En México, la búsqueda de los 43 desaparecidos ha dado pie para ir destapando una increible olla de corrupción y delincuencia que ha penetrado las instituciones estadales y cuyo poder es tan grande que tiene al presidente Peña Nieto guabineando, en un sí pero no que denota complicidad y miedo a que la verdad salga a la luz. Lo que se ha ido descubriendo, apenas la punta del iceberg, es tan macabro como una de esas demenciales películas donde la maldad siempre triunfa y mueren todos los protagonistas buenos... pero es la pura realidad. Gobernadores, alcaldes y demás con poder sobre la vida y la muerte es el pan de cada día en esa otrora luminosa nación.
¿Esa realidad está lejos de ser la venezolana? Pues parece a la vuelta de la esquina: se han ido arraigando en diversos lugares del país grandes mafias que práctcamente se han ido cartelizando, sindicalizando, para manejar todas o casi todas las especialidades delictivas en determinadas regiones y ciudades. El dominio casi total de estos grupos se evidencia en el cobro de vacuna en muchas centros urbanos y rurales, en ocasiones en abierta competencia con cuerpos policiales corrompidos. Se ha llegado hasta a repartir el campo de influencia de ambos grupos, no de manera formal, pero sí en la práctica: deja que cobren por allá, que nosotros cobramos por aquí. La realidad es que en estas ciudades bajo dominio del hampa no se alza ni un kiosquito sin pagar la "prote". Así como se lee.
La masacre ocurrida en Guárico, con once asesinatos producto del enfrentamiento entre bandas rivales, las aseveraciones de José Vicente sobre las grandes mafias que se han unido en el oriente del país y la noticia aparecida en Aporrea sobre el poder del estado paralelo y paramilitar en Barinas, son apenas algunos de los graves indicios de la escalada delincuencial que pugna por apoderarse del país.