Sería más humanos matarlos

Parodiando al poeta se puede decir que cuando se tiene a un familiar
preso, todos sus relativos también viven aherrojados y la malditos dentro
de la misma cárcel. Resulta increíble la gran cantidad de dinero que un
preso necesita para salir con algo de vida de esos antros llamadas las
cárceles venezolanas. Un preso exige dinero porque se le extorsiona,
porque se le vende droga para poder olvidar su miserable y terrible
situación; porque necesita protección cada día de los que se han hecho
fieras para imponerse y tener el control de las celas o pabellones; porque
en las cárceles se vuelve guiñapo o fiera el que a ella entra: y si entró
siendo un pobre delincuente si sale, volverá a la calle cargado de
brutales resentimientos, de un odio enfermizo, de crueles e incontenibles
necesidad de matar, de vengarse del mundo que le ha quitado todo y que le
niega la vida. La mayoría en verdad sale mal de la cabeza.

Cada preso en Venezuela arrastra al mal a la hija que tiene que
seguramente tendrá que volverse puta para mantener el hogar o subsistir
por sus propios medios; destruye al hijo que tiene que salir a buscarse el
pan por el medio o los métodos que seas; a la madre o a la esposa que
acaban siendo vistas como seres despreciables por los vecinos o por los
viejos amigos, seres que igualmente acaban siendo condenados, malditos y
perdidos de manera irremediable para la sociedad. Yo he visto este cuadro
horrible y por eso lo he planteado tantas veces. Lo he venido también
denunciando en nuestra revolución bolivariana pero no se escucha, nadie me
hace caso. Debo decir que en algunas cárceles se está torturando con
métodos horribles, con electricidad, con golpes y asfixia. Alguien podría
pedirme que les dé prueba, y yo les pido, carajo, que hagan operativos
sorpresivos en ellas, con un juez y un fiscal para que constaten esa
realidad. ¿O quieren acaso que jodan a los que me pasan esta información,
para que los ubiquen y los maten? Ahí, los asesinos no se andan con
cuentos, pero tampoco es para alarmarse y suponer que lo que se quiere es
crear escándalos cuando cada día los reportes que de esos infiernos salen
lo que revela es una constante violación a los derechos humanos,
explotación, vejación y extorsión de los familiares de los presos, además
de asesinatos por encargo y un triturar sin pausa del alma, de la
conciencia y de dignidad de los allí recluidos. Peor que la pena de muerte
es esa muerte lenta de la dignidad de los hombres allí hacinados,
convertidos en piltrafas humanas, sin esperanza ninguna de volver a ser
integrados en la sociedad y que acaban por convivir “enamorados” de la
vileza, regodeados en la más oprobiosa degradación.

A ese cuadro de seres que no tienen ninguna ocupación, que pasan el día
sólo mirando el cuadro de su ínfima desolación, poco a poco la locura de
la un permanente estado de impotencia los lleva a entregarse a la
depravación, al crimen, o al suicidio. Porque allí matar es otra forma de
suicidarse. El 90% de las muertes y crímenes que se dan en las cárceles
son producto de una necesidad profunda de autodestruirse, de matar por
morir en los demás.

Las mafias que viven de los presos mueven inmensos capitales, y están
sustentadas en poderosos bufetes, en las policías, en la Guardia Nacional,
en algunos jueces. Y una vez que usted ha entrado en la cárcel, el
calvario se hará eterno. La extorsión tiene el brazo largo, la red es
invisible y mortal, y sobre usted penderá constantemente la acusación, la
condena, el peligro de muerte, la vejación más vil y la sombra siempre
acechante de que tiene que volver tras los barrotes, a morir entre ratas,
cloacas y pestes.

De modo pues, que cada preso arrastra en su condena por lo menos a cinco o
siete personas más. El preso que es abandonado por su mujer, por los
hijos, por los amigos, en un alto grado cuando salga a la calle hará todo
lo posible por vengarse del amor que se le ha negado. No hay regeneración
posible en estos ambientes. Por amor a Dios, suplico que se haga algo, y
si es realmente imposible mejorar tales condiciones como al parece lo
palpamos dentro de la propia revolución bolivariana, yo entonces pido que
se le comience a aplicar a todos los presos la pena de muerte; que se les
lleve a un paredón o a una guillotina: es más humano, más digno, más
decente. Por favor, mátenlos antes que esa gente siga llevando esa
angustia y esa degradación tan espantosa. Mátenlos, por favor. Háganlo por
caridad, ello mismo me lo piden cada vez que les visito.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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