El baile del tusero y el humor venezolano

Aprovechando el espacio crítico que los compañeros Eligio Damas y Amaranta Rojas introducen en sendos escritos en aporrea.org, en relación con la presencia de ciertos personajes públicos que esta sociedad reconoce como «intelectuales», insistiendo siempre en prodigarle "a este género especialísimo de seres humanos" un trato privilegiado, al punto de ofertarle –siempre y cuando sirvan como vehículos ideológicos de las «bondades» del Estado, claro está− no sólo viajes y subsidios de todo tipo, sino además cargos en la administración pública; me gustaría saludar esta sana iniciativa de reflexión de estos compañeros en torno a un tema del cual siempre he tratado de hacer referencia en mis escritos: se trata de la infertilidad mediática del género del humor de Venezuela en estas últimas décadas.

Y digo «infertilidad mediática» porque no dudo un sólo instante que el pueblo venezolano haya abandonado el ejercicio del humor. Cualquier persona que esté alerta puede constatar casi a diario su maravillosa presencia en muchas de las conversaciones o situaciones de calle con las cuales tropieza cuando va al trabajo o visita cualquier espacio de este territorio que llaman Venezuela. Ni los espacios urbanos se escapan de esta dinámica. Mucho menos ese semillero de rebeldías que es la ciudad capital.

He visto estallar en risas a una multitud amontonada de personas que viajan en un vagón del Metro por un agudo y finísimo comentario humorístico de un humilde pasajero. Y no me estoy refiriendo al chiste y la comicidad, que también nacen a montón entre nosotros, sino al verdadero humor, ese que es capaz de «leer» e ironizar en simples circunstancias vitales, la presencia de males estructurales consolidados por la «humanidad».

Pero nuestro humor no es «noticia», sino hasta que alguien se dedica a cultivarlo en forma deliberada, y con su genio, puede despertar la empatía de quienes lo rodean, al punto de publicitarlo y lanzarlo al escenario mediático. Nosotros, apurados siempre en la tarea de la sobrevivencia, difícilmente podemos disponer de ese espacio «intelectual» profundamente humano, para cultivar el género, y lidiar además con las trabas técnicas y económicas que supondría la retroalimentación con un público significativo. En consecuencia, generalmente ocurre que grupos privilegiados de la población venezolana (aquellos que tuvieron la fortuna de nacer en hogares «holgados» no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista del esmerado cuidado de una formación cultural determinada) se hacen con la creativa «empresa» de la risa, la sonrisa y la carcajada. Y todas ellas en sus diversas manifestaciones genéricas, se las subsidia naturalmente el Estado. El sarcasmo, la ironía… el humor en el pobre, sólo llegan en este tipo de sociedad, a ser considerados puro atrevimiento. Y en muchas ocasiones recibe una respuesta «contundente» de parte del «poder constituido» por más «democrático» que diga ser.

Sin embargo, no siempre el saldo es negativo para los más vulnerables. En ocasiones, de esas cunas encumbradas que han macerado «fortunas materiales» y/o «fortunas intelectuales» nacen auténticos voceros de las causas populares, personajes que se niegan a formar parte del aparato del Estado, mostrándose siempre rebeldes, dignos a sus principios éticos, como fue el caso de Aquiles Nazoa; y en alguna ocasión, ofrendando por ello hasta su vida: el trágico suceso en Venezuela del humorista Leoncio Martínez "Leo", quien murió víctima de una paliza que según refiere la memoria popular (que nunca falla cuando recuerda a sus muertos) le propinó hace setenta y siete años un grupo de la organización de derecha Unión Nacional Estudiantil en el cual se encontraban los para entonces "jóvenes": Rafael Caldera, Pedro José Lara Peña, Tomás Enrique Castillo Batalla y Lorenzo Fernández...

Lo que estos compañeros que escriben para aporrea.org y que muchas personas reclamamos a este grupo privilegiado que se dedica a «ejercitar su intelecto», tiene que ver con esa «vocería» natural y empática que algunos de ellos tienen con las causas populares, y que en ocasiones pareciera sólo servirles para gozar individualmente de prebendas que el resto de la población jamás podrá tener. Asumen nuestro punto de vista y nuestra voz para alcanzar fama y consideración, pero de pronto dejan de ser termómetros de las expectativas populares para formar parte de los aplaudidores de oficio y de quienes sostienen un orden injusto que a todas luces comienza a mostrar sus garras y sus colmillos a los más humildes.

En respuesta a sus conductas poco éticas, los «intelectuales» pierden literalmente la «gracia», y en forma paralela pierden su «sintonía» con las mayorías vulnerables, para sólo arrancar las risas, sonrisas y carcajadas compradas de las élites cercanas al poder o hipnotizadas aún por las conexiones neuronales emotivas generadas por el esquema del «legado del Comandante Eterno», quienes los alientan y no cesan de lanzarles alabanzas. Cualquier observación irreverente por parte de algún «pata en el suelo» es producto de la «ignorancia» típica que nos caracteriza. Contra esa élite celestial no puede haber críticas, sólo halagos.

Conozco a una «tránsfuga del humor» quien ante un señalamiento contra su silencio por las conocidas desviaciones de este supuesto proceso bolivariano, respondió que la ignorancia era atrevida, porque ella (en privado, claro está, y sin que nadie lo supiera) le había hecho llegar a "su presi" muchos alertas en cuando a situaciones irregulares dentro del gobierno, pero como ninguno de nosotros conocía sus «grandes esfuerzos», por eso la juzgábamos injustamente. Lo cierto es que la «pobrecita» no se perdió ni uno de los premios, viajes y prebendas que le ha otorgado y sigue otorgando el poder, a pesar de que sus producciones son cada vez más patéticas y ya no tienen el impacto que solían tener dentro de los más humildes, execrados eternos de la verdadera participación en la construcción de políticas públicas, aunque la retórica institucionalista diga lo contrario.

Por ello nuestra inventiva popular –la irreverencia natural incontrolable que nunca acatará líneas ni se dejará controlar por poderes de turno, y que además siempre será la legítima fuente del humor y de la creación en general− los imagina así: «bailando en un tusero», tal y como lo señaló la compañera Amaranta Rojas, y magistralmente detalló el compañero Eligio Damas. Y quizás mientras ellos «bailan en un tusero» al son de la música que le toca el gobierno, nosotros ya estemos en la olla del hervido, y los convidados de siempre se apresten a servirse de nosotros para consumar, una vez más, el ritual siniestro de la traición, y otros el de la venganza. Pero otros vendrán, como dicen lúcidamente estos dos compañeros, cada vez más «claritos» en torno al «funcionamiento» del aparato del Estado y las actuaciones clasistas de esos personajes conocidos como «intelectuales». Y otra, por supuesto, habrá de ser la dinámica de la historia de nuestros pueblos.

Entonces el pensar no será un privilegio de élites, ni el «humor» una «profesión» para «coquetear» con el poder, sino un ejercicio natural y necesario de salud pública.



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Gladys Emilia Guevara


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