y un accionar regulados por el Estado, que ejerce la hegemonía del capital (Copei es “el principal partido de oposición” cuando mandan los adecos y viceversa cuando quienes mandan son los copeyanos; entretanto, otros partiditos se disputan las migajas tratando de imitar a los mayoritarios sin alcanzar a convertirse en alternativas).

               - La democracia representativa obnubila y hace erráticos los partidos de la izquierda, los cuales- con armas a sin ellas en la “guerra” o en la pacificación- no hacen sino juzgar al tremendismo que oscila entre la insurrección y el reformismo, o consiguiendo conjurarlos a ambos.

               - Los militares, por su parte, durante todo este período juegan a la democracia (y se forman con cierta amplitud a su abrigo) pero sin perder su estatura de mando y su condición de “alternativa” para salvar el sistema que representan y los intereses de clase por los que se justifican como poder armado. Estos oscilan entre el golpismo y la “vocación democrática” y pocas veces una u otra posición, se pueden tener por autónomas.

               - La representatividad de la democracia se reduce a una relación quinquenal que ahora ha ofrecido una tímida “apertura” hacia la partición relativa del poder con la elección (por cierto caricaturesca, porque es la primera experiencia de este tipo -única por ahora- la victoria real fue la del abstencionismo) de gobiernos regionales.

                         - La decadencia del régimen y la figura de partidos como producto de su inconsecuencia con lo predicado, de su anulada moralidad y creciente corruptela, que ha hecho que cada gobierno supere con creces los errores del anterior u hunda más al país en una casi insalvable crisis económica, política, social y moral.

1.2- Una democracia de los explotadores: dictadura contra los explotados

          No es gala de ninguna originalidad decir que todo régimen de clase es una dictadura de la (o las) dominantes contra las dominadas. Venezuela padece una democracia de los explotadores: ellos tienen plena libertad para hacer con los explotados lo que les viene en gana y jugar con su hambre, su miseria, su desempleo y hasta con su paciencia. En eso consiste la democracia representativa, sobre una votación quinquenal que la avala por consenso haciéndola “popular”.

Mientras existan clases y división social del trabajo, mientras las relaciones entre los seres humanos sean como relaciones entre cosas (mercancías) o relaciones alienadas, no será posible pensar en democracia. La democracia es una relación horizontal entre iguales libremente asociados, que sólo es posible encontrarlos una vez desaparecido todo vestigio de poder.

          Por eso, la democracia venezolana, como toda democracia actual en el mundo, basadas en las desigualdades presentes, no es más que una ficción y un fetiche. Y es precisamente contra esos mecanismos, que se evidencian en las relaciones reales entre los hombres, que no los hace tan iguales como se predica y vende y que se ponen de manifiesto en los momentos límites de toda realidad develada, contra lo cual el pueblo, los explotados, en una reacción que no requiere explicaciones ni las busca, se rebela y generalmente lo hace de una manera espontánea sin premeditación y rebasando aún los cálculos de ideólogos y organizadores.

2.- De como la espontaneidad de las masa encierra una eficacia.

          Generalmente los comunistas hemos manifestado un cierto desprecio por la espontaneidad de las masas. A toda fuerza o reacción popular que nos rebasa o se escapa de nuestras manos la hemos calificado de “espontaneista” y a sus defensores se le ha mirado como pecadores o poco menos que traidores a un leninismo que siempre rindió culto a la organización y al cálculo frío y positivo de todos los actos de las masas, manejadas desde al partido “vanguardia del proletariado”.

          Ese mismo comunismo partidario y autocalificado de “marxista-leninista” es el que ha olvidado la historia mundial de los descontentos, de las asonadas y revoluciones que, desde la propia Comuna de París contaron con una dosis grande de espontaneidad y de allí su contundencia, radicalidad y huella en la historia de la humanidad que, aún peregrina en marcha hacia la búsqueda de su liberación.

2.1.- El movimiento popular organizado en Venezuela.      

          El movimiento popular organizado de la Venezuela que vive bajo el influjo político de este régimen demo-representativo, ha tenido como inspiración o émulos a los partidos comunistas “marxista-leninista” con una inclinación caracterizada por el insurreccionalismo, el putchismo y el reformismo bajo un manto de vanguardismo y voluntarismo. Desde la oposición armada de los años sesenta, pasando por el “trabajo de masas” y el parlamentarismo, una sola constante ha estado presente en la llamada izquierda venezolana y es la falta de definición autónoma, clasista y revolucionaria, que estuviera más allá de los esquemas prefabricados en los países del Este o en los esquemas tropicales de asunción “leninista” del hecho revolucionario.

          Hasta los propios cristianos de base con todo y su admirable mística, su constancia a toda prueba y su esperanza que les hace tomar en cuenta al ser humano como centro del problema (y aquí hay una consecuencia clara con Marx), al momento de pensar organizativamente su accionar, terminan produciendo los esquemas de los vencedores en el campo revolucionario internacional, impidiendo así el paso que cualquier inepeitud que pudiera ser derivada de una búsqueda independiente y clasista que respetara nuestras particularidades pese a la crítica común y el enfrentamiento al poder representado por el capital como relación social.

