¡Unidad Política! ¿propuesta que desconcierta?: Respuesta a Evaristo Marcano

En respuesta a "Javier Biardeau: ¿Desconcierta?" (http://www.aporrea.org/ideologia/a199338.html), estimado Evaristo, creo que el objetivo central de mi artículo es un claro llamado a la construcción de la “unidad política del campo bolivariano”, unidad promulgada y enarbolada a los cuatro vientos, pero en realidad maltratada en los hechos, acciones y entre-líneas. Parto de un llamado de atención del propio Chávez el día 8 de diciembre de 2012 cuando dijo:

“Si en algo debo insistir en este nuevo escenario (su enfermedad), en esta nueva batalla, en este nuevo trance —diría un llanero por allá— bueno es en fortalecer la unidad nacional, la unidad de todas las fuerzas populares, la unidad de todas las fuerzas revolucionarias, la unidad de toda la Fuerza Armada, mis queridos soldados, camaradas, compañeros; la unidad del Ejército, mi Ejército, mi amado Ejército. El Ejército, la Marina, mí amada Marina. Digo porque los adversarios, los enemigos del país no descasan ni descansarán en la intriga, en trata de dividir, y sobre todo aprovechando circunstancias como estas, pues. Entonces, ¿cuál es nuestra respuesta? Unidad, unidad y más unidad.”

De aquella alocución, se ha instituido con gran difusión masiva la consigna “unidad, batalla, lucha y victoria”; sin profundizar, en algunos casos siquiera, que la secuencia no es un asunto simplemente lógico (o una amalgama mecánica), sino que responde a la articulación política de momentos, que son entre sí, mutuamente dependientes, eslabones que si llegasen a romperse, conducirían no sólo a la derrota sino a la des-unión y debilitamiento de las fuerzas bolivarianas.

Del mismo fragmento aludido, y que no puede descontextualizarse del resto de la intervención de Chávez, también cabe destacar lo que pudieran denominarse como atributos que cualifican la “unidad política” propuesta:

a) en primer lugar, la “unidad nacional”, lo cual coloca en escena la contradicción entre la independencia nacional y las pretensiones de Washington de colocar de nuevo a Venezuela bajo su tutela y radio de influencia geopolítico;

b) la “unidad de las fuerzas populares”, lo cual coloca en escena la contradicción entre los intereses, demandas y aspiraciones del bloque social de los oprimidos, subalternos y excluidos, frente a los intereses históricos de los sectores históricamente  dominantes del país, los viejos o nuevos sectores económicos dominantes;

c) la “unidad de las fuerzas revolucionarias”, lo cual coloca sobre la mesa un elemento clave en la escena, el cual es su dirección o conducción política, si se trata en concreto de una “revolución democrática permanente” para la transición al socialismo; y es de esto que se está hablando, y no sólo de la gestión reformista-distributiva de la renta petrolera, la cual puede realizarse sin problemas desde un pacto populista de conciliación entre elites, como lo fue el proyecto adeco-copeyano de reformas en el interior del propio Metabolismo del Capital;

d) La “unidad de las FANB”, alrededor de la defensa irreductible de la independencia nacional y las garantías sociales, elementos claves para superar las anteriores visiones “Pentagonistas” de Seguridad y Defensa de la Nación, en las cuales las tareas de contribución en el “Desarrollo Integral de la Nación”, serían interpretadas de modo reduccionista bajo los códigos doctrinarios de la seguridad hemisférica norteamericana o de los “Aparatos Represivos del Estado Capitalista".

Si la conducción política estuviera a la altura de la construcción de un nuevo Bloque Histórico (Poder Popular, Dirección Revolucionaria y transición al Socialismo), y si el proyecto del GPP fuese un eslabón clave de tal tarea (y no meramente una alianza electoral para repartir cuotas), estos cuatro aspectos de la “unidad política” serían vectores fundamentales para avanzar en la superación de los graves escollos de un proyecto histórico, escollos que podrían poner en riesgo la totalización de los objetivos históricos del Plan de la Patria, en caso de hacerse además un énfasis unilateral en una concepción desarrollista-modernizadora del objetivo histórico número tres (3), referido a lograr convertir a Venezuela en una mediana potencia económica, social y política en un Gran Bloque Continental de poder, sin colocar sobre la mesa la transformación o no de las relaciones sociales de producción, distribución y consumo capitalistas.

