Envidia intelectual

Una de las miserias humanas más triste es la envidia, en la religión judeo- cristiana es catalogada como un pecado capital, sin embargo, en Venezuela es muy común encontrar expresiones de esta conducta, sobre todo en la llamada vida intelectual.

El no reconocimiento de los valores, atributos y virtudes del otro, forma parte de esta conducta social algo desdeñable, así lo hicieron por ejemplo con el sabio verdadero Cecilio Acosta, quien fue reconocido por un grande de su tiempo, el mártir de la independencia cubana José Martí y no por muchos de sus coterráneos. La envidia intelectual tiene entre sus mayores exponentes en el siglo XIX al anti bolivariano, Juan Vicente González. No está lejos en la memoria de Venezuela la pléyade de aduladores tarifados por la oprobiosa dictadura de Juan Vicente Gómez, hay que revisar quiénes eran los sostenedores de la tesis del “Gendarme Necesario", para tener una idea de la "calidad" de estos seres.

Como sicarios intelectuales puede denominarse a aquéllos que llegaron a titular a Antonio Guzmán Blanco como el "Ilustre Americano".

En el siglo XX todos los cómplices, escribidores de biografías de los políticos de la IV República, se atrevieron a llamar "padre de la democracia" a Rómulo Betancourt, quien fue nada más y nada menos el iniciador en América Latina de las políticas de desaparecidos. Fueron los mismos que sin un dejo de vergüenza buscaban comprar hasta Premios Nobel para sus escritores, valiéndose del dinero que produce la renta petrolera tan sólo para complacer los caprichos de las clases políticas. Estos individuos eran bozaleados con direcciones de museos, direcciones de ateneos, consulados, embajadas en países socialistas y la publicación de uno que otro libro.

Los mal llamados intelectuales venezolanos, por cierto muy mal vistos por los círculos intelectuales latinoamericanos debido a sus preferencias del estilo de vida norteamericano y europeo, en desmedro de la originalidad de nuestra cultura, son una especie de clase acomodaticia, que medran principalmente en los círculos universitarios convirtiéndose en especie de vacas sagradas, que se colocan más allá del bien y el mal, gozan de una falsa neutralidad que los convierte en cómplices casi tarifados de los amos del capital. A esta clase intelectual tarifada le gusta el Marxismo pero lejos de su país, cuando la gente descubre la lucha de clases ellos declaran que es una ideología decadente, lo aceptan lejos muy requeté lejos de su guarda ropa, nevera y refrigerador. A estos intelectuales les encanta hablar de democracia y política pero no ejercida por los pobres, es decir, la mayoría cree en la participación pero sólo cuando ellos o las personas a las cuales sirven, ganan. Les gusta la historia y la lucha de clases, pero no en el presente sino en el pasado que ya de nada les sirve a los pobres del mundo en estos tiempos, también les encanta la estética de los centros comerciales, de las nuevas ciudades frías del anonimato y las serigrafías de copias de pinturas que jamás poseerán. A sus espíritus sólo los alimenta el consumo impulsado por el capitalismo salvaje que ellos llaman post modernismo. ¡¡Qué mentira!! ¡Y qué bien esconde su cara el pequeño burgués intelectual venezolano!

Hay una cuestión que estos carcamales no le perdonan al Comandante Chávez: haber desnudado la realidad venezolana. No en los libros ni en las tesis que ellos almacenan en las estanterías de los archivos universitarios, que en muy poco por no decir en nada, contribuyen a cambiar las condiciones de existencia del pueblo. Como lo decía Carlitos Marx sabiamente, el mundo está interpretado, lo que hace falta es transformarlo y en eso fue un maestro el Comandante Chávez, quizás sin ser reconocido como una “vaca sagrada” por los "carcamales de la moral burguesa”.

El Comandante Chávez combatió de una manera decidida la pobreza, encontró fórmulas no convencionales para sembrar el petróleo, en materia social supo comprender lo que aún no está escrito en los libros de sociología, sin ser historiador enseñó lecciones de historia patria y universal a medio mundo, sin ser licenciado en asuntos internacionales concretó modelos de integración mundial vigorizando la política y tratando de establecer un nuevo orden de cosas. Chávez incentivó la lectura y ahondó en la interpretación de las leyes, logró que la Constitución dejase de ser letra muerta, a través de sus programas radiales y el televisivo “Aló Presidente” permitió que mucha gente –en mayor proporción que todas las universidades del país juntas-, estudiara y conociera a filósofos, literatos, intelectuales progresistas y periodistas,
El Comandante Supremo hizo de la política un asunto de todos y no un negocio de cúpulas, fue un verdadero campeón en asuntos de democracia participativa y protagónica, convirtiendo el poder en algo cotidiano, esto es lo que los griegos deseaban con anhelo y no lograron, mientras que Chávez sí lo consiguió. “El arañero de Sabaneta” nunca dejó de ser un campesino, es por ello que no fue reconocido por los pseudo intelectuales de la oligarquía, adulantes de la burguesía ramplona, parasitaria y decadente.

En estos seres "que usan la colonia y el jabón, para ocultar oscuras intenciones" (Serrat), sólo han podido anidar en sus escritos la frustración, la envidia de reconocer que el “Campesino de Sabaneta” transformó la realidad, despertó las fuerzas de la historia, convirtió la filosofía en algo cotidiano y sobre todo, puso al descubierto toda la máscara falsa que usan los ricos y sus joyas de oropel. Por no aceptarlo, se perdieron de conocer al extraordinario hombre y el líder histórico que fue Hugo Chávez.

Personalmente, como historiador y profesor que soy, miro con lástima a muchos de mis colegas que se han convertido en comparsa de las brujas agoreras que idolatran el pasado, la servidumbre intelectual es miope, falsa y acomodaticia, reciben las migajas, son simples "macarras de la moral". He visto a muchos de mis antiguos camaradas ponerle la alfombra roja a sus amos que poco saben de cultura; en general, son sólo adulantes, míseros judas que se venden por algo menos de treinta monedas, con ellos nunca contará la patria, porque sólo servirán para ser simples porta voces del imperio, por eso no me hablen de intelectuales, llámenlos por lo que son, envidiosos intelectuales.



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Arnaldo Guédez


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