Con tus cacerolas a otra parte

Desde que mi papá fue operado de la próstata (con éxito, afortunadamente), el doctor le prescribió un tratamiento complementario que consistió, en principio, en una pastilla diaria y una inyección trimestral; ambos medicamentos significativamente costosos por ser anticancerígenos. Somos cinco sus hijos, todos con familia propia y empleos decentes, pero sin mayores bienes de fortuna, así que esa nueva erogación mensual iba a tener gran impacto en nuestras vidas, pero no había opción, era por la salud de nuestro papá y bueno, a echarle pichón, como tantas veces él lo hizo por nosotros, día tras día, desde su humilde y rudo oficio de albañil.

Sin embargo, nos llegó la buena noticia, el dato (no recuerdo si por el mismo médico tratante) de que en el Seguro Social, previa verificación, se podía conseguir ese tipo de medicinas (de Alto Costo para más señas) sin costo alguno, ya que el Gobierno Nacional estaba subsidiando ahora este muy oneroso tratamiento especial contra el cáncer, porque puede afirmarse que si algo en este país ha matado más que esa cruel enfermedad, sobre todo a los pobres, es el alto precio, lo caro de las medicinas.

Se hizo entonces la diligencia necesaria y más tempranito que tarde, nuestro padre estaba disfrutando de sus medicinas subsidiadas y respondiendo favorablemente al tratamiento, de tal manera que en un chequeo de rigor, el doctor le dio la buena noticia de que él, mi papá, se moriría de cualquier otra cosa, menos de la próstata, y que podía también tomarse tranquilo sus cervecitas. Con el agregado, por otra parte, de que las finanzas familiares de sus hijos no sufrieron las angustiosas mermas anunciadas, aunque sí nos tocó, por lo menos un par de veces, costear en dos diciembres (por escasez de medicinas, algo normal a finales y principios de año, nos advirtieron) en una ocasión las pastillas y en otra, la inyección, a precio de mercado y en droguerías privadas, con lo cual tuvimos una dimensión cierta de cuáles hubieran sido nuestros reales gastos de haber tenido que costear nosotros mismos aquel tratamiento, de manera que no podíamos más que darle muchas gracias al Gobierno (a Chávez) por haber desviado unas cuantas "gotas de petróleo" (el de todos los venezolanos) hacia nuestra familia en su particular trance.

Claro, algún esfuerzo había que hacer, y así en cada cita para la entrega, uno tenía que llegar tempranito al Seguro (hablo de por aquí, en Naguanagua, la Gran Valencia, Carabobo) y hacer su cola, aunque (otra grata sorpresa) nada del otro mundo, nada de esperar y esperar en vano y venga la semana que viene... Sólo gente madrugando confiada, quiero decir, seguras de ser atendidas, gente variopinta, camaradas rojo rojitos y gente escuálida o escualidona, conversadores a ultranza o lectores discretos, en fin, pero gente con un objetivo en común, las medicinas de alto costo, con sus cavitas para el hielo, y algunos con sus taburetes, conversando de todo lo humano y lo divino (aunque más del Gobierno, o contra el Gobierno, vaya ironía), pacientes mismos (señoras o señores mayores, jóvenes con pañoletas, hombres delgados) o familiares de pacientes, todos disfrutando de un privilegio, de prácticamente un milagro, si lo medimos desde los azares de la cuarta república (así en minúsculas, y si tenemos en cuenta tanto compañerito adeco o copeyano y carnet del partido y burocracia pintándose las uñas, en fin...) Con el feliz agregado, además, de que el encargado de recoger los récipes y las planillas de control, a eso de las 7 de la mañana, puntual, sin falta, era un amable y bromista tocayo que le caía bien a todo el mundo y a quien todos saludaban por su nombre y con cariño, sin que ello tuviera algo que ver con la adulación, pues uno hacía su cola y ésta avanzaba estimulante, y al final la medicina esperada y firme usted aquí y ponga su huella por acá y hasta luego, mi gente, nos vemos la próxima, y puede que apenas fueran las 10 de la mañana y tiempo de sobra y qué bueno y gracias a Dios, ¿qué les parece?