Allí quedan entrelineas las dificultades de las concepciones etapistas de la revolución (Liberación Nacional, primero; Socialismo, después) que conciben, para los “países dependientes” del Sur, la inevitabilidad del desarrollo capitalista de sus fuerzas productivas como premisa para imaginar, pensar y actuar en función de un posterior tránsito post-capitalista. O peor aún, utilizar la “simbología revolucionaria” como “opio del pueblo”, para llevar a cabo un simple ejercicio reformista del poder, una “revolución pasiva” tal como ocurrió en la “revolución institucionalizada” a la PRI mexicano.

Obviamente, esto último depende de la concepción teórica e ideológica de la conducción política en la actual etapa del proceso de transformaciones, con todas las dificultades y razones expuestas recientemente en su ensayo por Mario Silva[i], cuando intenta distanciarse, al mismo tiempo, de una incorrecta interpretación de sectores de la derecha pragmática (de carácter interno), como de un ultra-izquierdismo que frasea mecánicamente los guiones de los manuales ortodoxos de construcción del socialismo del siglo XX; o incluso de aquella otra corriente, que supone que sintetiza en su seno el monopolio de la voz libertaria de las luchas populares del presente y del “por-venir de la revuelta”.

Allí coloca en su artículo Silva, la experiencia del Chile de Allende como revelador de contradicciones y tensiones que deben abordarse metódicamente para evitar viejos errores y claudicaciones.

En términos generales, comparto el análisis allí expuesto, sobremanera si todavía arrastramos las inercias de los viejos paradigmas revolucionarios que generalmente aprendemos, convertidos en frases dogmáticas, castrantes y conservadoras. Estamos en otro mundo mucho más complejo, incierto y amenazado por conflictos inéditos, que pudieran llevar incluso a la desaparición misma de la especie humana, si ocurriera una cascada de decisiones desafortunadas. Allí no caben las recetas del ABC del Comunismo, ni los ladrillos del “Marxismo Soviético” ni aquella frase de “permítanos pensar por usted”.

Cuando se habla precisamente de “Unidad, batalla, lucha y victoria” como consigna simple y vacía, se pierden de vista todas las implicaciones que tendría un verdadero trabajo político para la construcción de la “unidad política”. Tampoco allí cabe una interpretación que coloque a la crítica en un lugar secundario, o que la convierta en un instrumento servil para las más burdas concepciones de la disciplina en el campo revolucionario.

Una revolución no se hace con un “rebaño bramando consignas”. Cuando eso ocurre puede aparecer con facilidad el más grotesco fascismo. Aquí traería a colación el importante ensayo del lingüista Noam Chomsky cuando señala que una “democracia participativa” se degrada cuando convierte al mayor número en un rebaño “desconcertado que brama y pisotea”[ii].

Chomsky plantea que la separación entre ciudadanía activa, minoritaria y selecta (“clase política” según el elitismo neo-maquiavélico) y lo que el viejo politólogo norteamericano Walter Lippmann llamaba “rebaño desconcertado” es precisamente la clave para comprender el contenido oligárquico de las democracias realmente existentes. Otros autores han venido hablando de pos-democracias para develar la farsa democrática de los grupos de poder que controlan los centros estratégicos de decisión de una sociedad, especialmente su política económica.

La “clase política” asume papeles en cuestiones relativas al gobierno y la administración, se compone de personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos; constituyen asimismo un porcentaje pequeño de la población total. Mientras, aquellos otros fuera del “grupo minoritario de decisión” y a la vez siendo la mayoría de la población, se convierten en simples espectadores, casi televidentes en vez de miembros participantes de forma activa.

La democracia representativa, y peor aún, el “centralismo burocrático” de los partidos únicos del socialismo real, suponen que sólo la clase especializada en funciones de decisión son hacedores de política, mientras espera de los espectadores de tribuna, que se apoltronen y se conviertan en sujetos de obediencia y sumisión.

