En la celebración del Día internacional por la Eliminación de la violencia contra la mujer

Una vida sin violencia también significa sin homo-transfobia

 

La Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia ha sido un paso gigante y firme en la decisión por romper con la opresión del sistema sexo-género. Son varios los compañeros de trabajo y de calle que he escuchado alertarse porque un amigo fue sentenciado a ir a un taller luego de una pelea con la novia. Ha sido una Ley para atajar con urgencia la violencia de género en la casa y el trabajo, orientar la construcción de una institucionalidad para la prevención y atención de todos los casos, pero además pensada para borrar del imaginario social la supremacía del hombre sobre la mujer.

El éxito progresivo que ha tenido la ley como instrumento del feminismo popular es innegable, y da la razón a las organizaciones e individualidades que vienen clamando por un marco legal que penalice los actos y crímenes por homo-transfobia. Así, habría una institucionalidad que norme un debate nacional sobre qué es y cómo se ejerce este tipo de violencia. Eso nos obligaría a pensar los mecanismos jurídicos para procesar las denuncias, lo que automáticamente nos llevaría a una profunda trans-formación de los cuerpos de seguridad, de los entes de salud y del Ministerio Público; para finalmente sentar las bases de políticas públicas específicas que encarnen otras banderas de la comunidad sexo-género diversa como la currícula escolar, la formación de educadoras y educadores, la reglamentación de los contenidos sobre el tema en los Medios Masivos de Difusión, y la obligatoria revisión del matrimonio civil y los modelos de familia.

Nada más que el debate nacional sobre qué es y cómo se ejerce la homo-transfobia ya significaría un gran avance, porque si bien el respeto por la sexo-género diversidad está ligeramente posicionado, pareciera que pocxs cuestionaran los altos niveles de discriminación en nuestro hablar cotidiano. Se asume la violencia como la agresión física, tal como sucedía con la violencia hacia la mujer, obviando lo perverso de la agresión psicológica a través de dispositivos naturalizados como los chistes, el estigma y la ridiculización permanente.

Este debate sería un espacio para gritar que la homo-transfobia mata. Mata a los seres que acosados por el juicio permanente, el rechazo familiar-escolar, el estigma desde todo el aparato Estatal y la violencia laboral, son inducidos al suicidio. Mata el alma de quienes mientras cumplían con la imposición social del proyecto de vida heterosexual, descubrieron inesperadamente sensaciones de cariño o deseo por alguien de su mismo sexo pero el miedo les hizo callar y tragar grueso. Mata a las trans que obligadas a la prostitución para sobrevivir son víctimas de pandilleros neonazis o de policías que mientras las violan se sienten con la autoridad de gritarles que nadie se preocupará por ellas. Pero fundamentalmente mata el ideal de igualdad y justicia social que nos impulsa a aspirar un socialismo bolivariano, porque la construcción colectiva armónica no solo se hace rompiendo con el dominio de clase y de raza, sino acabando con la violencia de género y en ella la homo-transfobia.

victorferminista@gmail.com



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