Nuevas Tribus

Base de operaciones

**** La decisión de deportar los “misioneros” de las Nuevas Tribus –equivalente a la expatriación que realizan los países desarrollados de enclaves extranjeros que afectan sus valores- tiene impactos en la gobernabilidad y la seguridad del Estado.

Creo ser un testigo de excepción en el debate en torno a la decisión de expulsar las Nuevas Tribus del país. Fui gobernador del Amazonas, donde esa entidad ha tenido su sede principal. No creo que la discusión deba ser en el ámbito religioso, un espacio personal. La cuestión debe examinarse desde la óptica política. La gobernabilidad como control, dentro de los parámetros constitucionales, del territorio y la población. Y aquí hay que admitir que los espacios y los habitantes de las zonas indígenas están fuera del control del Estado y de sus propias poblaciones. Una anacrónica ley de 1917 –la Ley de Misiones- complementada por un decreto de la década de los 50, colocaba esos espacios, inicialmente bajo el dominio de congregaciones católicas, en una continuidad de las prácticas coloniales del Imperio Español, mientras el decreto perezjimenista autorizaba el ingreso de esta organización, fundamentalmente baptista –la denominación dominante en la “América Profunda”, bastión ultraconservador estadounidense. El impacto directo de esta política fue la conversión de los territorios indígenas en teatros de conflicto entre las dos denominaciones religiosas, con efecto, no solamente en la agudización de los diferendos interétnicos tradicionales, sino en la división de las comunidades tribales, estructuradas sobre bases de consanguinidad y sobre cosmovisiones animistas tradicionales.

De hecho, lo que se plantea, al margen de los intereses de la población indígena, es una confrontación cultural entre la nación venezolana, estructurada, para bien o para mal, dentro del idealismo católico, y el pragmatismo calvinista adoptado por los puritanos anglosajones. Un utilitarismo asimilado por la elite económica nacional, y algunos sectores intelectuales, que son un segmento clientelar del movimiento neoconservador que domina el gobierno de los EEUU. De modo que no extraña que la decisión gubernamental sea un elemento adicional en la polémica internacional entre Washington y Caracas, y en la interna, entre el movimiento popular y las clases dominantes aculturizadas en el marco del proyecto religioso puritano de una teología empírica. Pero el asunto tiene connotaciones geopolíticas. No se debe al azar la escogencia del Amazonas como teatro para la acción de las Nuevas Tribus. Ese espacio –una triple frontera- permite la acción del poder, como ocurre con el Paraguay, sobre las potencias emergentes en el ámbito sudamericano. Es un instrumento valioso para la política de balcanización de los grandes espacios que aseguran el dominio del Imperio, como instancia virtual atemporal y no espacial, sobre el sociosistema. Es la búsqueda del control del mercado, como medio para el dominio de los recursos y del trabajo, incluyendo, tal vez fundamentalmente, el del campo de la ciencia y la tecnología. No es aleatorio que en la labor de las Nuevas Tribus la actividad científica, no solo en la lingüística, fuese un campo funcional significativo.

Alberto_muller2003@yahoo.com


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Alberto Müller Rojas


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