Dice Chomsky que para el “sentido común” que segrega la democracia representativa la gente “es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas”. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar, por tanto, al rebaño desconcertado, y “no dejarle que brame y pisotee y destruya las cosas”, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que “sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle”.

Para Chomsky, quien obviamente ironiza, entonces: “No damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.”

Se requiere en este enfoque tutela, cuando no un gendarme necesario.

¿Acaso no sería una de las grandes transformaciones del paradigma de las viejas revoluciones considerar a fondo esto de la democracia participativa?

Quizás uno que otro “Bolchevique de modé” suponga que esto es creer en cuentos de camino. Que sólo y únicamente la “Vanguardia” califica para el ejercicio de la “democracia participativa y protagónica”. Para el resto, sólo queda conformarse con su lugar en la división jerárquica de trabajo, ejecutando sus tareas y bramando consignas, debidamente aceitadas y administradas por un sistema de propaganda, publicidad institucional y educación bancaria (Freire dixit). Quizás en otra versión, el rebaño debe pasar por un proceso de decantación de formación de cuadros, escalando posiciones en los anillos concéntricos y jerarquizados de la organización revolucionaria.

Estimado Evaristo, hay ruido en su interpretación si usted elimina el siguiente párrafo de mi anterior artículo:

“¿Dijo usted necesidad de críticas y rectificaciones? Ciertamente, se requieren gestos irreverentes de crítica, fortalecer la democracia participativa, consolidar la contraloría social, asumir propuestas alternativas en materia socio-económica, corregir a fondo rumbos perdidos, pero en el contexto de la unidad política”.

Y más adelante agrego:

“El llamado ahora ´proceso chavista´, con todas sus contrariedades internas, no sólo se enfrenta a las encrucijadas de su herencia ideológica, a malestares ante decisiones de su jefatura política, o a la evaluación de desempeño de su gestión de gobierno. Existen valederos cuestionamientos en materia de políticas públicas, en el desempeño económico y en su impacto social, los indicadores muestran tendencias negativas. Pero el proceso bolivariano no sólo enfrenta problemas de gestión. No, se enfrenta a la interrogante sobre su ´viabilidad histórica´.”

¿Qué significa para mí perder de vista el cuadro de la “situación de conjunto” o realizar críticas ego-céntricas?

Obviar del campo de la percepción y de la interpretación de la coyuntura y de la situación “las amenazas externas a la existencia política misma del fenómeno sociopolítico que encarnó Chávez y el pueblo bolivariano”.

Estas amenazas, se expresan directamente en diversas acciones de desestabilización, pero además en los síntomas de pasiones contenidas en las voces opositoras; e indirectamente se condensan en la verbalización de determinadas “nociones” que pretenden pasar por “conceptos”.

Ha sido tan eficaz la táctica de desensibilización ante las amenazas, que consideramos que lo que ocurre actualmente es un efecto exclusivo de “factores políticos internos”.

De modo, que esto me lleva a mí a considerar relativamente exitosa la campaña de no intervención activa de Washington en la actual coyuntura, manteniendo una actitud vigilante, pero no explícitamente injerencista en términos gruesos (como caimán en boca é caño), para observar consolidarse la tendencia de desgaste y de desconcierto del propio Gobierno Bolivariano, que no logra enfrentar todas las aristas de un “enemigo borroso” que sigue moviendo sus piezas con gran inteligencia táctica. Y para colmo, que aprovecha todas las vulnerabilidades, flancos descubiertos y debilidades ético-políticas de la “clase político-económica oficialista”.

¿Acaso uno llama a bajarle el volumen a la irreverencia de la crítica, a hacerse cómplices de la impunidad, a unirse a la soberbia de quienes deberían leer el “Ensayo sobre la Ceguera” de Saramago? ¿No es acaso el ensayo de Saramago una metáfora perfecta para comprender las actitudes vitales de los que apropiándose de la Renta Petrolera dicen “que aquí todo está bien, dejen de ser criticones y criticonas”?

