Un relámpago de gloria

Como mi pequeño homenaje al victorioso bicentenario de La Victoria, pongo a circular de nuevo el siguiente escrito.

En menos de 15 días que cabalgan sobre la historia de once meses se recoge la memoria inmortalizada de José Félix Ribas. Un 31 de enero (1815) se le arranca del mundo y un 12 de febrero (1814) se siembra él en el tiempo que no muere cuando convierte en hazaña de resonancia homérica el nombre de la ciudad de La Victoria. No le alcanzó la vida para celebrar el primer aniversario de ese esplendor.

Pero la gloria venía siendo trabajada a punta de servicio de patria. El 5 de septiembre de 1799 el joven caraqueño –nacido en cuna mantuana el 19 de septiembre de 1775, pero con espíritu solidario– presenció en la Plaza Mayor el ahorcamiento y descuartizamiento de José María España, aberración dirigida a crear terror para que nadie se atreviera contra el poder colonial. El efecto en Ribas fue el contrario: una impresión profunda y una decisión de lucha crecientemente indomable. Suspende los estudios religiosos que casi lo llevan al sacerdocio, se consagra a los trabajos del campo, empieza a enhebrar con otros jóvenes ideas conspirativas e irrumpe como revolucionario el 19 de abril, día precursor de soberanía, cuando es integrado al Cabildo en calidad de diputado de los pardos.

Ese cuerpo, que con el ingreso de otros miembros en funciones administrativas y militares se transforma en Junta Suprema “conservadora de los derechos de Fernando VII”, es –decir de Juan Vicente González– una especie de Jano, cuya doble faz se balancea entre la voluntad independiente y el rey. Ello, por supuesto, es revulsivo para los revolucionarios consecuentes. Ribas organiza protestas apoyándose en los pardos y la Junta lo destierra a la isla de Aruba en octubre de 1810. Regresa cuando ya se ha instalado el primer Congreso (02/03/1811). Se hace partidario de Miranda, con quien junto a Bolívar y otros funda la Sociedad Patriótica, que exhorta al Congreso a superar las vacilaciones y declarar la Independencia (Trescientos años de calma, ¿no bastan?… ¡Vacilar es perdernos!). Viene el 5 de julio, sigue la “patria boba”, Miranda lucha como generalísimo, Ribas y Bolívar a su lado, pero los prohombres que gobiernan desde Caracas le sacan el caballo, ocurre el infausto episodio de Puerto Cabello (“Venezuela está herida en el corazón”), los prohombres de nuevo –Augusto Mijares lo sostiene– instan a la capitulación. Miranda accede con la intención de ir a Nueva Granada a reorganizar las fuerzas (Bolívar lo hizo luego dos veces). Los jóvenes no lo entienden, lo juzgan traidor, lo lanzan a la tragedia de La Carraca. La Primera República sólo ha durado un año.

Mas entonces es el estallido heroico de Bolívar. La Campaña Admirable, preparada en Ocaña, arranca el 14 de mayo de 1813 desde Cúcuta y tres meses después –previo el Decreto de Guerra a Muerte, en Trujillo, concebido para crear el sentido de la nacionalidad y responder a la crueldad del enemigo– culmina en Caracas con la apoteosis del Libertador y la Segunda República. Ribas es en ese trayecto el principal lugarteniente de Bolívar, ganando tras Niquitao, Los Horcones y Vigirima el rango de general. Designado Gobernador y Comandante de la Provincia, recluta adolescentes seminaristas para reforzar las milicias cuando en el “año terrible”, 1814, aparece Boves como azote mortal. En La Victoria, Ribas es un émulo de Héctor el troyano. Con dos mil novicios bate a los siete mil veteranos del enemigo, en combate que dura más de ocho horas. Se prodiga y multiplica, le matan tres caballos pero las balas lo respetan. Antes ha armado a sus pupilos con la sublime determinación de su espíritu: “En esta jornada, que ha de ser memorable, ni aun podemos optar entre vencer o morir: necesario es vencer. ¡Viva la República!”.

Después de La Victoria Ribas triunfa en Ocumare, en el primer Carabobo con Bolívar y Mariño y en otras jornadas, también hay lauros patrios en San Mateo, Mosquiteros y Bocachica, pero Boves arrolla al fin, ocupa Valencia y Caracas y destruye la Segunda República. Se ha producido la emigración a Oriente, en septiembre Ribas y Piar desconocen a Bolívar y lo expulsan: confusión como en el caso de Miranda. Todavía Ribas vencerá en Maturín, pero luego, ya exhaustas las fuerzas, sufre, 5 de diciembre, la derrota terminal de Urica, aunque allí, ¡viva la patria!, perece el tremendo asturiano.

Forzado a huir en busca de apoyo, Ribas, el “Vencedor de los tiranos” –título que le dio el Libertador–, es capturado, muerto y desmembrado en Tucupido, y su cabeza, como la de José María España, exhibida a la entrada de La Guaira. Había durado sólo cinco años en la palestra. ¡Un relámpago de gloria!



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Freddy J. Melo


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