2.2.- De la izquierda guerrillera al parlamento placentero.

          Toda la izquierda venezolana del período democrático tiene una raíz común en el movimiento guerrillero insurreccional en los años sesenta y los rezagados imitativos de los setenta.

Aún la izquierda sin experiencia directa en ese campo argumentó con respeto las virtudes de la “racionalidad” que de allí derivaba.

          La caída del imperio representada por el halo guerrilleril, se vino abajo con la victoria del Estado que consigue pacificarlos e incorporarlos a las “luchas dentro de la democracia”, lo que hace en esa transición que los menos vergonzantes se acogieran a la prédica de la necesidad de vincularse con las masas y hacer un trabajo al lado de ellas. Cosa ésta que prácticamente nadie consigue y la mayoría abandona con gran rapidez puesto que sus exigencias eran mucho mayores que la dura vida del monte.

          El Parlamento, generador de ingresos fáciles a un menor esfuerzo, se vuelve tentación para todos los que allí y terminan subvertidos por el Estado que decían enfrentar.

          El pueblo que está, entre tanto, observa y padece el viraje de sus azuzadores hasta ayer radicalizados, que entran en un proceso de competencia y emulación de las prácticas que antes querían combatir. Cuando el movimiento sindical, vecinal, estudiantil y popular aupado por la izquierda se corrompe y vende igualito que quienes antes poseían esa exclusiva, ya no queda entonces referencia, ya no hay otro drenaje y canalización sino el que deriva de la espontaneidad y la arrechera represada y entonces las masas estallan, convencidas de que nada pueden perder, a no ser que con las cadenas con que les oprimen.

2.3.- El poder del lumpen en la Venezuela de hoy

          Pero a los sectores explotados y sus aliados también podía aparecerle un líder inesperado. A la falta de conducción, de orientación y de apoyo armado o de iniciativas que le dieran cierto sentido y destino a la protesta popular espontánea que en Venezuela estalló el 27f del año 89, hizo insurgencia un sector no apto para el liderazgo, pero dotado de poder e instrumentos  (armas) para marchar al frente de ciertas acciones que como tales no tuvieron otra repercusión inmediata que la de la venganza y el deseo de poseer todos lo que sólo unos pocos disfrutan robando con cinismo y saqueando a diario desde las distintas esferas del poder.

          El liderazgo de lumpen- sector sin conciencia ni valores intelectuales o morales que le avalen socialmente-despreciado en definitiva por unas masas bravas y desbocadas, que aún sin rumbo tenían claro hacia quiénes dirigían su protesta, tienen poca duración pero mantienen su fuerza respaldada directamente por quienes con ellos trafican para la industria de los narcóticos. Ellos están allí sin ambiciones de dirigentes pero con una presencia que no se puede ignorar, sobre todo si se toma en cuenta que toda espontaneidad encierra una eficacia, esa que no podemos dejar en sus manos.

3.- De la comuna de París a la Comuna de Caracas.

          Sin duda alguna podemos marcar una distancia inmensurable ante la Comuna de París (1871) y los acontecimientos de febrero. El pasado año (1989) en Caracas esa distancia existe. Esta allí presente por razones históricas sociales, políticas y hasta militares que nos diferencian. Y están sobre todo porque cuando la historia se repite -Marx dixit- sólo la primera vez es como tragedia la segunda es como farsa, y tanto en París como en Caracas hemos tenido tragedias y por lo tanto no han habido repeticiones.                    

          Sin embargo, quizás saber que “La Comuna (de París) surgió espontáneamente, (que) nadie la preparo de modo consciente y sistemático “y que fue” la desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia de la clase obrera, descontada de la situación y ansiosa de un nuevo régimen social “ lo que impulso el estallido revolucionario del 18 de marzo de 1871 (1) nos haga encontrar una similitud de respuestas con casi ciento veinte años de distancia y una tradición y una geografía que no se parecen entre sí.

          Quizás saber que en el París de la Comuna “el pueblo quedó dueño de la situación (en Caracas, por momentos, en una brevedad que se eternizó en nuestras mentes, también el pueblo se apoderó de tanquetas, desarmó a soldados y a funcionarios policiales y se adueñó de la situación provocando un repliegue de la fuerza represiva del Estado hasta que deciden recurrir al ejercitó que se impone a sus sangre y fuego) y el poder pasó a manos del proletariado” (2), nos puede dar una magnitud de los paralelismo entre unos hecho y otros, sobre todo al observar –como lo  hizo V.I. Lenin en este artículo periodístico que citamos -cómo al movimiento de la Comuna le faltó romper con “las cadenas que lo atan al capital. De allí que el movimiento de la Comuna debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, debiera tender al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo (3).

          Se entiende que el proceso comunero del París tuvo como principal autor a la propia clase obrera, forjada en luchas varias, con unas características irrepetibles mientras Caracas  apenas tenía un débil grupo de trabajadores y desempleados sin trayectoria combativa ni experiencia organizada, pero quizás teniendo en común, con los primeros, el cansancio y el desgaste por situaciones más o menos equiparables.