Hablo como en pasado, pero esto es de lo más actual, algo vigente, que aún forma parte de la cotidianidad de mi familia, pero que le sigue haciendo mucho bien a nuestro viejo, a Dios gracias. Y tan presente que sigue prodigándonos sus bondades aún después de la inesperada muerte del Comandante y a pesar de los avatares de las recientes elecciones del domingo 14-A, con la estrecha victoria chavista, pero victoria al fin y al cabo (otra de Chávez, parida bajo la lluvia torrencial de Caracas en aquel octubre, la última victoria del Comandante, cual Mio Cid Campeador y aun después de muerto), y pese a los frenéticos cacerolazos opositores subsecuentes.

Y si tengo que hacer algún reparo a éste como “paraíso de salud y eficiencia” del que vengo hablando, debo decir que es cierto que hemos tenido que hacer algunos ajustes en los trámites para las medicinas (antes llegaba la inyección trimestral, ahora sólo la mensual, así que hubo que ir y volver después de pedir otra historia médica y nuevos récipes, aunque ya no son necesarias las pastillas, una gran mejoría para el viejo); es cierto que en una ocasión, inesperadamente, mucho después de diciembre, nos advirtieron, sentaditos nosotros ya y con aire acondicionado, a pocos pasos de la entrega, que no tenían el medicamento, que estaba agotado; y es muy cierto también que no llegamos hoy tan temprano como de costumbre a nuestra cita en el Seguro Social (y nos tocó el número 89); y que esta cola, a cuatro días escasos de haberse dado las elecciones, estaba inusualmente lenta, pero nos habían advertido ya que había menos trabajadores, que el tocayo solidario (miliciano activo) andaba por Caracas, acuartelado todavía por lo del 14-A, y que tuviéramos un poco de paciencia...

Esas eran nuestras particulares y nimias adversidades entre tantos aciertos, y los compañeros allí podrían contar otras tantas, pero de ahí a que a alguien en la cola se le viniera a ocurrir (un señor alto, pelo cano, en ropa deportiva, aspecto de clase media, con su taburete y su cava de marca, para más señas), se le viniera a ocurrir, repito, sacar su costoso blackberry para hacer sonar su particular e irritante grabación de un cacerolazo vaya usted a saber quién sabe dónde, en tanto sonreía irónico y buscaba miradas de aprobación (que lamentablemente consiguió), me parece el colmo de la hipocresía, el irrespeto y el desagradecimiento, porque, ¿dónde estás tú, mijo?, ¿qué viniste a buscar?, ¿te has puesto a pensar lo que esta decisión “chavista”, de la que has estado gozando, significa para tanta gente pobre en este país, para tantas familias que en otras épocas no tendrían ya ninguna esperanza, mostrando aquí y allá un ajado récipe de bus en bus ante el fastidio general?, ¿estás en capacidad de hacer algo cómo eso, de ponerte en esos zapatos?

Alguna vez leí algo acerca de "tener conciencia de clase", es decir, estar muy conscientes de lo que somos, de adónde pertenecemos en verdad, más allá de lo aparente y las conveniencias. Conciencia que debía servir, sobre todo, para darle sinceridad a nuestras decisiones y acciones, para hacerlas respetables por ser cónsonas con nuestro decir y hacer. Luego, si se es de derecha, si se es burgués a ultranza, pues ¿qué haces en esta cola promovida desde una Revolución que sueña con la igualdad, aún más, con la justicia social, que es un concepto mucho más complejo porque compromete lo más sublime de eso que llamamos humanidad y cuya más humilde representación está en el compartir del pan, sin mezquindad? Una Revolución que quiere hacer llegar siquiera la ganancia de un cuñete de petróleo al más humilde de los venezolanos, con la mayor regularidad y no como una limosna, sino como un derecho...

Dime, ¿qué haces tú aquí, y en tantas otras colas, con tus cacerolas?

miguelayune@gmail.com


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