La revolución como verdad viva según Jean-Paul Sartre

Sartre nos entrega el testimonio vivo de su compromiso: “Esta idea que él contribuyó a definir, que profundizó más que nadie hasta convertirla en eje de su literatura y en estímulo de una parte tan vital de las letras contemporáneas, deja de ser aquí una idea. Se convierte en acción: incesante , apasionada y total”. Cito la contraportada de Colonialismo y Neocolonialismo, con el fin de mostrar a un autor que rompió con la filosofía exegética contemporáneas en pro de una libertad de espíritu y generosidad humanas.

La revolución como filosofía de libertad sólo puede ponerse a sí mismo como una verdad viva aquella que es el resultado reflexivo de un experimentar las carencias y soledades que una vida social minada en contra de lo humano puede acarrear. Una verdad viva que es un don que se comparte con el fin de hacer de esta donación una construcción que combata las miserias que vivimos día a día en una sociedad que se niega a la generosidad.

La verdad viva que se arriesga a no ser la Historia, no porque no lo haga, sino porque otros que la hacen en un sentido contrario no se niegan a ser, sino que se interpelan y están dispuestos a ser interpelados bajo la máxima de la negación del otro. Las historias que construye la verdad viva son para ser generalizadas creando una red de donación, reciprocidad y solidaridad que la verdad muerta occidental se niega a escuchar.

Llevar a cabo una Revolución perdiendo toda la esperanza de justificar, una Revolución que vive en lo injustificable según la modernidad instrumental que los poderes tradicionales traen tras de sí. Comenta Sartre en La Critica a la razón dialéctica: “El objeto material el que, por su mediación, desprende la reciprocidad. Pero aún no está vivida como tal; el que recibe, si acepta recibir, aprehende el don como testimonio de no-hostilidad y a la vez como obligación para él mismo de tratar a los recién venidos como huéspedes; se ha franqueado un umbral, y nada más. Mucho habría que insistir sobre la importancia de la temporalidad: el don es y no es un intercambio;o si se quiere,es intercambio vivido como irreversibilidad” (pp.240).

A propósito de lo anterior, el don proviene de las significaciones que surgen de los hombres en cuestión, de su proyecto emancipatorio, que se inscribe en las cosas y en el orden de las cosas: “En todo momento todo es siempre significante y las significaciones nos revelan a hombres y relaciones entre los hombres a través de las estructuras de nuestra sociedad. Pero esas significaciones sólo se nos aparecen en cuanto somos significantes nosotros mismos. Nuestra contemplación del Otro no es nunca contemplativa:lo que nos une a él es el momento de nuestra praxis, una manera de vivir, en lucha o en convivencia, la relación concreta y humana”(pp. 123).

Una revolución que se sabe que la transformación y conversión del mundo no puede hacerse solos, en tanto que la verdad viva (moral hecha piel) de la que es portadora es posible únicamente si todo el mundo es moral. Una revolución que no olvida que la relación con el mundo se realiza en presencia de terceros y bajo el signo de la opresión. Esta opresión no es sólo material, sino también y quizás sobre todo una opresión de valores que son puestos por una conciencia que no es la del movimiento revolucionario. Una revolución de este calibre no debe ser creación de situaciones insolubles. Las situaciones insolubles muchas veces se resuelven con la violencia, por eso son insolubles.

El revolucionario que corresponde a esta revolución, es como el filósofo que no se diferencia del hombre cambiando al mundo. La totalidad e integridad del revolucionario es el hombre en acción, es decir, la filosofía como movimiento hacia una moral concreta: la moralidad es una conversión permanente en el sentido de Trotsky una revolución permanente que rechaza los buenos hábitos porque ellos no son jamás buenos en tanto hábitos.

La moral concreta de esta revolución que vive en lo injustificable se expresa en el decir que el hombre no importa sino al hombre, que por tanto se debe querer al hombre no como creación o descubrimiento del hombre nuevo, sino como defensa de lo que hay más preciado en el ser humano: su propia y permanente invención. Esta revolución debe desconfiar de la moral inmediata de la cotidianidad porque su supuesta espontaneidad esconde el tedio y la ignorancia de valores puestos por una conciencia que contempla la verdad como verdad muerta, el saber como aquello que produce al hombre máquina, productos pasivos.

mguevara2003@yahoo.com


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