Desde su asunción a la Presidencia de la República, Maduro ha sido señalado por el oposicionismo como protagonista de actos efectistas que pretenderían distraer a los venezolanos frente a problemas trascendentales como la inseguridad alimentaria, la inflación, la delincuencia entre otros. En el ámbito de la política exterior venezolana, recientes discordancias con Colombia y los EE.UU han captado la atención de la colectividad en reiteradas ocasiones.
El recibimiento de Santos a Capriles, el caso Snowden, el caso Samantha Power, entre otros, son señalados por factores antichavistas como utilizados por el Gobierno Bolivariano para posicionar forzosamente la imagen de Maduro como nuevo ícono antiimperialista de la era post Chávez.
Factores contrarrevolucionarios atacan insistentemente la credibilidad del presidente venezolano, promoviendo matrices de opinión que presentan al líder nacional como un “Flip-Flopper”, que en el decir de la politología estadounidense significa un personaje considerablemente contradictorio que en su caso por momentos procura mejorar los nexos diplomáticos con Washington y con Bogotá pero que intempestivamente propicia episodios de nuevas divergencias que ocasionan retroceso.
Para múltiples observadores, una conducción de la política exterior que evite siempre posturas extremas sería lo conveniente, sobre todo, en época de consolidación de un nuevo liderazgo emergente como el de Maduro y la necesidad de concentrar los mayores esfuerzos en los asuntos internos de Venezuela en función de afianzar la gobernanza y el bienestar colectivo de sus conciudadanos. Sin embargo tal idea tecnocrática podría atrofiar el desarrollo de su figura emergente y mal podríamos aconsejar un bajo perfil de quien está llamado a suplir un inmenso vacío de liderazgo.
El escenario del 8-D constituye una prueba de principal importancia para el fortalecimiento de la gobernabilidad y la viabilidad del proyecto chavista en ausencia de su histórico fundador Hugo Chávez. No hay evidencias de que la estrategia tremendista (imaginada por el oposicionismo) de que un Primer Mandatario Nacional generando constantemente especies noticiosas o nuevas matrices de opinión sea la vía idónea para la anhelada recomposición orgánica del movimiento bolivariano o por lo menos su recomposición. Entretanto, el oposicionismo permanece vigilante en búsqueda de oportunidades para poner entredicho las capacidades gubernamentales, políticas, intelectuales y administrativas del Presidente Maduro. En pocas palabras, les afana asesinarlo moralmente.
La loable defensa de la paz mundial, el antibeliscismo, la supremacía del Derecho Internacional así como el multilateralismo como mecanismo de resolución de conflictos, debe ser ejercitada sin concesiones a chantajes mediáticos así como dirigir máximos esfuerzos del Gobierno, el Partido, los aliados, los intelectuales de izquierda y el Poder Popular, coordinadamente, para de derrotar matrices que pretenden desprestigiar la doctrina chavista, sobremanera, en su faceta del internacionalismo revolucionario.