          No obstante, los errores que hacen desaparecer la “brillante victoria” expresada por el sacudimiento de todo un sistema, de unos valores, de una moralidad y una forma de concebir las cosas -aunque ello fuera casi completamente efímero- también podrían tener algo en común de acuerdo con las observaciones hechas por Lenin en un artículo publicado en el Diario del Extranjero entre los meses de marzo y abril de 1908, y en el cual apuntaba que al proletariado le faltó “comenzar la expropiación de los expropiadores, incluyendo la incautación de los bancos y además el proletariado tuvo una “excesiva magnanimidad” y el lugar de eliminar a sus enemigos, que eran lo que debían haber hecho, trató de influir moralmente sobre ellos, desestimó la importancia que en la guerra tienen las medidas puramente militares, y, en vez de coronar su victoria en París con ofensiva resuelta sobre Versalles, se demoró y dio tiempo al gobierno de Versalles a reunir las fuerzas tenebrosas y prepararse para la sangrienta semana de mayo (4).

3.1.- Pero París es París y Caracas es Caracas.

          Ni Caracas 1989 es la farsa de París, si se hubiese propuesto imitar la Comuna de 1871 con el estallido de febrero del año pasado. Caracas es Caracas y París es París. Pero un mismo halo revolucionario recubre los dos acontecimientos que mencionamos en un paralelismo algo rebuscado. En todo caso, reivindicar como un acontecimiento revolucionario, sin precedente en la Venezuela republicana, el fenómeno conocido como el “Sacudón” reconocer su carácter espontáneo y liberarlo de cualquier compromiso con tendencia alguna, con premeditación y planificación alguna o con algún proyecto del tipo que sea (insurreccionalista, golpista o cosa parecida), es algo que consideramos nuestra obligación. Un hecho o una sucesión de hechos pueden ser considerados revolucionarios, no por el capricho de unos analistas o por el voluntarismo de unos oportunistas de oficio, son sus características, su contundencia, su capacidad de  volcar en 360 grados la realidad o marcar uno nuevos derroteros, los que los hace considerarlo como tales.

          Lo ocurrido en Venezuela el 27 de febrero de 1989, contiene un germen de revolucionaridad que fue aplastado como fenómeno por la acción defensiva del Estado que reacciona con todo su poder militar en la calle, al punto que en el desespero y la impericia “derrocha” más de medio parque de municiones en un “combate” cuyo propósito no era otro sino el de masacrar a las masas enardecidas y aplacarlas por la muerte o el terror.

          Pero a la furia contenida por el poderío militar del Estado, no se le extingue de manera total, y de hecho haría falta estar atentos a las expresiones que tenemos ante nuestras narices pero no podemos procesar con acierto todavía, por nuestro carácter de actores en este pedazo de historia que estamos haciendo. No obstante, allí está la repetición de una protesta -con otro signo de expresión- en las elecciones de diciembre del mismo año y allí están también las características de protesta y formas organizativas nuevas: que han roto con las direcciones tradicionales, como la de los trabajadores de la salud, la de los bomberos, de los policías, y las de barrios y comunidades del interior que aparecen como poco dispuestas a continuar calladas.

3.2.-Ni comienzo ni llegada para una revolución en proceso.

          Para terminar con esta reflexión que merece ser más amplia y posiblemente en otra oportunidad tengamos ocasión de extenderla, me parece necesario insistir en que nos encontramos (no Venezuela como isla, sino el mundo entero) sobre el camino de la revolución que habrá de dar al traste con el estado de cosas actual, caracterizado por la explotación de unos hombres por otros. Pero esa revolución será posible si nos decidimos a hacerla: ella no caerá del cielo ni será el resultado de supuestos desarrollos en las fuerzas productivas. Habrá muchos actos espontáneos y serán más o menos contundentes según sus contextos, lo que no habrá será cambio profundo, radical y definitivo si no incidimos de manera consciente para que ello sea así. Lo ocurrido en Caracas en el 89, como lo ocurrido con el movimiento que se conoce como de la Comuna de París, nos deja muchas enseñanzas y elementos para revisar si seguimos soñando con lo nuevo posible y estamos dispuestos a construirlo o si el futuro nos espanta y seguiremos rindiendo culto a la inercia: a nosotros nos toca escoger.

  1. V.I. LENIN. En memoria de la Comuna. Artículo periodístico en La Comuna de París. Marx-Engels-Lenin. Buenos Aires. Edit. Ateneo. Col. Pequeña Biblioteca Marxista-Leninista. 1975 p. 104.
  2. IBIDEM. p.105
  3. IDEM.
  4. V.I. Lenin. Las enseñanzas de la Comuna, en Op.Cit.pp. 96-102.  


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Iván Padilla Bravo

Director del semanario cultural "Todos Adentro", medio adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Cultura. http://www.mincultura.gob.ve/

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