¡No me olviden!

Sobran historias, sobre todo en las películas de Hollywood, donde un ser mágico, generalmente maligno, comienza a perder sus poderes cuando las personas dejan de prestarle atención y su propia existencia termina por extinguirse cuando ya nadie lo recuerda. La política es, entre muchas cosas, una lucha por la mente y el corazón de las personas, una pelea por tener un puesto privilegiado en la conciencia colectiva de los pueblos. Unos pocos, por su trabajo y por su propio brillo, como Chávez, pasan décadas y a veces siglos sentados cómodamente en la memoria de seguidores y detractores.

A la mayoría de los políticos, por el contrario, en particular a los más mediocres, les ocurre lo mismo que al hechicero malvado de tantos libros y tantas películas: Las personas los olvidan y con el olvido se extingue su carrera. Pregúntale a un opositor de a pie quién es Enrique Medina Gómez y diviértete viendo todas las muecas que hace mientras se sumerge en lo más profundo de sus recuerdos tratando de encontrar al personaje. Que ya lo haya olvidado no es su culpa ni dice nada de sus facultades cognitivas. No lo recuerda porque a la política y la historia no les da pena pasarle una aplanadora a quienes no sepan administrar bien el hecho de estar en un lugar privilegiado en el momento exacto. Medina Gómez, aclaro, fue el refulgente líder de los militares del “territorio liberado” de Plaza Altamira.

Los síntomas cuando la aplanadora empieza a pasarle encima a alguien resultan bastante fáciles de distinguir. Como cuando uno lanza a una piscina a alguien que no sabe nadar, son los mismos chapoteos, las mismas patadas, la misma desesperación, los mismos gritos, la misma rabia y la misma impotencia. Tratar de decirle a la persona que solo tiene que acostarse y el cuerpo empezará a flotar es inútil. No hay espacio para la calma, para razonar ni para escuchar a nadie, mucho menos a quien perpetró la travesura. Le toca a uno mismo o a un tercero zambullirse en la piscina y sacarlo.

Apenas en unas pocas semanas hemos sido testigos de gritos de fraude, llamados a descargar la arrechera, recules, berrinches, insultos a los nuevos dueños de Globovisión, ofensas a gobernantes de naciones vecinas, hipótesis absurdas sobre la nacionalidad de Maduro, un programita por Internet donde el candidato eterno repite lo que le dicen que dicen las señoras encopetadas del este para así mantener con ellas lo que en psicología llaman rapport y, al final, ese balde de agua fría para las bases que fue decir que iban a las municipales con las mismas máquinas, los mismos rectores del CNE y la misma estructura electoral que insisten en acusar de fraudulenta. Grita, insulta, se revuelca, agrede, llora, patalea, chapotea. “¡No me olviden! ¡Cualquier cosa menos eso!”


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