Genealogía del ser americano. IX / ¡Ñucanchic huasipungo! / ¡Tierra nuestra!

El grito de los indígenas ecuatorianos, ¡Ñucanchic huasipungo!, es el llamado a la rebelión para defender la tierra que forma parte de su vida, y que hasta ese momento no los habían despojado de ella.

Jorge Icaza (1906-1978), escribe la novela Huasipungo (1) en 1934; considerado junto al boliviano Alcides Arguedas y los peruanos Ciro Alegría y José María Arguedas, uno de los representantes del ciclo de la narrativa indigenista del siglo XX. Con su novela llegaría a ser considerado el escritor ecuatoriano más leído de la historia republicana. Fue traducida a más de 40 idiomas y premio de novela latinoamericana. Huasipungo se despliega en 201 páginas, incluyendo una sección de vocabulario, donde se nos dice el contenido de los términos indígenas que aparecen en la narración. Está escrita sin separaciones de capítulos, estructurada en veinticinco grandes parágrafos que separan los momentos y espacios de la narración. Fue reescrita en 1953 y en 1960, quedando la última edición como la definitiva del autor.

Nuestro autor vivió de cerca la realidad indígena. Fallecido su padre siendo un niño, fue llevado a la hacienda propiedad de un tío materno donde conoció y convivió con la realidad social ecuatoriana, la cual marcará toda su obra. La preocupación por la temática indígena está presente desde sus primeros escritos; en sus cuentos "Barro de la sierra" (1933) ya aparece la temática indígena. Dos elementos podemos destacar de la perspectiva literaria del autor; según los críticos, que muestran con cierto velo y que para nosotros es relevante: primero, hizo aparecer como personaje protagónico de la literatura al indio; segundo, como escritor indaga en la esencia de su país desde todas las vertientes; cuestión que se refleja en toda su obra.

La novela nos presenta la vida de un pueblo de la sierra ecuatoriana, poblado principalmente por cholos e indios que vienen a formar la mayoría de la población. Los indios viven en el huasipungo; es decir, en tierras que los latifundistas, dueños de las haciendas, han cedido en calidad de préstamo a los indios a cambio del trabajo que desempeñan. Por supuesto, el pueblo tiene su representación religiosa, así como las autoridades civiles, representantes todos del gobierno central; donde destaca la policía que está al servicio de los señores que conforman la sociedad del pueblo.

El pueblo vive en su monótona y paralizante vida que se ve interrumpida por los proyectos que se tejen desde la lejana ciudad; a partir de un proyecto a largo plazo de explotación de petróleo y cuya estrategia de implantación establece instalar, en primer término, un empresa de capital extranjero, para la explotación de la madera, la cual es un recurso rico de la sierra. Para la consolidación del plan, un hacendado con hacienda, pero que vive en la ciudad, se traslada a la sierra para establecer las condiciones que exigen los gringos para instalar la empresa. El terrateniente pone en marcha el plan, con el financiamiento que recibe; compra tierras, con sus indios incluidos, realiza trabajos de reforestación, reorienta los cultivos, explota la leña y el carbón y hasta logra incorporar a todo el pueblo, en una acción que bajo demagogia nacionalista y bendiciones cristianas, en nombre del futuro, logran mano de obra gratis para construir una carretera. Por supuesto, la población del pueblo, así como cholos e indios paga con sacrificios el deber cumplido por la patria; mientras que las autoridades hacen jugosos negocios. Así, por ejemplo, el cura que hace de intermediario en la negociación de las tierras obtiene jugosas ganancias vía las comisiones de las transacciones. La venta de las misas y obligaciones de la población en servicios religiosos fueron acompañadas por las nuevas actividades producto de las inversiones del cura: transporte de personas y mercancía, acabando con el transporte tradicional de las bestias que hacían los cholos; además de la flota de camiones para las necesidades de las obras públicas.