No estimado Evaristo, la “unidad política” es precisamente indispensable para evitar lo peor, evitar el desmadre, evitar la ceguera. Espacio abandonado será espacio ocupado por quienes se comportan bajo la premisa que “correr la arruga es la única opción”.

Sólo en la interpelación “cara a cara”, en el encuentro de los iguales, en donde será posible despejar estos asuntos que inquietan a los y las simpatizantes, activistas y militantes de la Revolución Bolivariana. La Unidad es fundamental, y la única manera de encontrar allí los elementos comunes, es poniendo las instancias de debate y deliberación a funcionar. Claro que debe participar la estructura de dirección del Gobierno y la Dirección Nacional del PSUV. Así también deben participar las direcciones de los factores políticos y sociales del GPP-SB, así como también convocar a movimientos sociales, como corrientes populares y revolucionarias.

¿Qué esperan? “Que el rebaño que pisotea y brame busque otras alternativas”.

¿Quién dijo temor a la crítica? Lo que si señalé es que hay una crítica que huele a una actitud simétrica de la soberbia que se cuestiona en la dirección política. Es decir, que enarbola la crítica para evadir sus responsabilidades políticas; es decir, las consecuencias y efectos de la crítica en las correlaciones de fuerzas y sentidos que se tramitan en la esfera pública.

Una crítica cuyo saldo es debilitar fuerzas y llamar a fracturas no me parece responsable en la actual situación. El enemigo no es tonto y seguramente está detrás de las informaciones sobre el desempeño del gobierno (y de las corrientes críticas).

El enemigo es tan inteligente que si observa que el destino de la crítica es debilitar al gobierno o promover una fractura, le va a otorgar todas las facilidades. Eso se llama la combinación de tácticas de “explosión-implosión”.

El enemigo espera la estructura de oportunidad del estallido; y promueve todas las estructuras de apoyo a la movilización y de facilitación de factores detonantes. Pero además, promueve la implosión, el ablandamiento, el desconcierto, la confusión y el quiebre necesario entre la base de apoyo y la conducción política del proceso bolivariano, o al menos una fractura en su estructura significativa de dirección.

Hay muchos modos de infiltrar y cooptar. Hay muchos modos de inducir la deslegitimación de los cuadros de dirección. No hay mejor manera de facilitar la “putrefacción” que facilitar la “corrupción”. De modo, que si usted analiza los momentos previos de la implosión en el ex campo socialista vera allí mucha pero mucha corrupción.  

¿Quién afirmó que la premisa era administrar o adormecer la crítica? Al menos, si eso fue lo que se leyó, entonces no fue a mí quien me leyó.

Que recomiendo ser cautelosos y suspicaces, que no le quepa la menor duda a nadie. Ahora bien, que mencione algo como utilizar implementos hípicos: lengua amarrada, las gríngolas o los casquillos correctores, eso es otra cosa. Lo que ocurre es que la unidad sin crítica es equivalente a la crítica que des-une: ambas debilitan. No estimado Evaristo, no se desconcierte. Hay matices y énfasis. Quizás allí hice énfasis en la unidad política, pero ¿quién dijo?: ¡No a la crítica!

El asunto de la rectificación es para mí un viejo imperativo de las situaciones que se han venido acumulando. Sin embargo, no olvidemos a Bolívar

“Unámonos o la anarquía nos devorará, sólo la unidad nos falta para completar la obra de nuestra regeneración…”.

También dijo Chávez:

“(…) los adversarios, los enemigos del país no descasan ni descansarán en la intriga, en trata de dividir, y sobre todo aprovechando circunstancias como estas, pues. Entonces, ¿cuál es nuestra respuesta? Unidad, unidad y más unidad.”

¿Todavía hay desconcierto?


[i] Una humilde reflexión con citas: http://www.aporrea.org/actualidad/a199307.html

[ii] http://larevuelta.blogspot.com/2007/06/el-rebao-desconcertado-que-brama-y.html

 



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Javier Biardeau

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

 jbiardeau@gmail.com      @jbiardeau

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