El 23 de enero: triunfo, caída y continuidad revolucionaria

La conmemoración quincuagenaria del 23 de enero de 1958 dejó ver, desde la acera de la derecha, como es lógico, pero también desde ciertos sectores ligados al proceso bolivariano –lo cual sólo es comprensible como expresión lamentable de ausencia de conocimiento–, una serie de inexactitudes o falsedades que oscurecen la realidad de aquel estelar suceso y sirven a los intereses reaccionarios. La falsedad mayor, cantada en hosannas de prensa, radio y televisión, fue la de que estábamos celebrando "cincuenta años de democracia".

El 23 de enero es un punto descollante en la continuidad de nuestro proceso histórico. Acción multitudinaria, unidad cívico-militar, extinción de una dictadura cerril y proimperialista (aunque nimbada con ciertos contradictorios arrestos de nacionalismo), marcan el carácter de un hecho que no por traicionado deja de merecer el reconocimiento de la mayoría de los venezolanos. Fue culminación de un conflicto prolongado, liderado por revolucionarios y demócratas y cuyo desenlace sobrevino al ritmo de los clarines unitarios. Su celebración corresponde legítimamente al pueblo, a los luchadores que se mantienen consecuentes y a los nuevos revolucionarios, gracias a su sentido de la historia; jamás a quienes arriaron las banderas, enfangaron las esperanzas que hicieron aparecer esa acción como el alba de una nueva Venezuela y desembocaron en el cuadragenio vergonzoso, en el que todo principio fue perseguido, muerto y desaparecido –igual que buena parte de quienes enfrentaron la traición– y donde, válganos la remembranza de Cervantes, toda inmoralidad tuvo su asiento.

El 23 de enero fue toda una epopeya de pueblo global, armado y civil, culminatoria de una lucha heroica sostenida a lo largo de casi una década. Por ello es preciso reconocer y valorar tanto la fecha en sí como la prolongada acción de resistencia que la produjo Quienes en aquella época nos arrimamos imberbes al fragor de la política recordamos vívidamente los hechos y sus antecedentes inmediatos. Acciondemocratistas (para la fecha un título digno, amparado en el supuesto, que a tantos nos cautivó, de una "revolución popular, antifeudal y antimperialista"), comunistas, independientes progresistas y, en menor escala, urredistas y copeyanos, organizaron la lucha de casi diez años. El desarrollo de los acontecimientos llevó a que hacia mediados de aquella década hubiese en la práctica dos partidos AD: el tradicional devenido en derechista y uno de izquierda nacido al calor de los combates, sobre el cual fue recayendo, en lo fundamental junto a los comunistas, la responsabilidad de la lucha. Muchas y muchos quedaron en el camino, víctimas de la siniestra policía represiva que tenía cordones umbilicales con el Norte.

Mas al lado del resultado concreto e inmediato, y luminoso –el derribo de una dictadura criminal y servil a los intereses imperialistas del Norte–, debemos examinar con exactitud su fase oscura, que en este caso es trágicamente visible. La luz duró solamente doce meses, durante los cuales Venezuela fue probablemente el país más libre del mundo. Las multitudes eran dueñas de la calle, rechazaban todo intento de recurrencia dictatorial y expresaban una alegría que tenía la medida de sus esperanzas. Pero un año más tarde comenzó a diluirse el velo de las ilusiones y revelarse el rostro a lo Dorian Grey de una de las mayores frustraciones populares de nuestra historia, la tercera, a mi juicio, luego de las de la Independencia y la Federación.

La izquierda revolucionaria –encabezada públicamente por el PCV, pero con corrientes muy fuertes en AD y en URD y hasta en Copei y en el seno de las fuerzas armadas-, insurgió con un gran prestigio y autoridad moral y política de la noche dictatorial, pero no supo cobrar una victoria que era hechura principalmente suya. Como expresó el Dr. Edgar Sanabria, el pueblo sembró y la burguesía cosechó. La "unidad del Country Club y La Charneca" –así se decía, con incauto olvido de la lucha de clases– sirvió a la postre para que el primero se tragara a la segunda, comenzando con la eliminación de la Junta Patriótica mediante el truco de ampliarla. Y luego, en lugar de prohijar una reforma agraria que ganara al campesinado, todavía con gran peso poblacional, se dio el espaldarazo a unas elecciones inmediatas, lo cual significaba abrir las puertas a Rómulo Betancourt, ya en cuerpo y alma entregado al imperio. Vino a "aislar y segregar" a los revolucionarios y supo hacer a fuego y sangre esa tarea ("disparar primero y averiguar después" – "las calles son de la policía"). Lo cual costó al país, tras un año de democracia real, cuarenta de tragedia e ignominia.

Por eso, cuando quienes capitalizaron la victoria se voltearon y convirtieron en servidores de la oligarquía y el imperio, cuando del seno de los torturados de la dictadura surgieron los torturadores de la democracia (los cuales inaugurarían aquí la figura del desaparecido, aquí y no en ninguna de las satrapías que entonces asolaban el continente), los luchadores dignos se aprestaron a organizar los nuevos combates.

La contienda, frontal y terrible, intensificó su carácter de lid patriótica contra la antipatria. Pero errores de mucha monta, el principal una acción armada postiza, sin lazos orgánicos con el pueblo, que no la comprendía cabalmente, ocasionaron la derrota de los patriotas y con ella la desunión y la deserción de algunos, que tenían las convicciones en la piel. La dominación imperialista-oligárquica se fue afianzando, el país se sumió en somnolencia y toda esperanza parecía perdida.

Mas la procesión andaba por dentro, en las barriadas populares y en las insospechables guarniciones castrenses, y de ese modo, en dos febreros que lucieron sorprendentes o inesperados, el pueblo estalló en los relámpagos trágicos del caracazo y se desencadenó la rebelión militar. Se produjo con ello el reencuentro entre el pueblo civil y su porción armada, de nuevo imbuida en el espíritu del Libertador, y el encuentro entre el pueblo como un todo y su líder, tremolante de las banderas del caraqueño inmortal. La Revolución Bolivariana había comenzado.

Vemos así el hilo que une al ahora cincuentón 23 de enero con la sacudida político-social que está transformando a Venezuela. El mismo hilo que arranca de la resistencia indígena encarnada en la figura de Guaicaipuro y enlaza el curso de nuestra historia: oprimidos versus opresores, pueblo versus oligarcas, nación versus imperio. Siempre un enemigo externo fundamental: el coloniaje hispano tricentenario, la influencia y los zarpazos imperiales anglo-franco-germano-holandeses y el imperialismo estadounidense multiavasallador, que nos arrebató el siglo XX; éste con mucho el más perverso, pero también será el último.



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Freddy J. Melo


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