En diversos hechos, a lo largo de la novela, nuestro autor va pintando las actuaciones de la clase dirigente frente al pueblo y la población indígena. El trato del hacendado con las mujeres es de arbitrariedad, cuando el patrón "le provoca" viola a la india que sirve de nodriza en su casa y ante la resistencia pasiva de ésta le dice el patrón:

- "Muévete, india bruta –clamó por lo bajo Pereira ante la impavidez de la hembra. Esperaba sin duda un placer mayor, más... "

Se interna el autor en el pensamiento de la india y su actitud de resistencia pasiva:

"¿Gritar? ¿Para qué le quiten el huasipungo al longo? ¿Para que comprueben las patronas su carishinería? ¿Para qué...? ¿No! ¡Eso no! Era mejor quedarse en silencio, insensible." (p.62)

La postura del cura frente a los indígenas no es distinta a la del hacendado. En razón de la fiesta a la virgen el cura había impuesto un pago a la indiada para tal celebración y como no podían lograr la suma requerida fueron a pedirle rebaja al cura. En parte del dialogo se nos muestra:

-Un poquitiú siquiera rebaje, su merce.

-¿eh?

- Un poquitu del valur de la misa.

-¿De la santa misa? ( dice el cura)

-Caru está, pes. Yu pobre ca. Taiticu, boniticu. De donde para sacar. Paga a su mercé, comprar guarapu, chiguaguas, chamisa... pur vaquita y pur gashinita ca, solu 70 sucres diú el compadre.

- ¡oh! Puedes pedir un suplido al patrón. (riposta el cura).

- Cómu no, pes. Lo pite que diú para guarapu mismo está faltandu

El cura no acepta ninguna rebaja y acusa al indio de pichirre con la virgen:

-¡Miserable! No debes mesquinar más porque la Virgen puede calentarse. Y una vez caliente te puede mandar un castigo.

-Ave maría.

-Boniticu.

Nada, nada.

El cura termina maldiciendo al indio y la voz se corre por todo el pueblo; más adelante ocurre una vaguada que arrasa parte del huasipungo y otras zonas, cuestión que se interpreta como la maldición del cura y el castigo de la virgen sobre el pueblo. El indio termina asesinado por sus propios hermanos de sangre... (P.120 y siguientes).

Sobre el grito indígena. La compañía exige los terrenos del huasipungo y como era decisión sin vuelta atrás, el hacendado ordena y la policía ejecuta la orden de desalojo de los indios. Hasta aquí llego la pasividad indígena y su paciencia y docilidad termino en rebelión:

"Y fue entonces cuando Chilinquinga, trepado a un sobre la tapia, crispó sus manos sobre el cuerno lleno de alaridos rebeldes, y, sintiendo con ansia clara e infinita el deseo y la urgencia de todos, invento la palabra que podía orientar la furia reprimida durante siglos, la palabra que podía servirle de bandera y de ciega emoción, grito hasta enronquecer:

-¡Ñucanchic Huasipungo! / -¡Ñucanchic Huasipungo! / – Aullo la indiada levantando en alto sus puños y sus herramientas con fervor que le llegaba de lejos de lo más profundo de la sangre. (P.184).

Tras el levantamiento de los indios, los y el hacendado "héroe nacional" salen precipitados hacia la capital, donde es tratado el tema como problema de seguridad nacional; por tanto, la medida es mandar al ejército que termina a sangre y fuego y el levantamiento indígena. Dice un comentarista:

"...los indios del huasipungo son seres bestiales y degradados y su vida, producto de la explotación, es tan inhumana e irracional que sólo puede resolverse con la masacre"

¡Así concluye la rebelión de piedras contra las armas del ejercito: ¡Masacre indígena! Estamos en pleno despliegue del imperialismo en toda Sudamérica y de su búsqueda de materias primas para mover la industria capitalista. Con el imperialismo vendrá también el proceso de consolidación y aprendizaje de un sujeto histórico inédito que buscará su emancipación.

(1). Jorge Icaza. Huasipungo. Biblioteca Clásica y Contemporánea. Lozada. © Editorial Lozada, Bs. As. Novena edición, 1973. Argentina. Edición veinticinco mil ejemplares.

 

 



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Luís Enrique Villegas


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