Cuando el corrupto era decente

Suena lejano, allá en un rinconcito de la mente, cuando el gobierno de Rómulo Betancourt, aquel típico grito con el que algún conductor, sabiéndose con derecho de paso pues el semáforo le correspondía, increpaba al abusivo que se le atravesaba con carro nuevo mal habido: “Abusador, hijo de la grandísima pe, ¿tú como que eres adeco?”.

Eran los escarceos, la inauguración, de un modo de comportamiento de aquella clase social sui generis, promovida a raíz de una supuesta “entrega y sacrificio por el país y la democracia”, la cual la hacía merecedora, según si misma y con evidente lenidad del gobierno, de cometer acciones desmadradas, que más que gradualmente le ganó antipatías y odios nada recónditos.

Todavía no llegaban los ta’ baratos de las primeras administraciones de Caldera y de CAP, pero ya Venezuela contaba con unos nuevos ricos que inversamente proporcional al billuyo que se metían en la marusa así era su aridez mental y su mal gusto. Célebre llegó a ser, v.g., la nevera Frigidaire exhibida en el recibidor de la casa o el ágape con langostas y caraotas negras, regadas con vino Sansón o champaña Valdivieso.

Se inauguró también, aunque viejo oficio, la jaladera de mecate o bolas -ésta última expresión más lírica y cadenciosa- con metodología y procedimientos concomitantes. La verborrea multisápida del brujo de Pacairigua atizaba la pasión y el denuedo adeísta, lo cual se capitalizó en la consolidación del partido político más poderoso del país nacional.

Por su parte, los copeyanos, aunque modositos y socialcristianos, también disfrutaron de las mieles del poder adeco y así tenemos que, a merced del nunca bien ponderado pacto aquel, el PPF, hubo mucho verde que se alzó con un buen pedazo de torta. Se hicieron negocios grises con tierras, con petróleo, con armas, pero calladitos todos. Había una ética de la corrupción, una moral, una decencia para cogerse la cosa púbica, perdón, pública. A Vinicio Carrera lo pescaron por memo. Hablaron mal del hijo menor del Dr. Caldera y hasta CAP lo llamó“Pimentón” por aquello de que no podía faltar en ningún guiso. Unas vaquillas argentinas que nunca llegaron. Unos contratos de obras que jamás se ejecutaron.

Se dijeron vainitas del hijo de Ramón Jota por el caso del indulto de Larry Tovar, pero muy en tono de peccata minuta, fácilmente dispensada con un padrenuestro y su correspondiente avemaría. Cosas menores. Casos aislados. Pulcritud. Ser decente y parecerlo.

argelbrau@gmail.com

@argelbrau


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