La "democracia" en Venezuela

Todo eso de la alternabilidad republicana, voluntad de las mayorías, Leyes y Constitución han sido simples pazguatadas, los puntofijistas siempre hicieron lo que les dio la gana, han usurpado el mando durante cuarenta años. Venezuela nunca pudo sustraerse a la influencia omnímoda de los dictadores, por más que oficialmente estuviesen execrados, como seguramente está pasando ahora con Betancourt y Pérez Jiménez.

Una es la verdad oficial y otra la verdadera. ¿Cambió acaso con Caldera el sistema social que le impuso Betancourt? Las relaciones entre opresores y oprimidos siguieron siendo las mismas; los ductores del pensamiento y los electores del poder de fuego, salvo contadas excepciones permanecieron imperturbables. El caudillo de la "pipa" prosiguió siendo el eterno ausente, al que todo el mundo esperaba verlo retornar, por más que las circunstancias momentáneas parecieran hacerlo imposible. No hay nada más sincero en nuestra vida política que la autoproclamación de la dictadura de los jefes de Estado; porque eso y no otra cosa es lo que han pretendido ser nuestros gobernantes, han aspirado siempre a perpetuarse en el poder de malas maneras o con hipócritas artimañas. Cada uno de ellos ha ocupado largos lapsos históricos, con las manos de la tramoya desvergonzadamente al descubierto, moviendo títeres a su antojo, haciendo sentir hasta los tuétanos de los venezolanos su omnipotencia y predestinación. Como las fratrías huérfanas que se someten a los mandatos del hermano mayor, fungen de adultos sin dejar de ser niños, al igual que la partida que conducen. Si ellos gatean cuando el camina, pueden erguirlos o sumergirlos en el marasmo, elevar sus voces en coros sublimes, o enseñarles el lenguaje de las piaras, adelantar el paso o rezagarlos hasta lo indecible. Este es el papel de los llamados hombres providenciales, gendarmes necesarios, déspotas ilustrados o reyes medioevales. Venezuela, al igual que Hispanoamérica y la misma España, ha sido regida por monarcas absolutos desde hace milenios sin más ley que sus voluntades ni otro destino que aquel elija.

—Los jefes de la horda, llámense caciques, reyes o presidentes vitalicios, son los responsables directos y únicos del atraso o del progreso de sus pueblos, mientras éstos no alcancen el nivel de desarrollo de los llamados cultos, a los que falsamente imitamos en la forma. Cuando los países crecen y llegan a la edad de la razón, sus mandatarios dejan de ser fuentes causales, para ser puros efectos de la voluntad colectiva.

Los mandatarios, por omnipotentes que sean, no pueden trastocar las tres o cuatro instrucciones que reciben por mandato; no pueden inventar nada popular. En Venezuela pueden robar, matar y atropellar las leyes, como pueden ser respetuosos de ellas, administrar los fondos públicos con probidad (como Chávez) o proteger la libertad de prensa. Todas esas posibilidades son aceptables y permisibles para los venezolanos. Corresponde a los hombres providenciales elegir y poner en marcha un estilo de gobierno contenido en los gobernados. Hay actos que los gobernantes en Venezuela están impedidos de hacer: como es entregarle el país a los extranjeros, padecer aberraciones sexuales, o ser debiluchos, temerosos e indecisos. Los reyes deben ser sobrecogedores, envueltos por un nimbo de energía, que ante su presencia se dobleguen, cual si fuesen una divinidad, el más pintado de los hombres.

Señores boliburgueses: ¿Vamos a acabar con la Revolución o vamos a reiniciarla…? Un paso de más sería un acto funesto y culpable. Un paso de más en la línea de la libertad sería la destrucción de la burguesía. En la línea de la igualdad sería la destrucción de la propiedad. El pueblo se cansa. El pueblo aspira a disfrutar del fruto de sus esfuerzos y luchas. Estamos en vísperas de lamentar todos los sacrificios que hemos hecho por la Revolución.

¡Gringos Go Home! ¡Pa'fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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