Táchira, hueso duro



No obstante que con Ronald Blanco y Vielma Mora se lograron victorias históricas para la revolución, cada elección en el Táchira se ha convertido para los patriotas en un verdadero martirio.

¿Cuáles serían las causas de la tendencia tachirense y particularmente de los habitantes de San Cristóbal de asumir posiciones a toda vista reaccionarias frente a los cambios que vive nuestro país?



Buscando las claves de este entuerto, más allá del envenenamiento mediático, el ahogo alimentario y los desaciertos de algunos líderes chavista, es oportuno buscarlas en los hechos históricos y socio culturales que han dado sentido e identificación al Táchira. Se podría comenzar desde los años de la independencia; así, excepto la Campaña Admirable, que precisamente se inició en este estado, y que contó con el invalorable apoyo de la heroína María de Carmen Ramírez, el Táchira vivió con altibajos una suerte de retraimiento geopolítico que le “mantuvo relativamente aislado del resto del país, siendo mayor la influencia recibida culturalmente desde Colombia durante muchos años.” 1



Quizás fuera una de las razones por las cuales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, se lanzaron a la aventura de la toma del poder en Caracas como única forma de anexar de manera plena el Táchira a los destinos de la patria venezolana. A Castro y al traidor del Gómez le siguieron cinco nuevos presidentes nacidos en el Táchira: Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Marcos Pérez Jiménez, Carlos Andrés Pérez y Ramón José Velázquez, la mayoría de ellos de raíces conservadoras con gestiones accidentadas que van desde la digna gestión del presidente Medina Angarita hasta el Sr. Pérez, acusado de corrupto por sus propios correligionarios.



Desde que se vive la experiencia del golpe de estado del 2002, cuando sacan a golpes al gobernador Ronald Blanco, avanza rápidamente una ola reaccionaria y fascista cómo nunca antes se había visto en este Estado y que se expande por el resto del país. Se trata del momento en el que Álvaro Uribe logra la presidencia de Colombia, siendo acompañado de una gestión patética manchada de sangre. Su Plan Colombia llevó a la organización de las Autodefensas Unidas de Colombia (paramilitares), con las consecuencias dramáticas de una migración de desplazados como nunca antes se había visto en la historia política latinoamericana. La frontera venezolana se abrió de inmediato y por razones humanitarias los colombianos perseguidos fueron atendidos. Lamentablemente hoy se sabe que con estos desplazados entraron al Táchira miembros de la delincuencia organizada. Surgieron barrios y comunidades de trabajadores humildes, honestos requerían con urgencia cobijo, hoy integrados perfectamente a la comunidad tachirense. Por supuesto, también ingresaron comerciantes, hacendados y profesores universitarios. Éstos últimos en su mayoría, alabando el neoliberalismo y hablando pestes de la Revolución. Obviamente, muchos de sus estudiantes aprendieron bien la lección y hoy queman carros, cerros, centro de atención a ancianos y persiguen cubanos en nombre del “sueño americano”.



Los paramilitares se establecen en las fincas, haciendas y hatos de la frontera venezolana para defenderlas del chavismo. Muchos se quedaron para siempre y allí están ahora como propietarios. Esta trágica e inesperada migración trae también a Venezuela nuevas formas delictivas nunca antes conocidas, tales como el sicariato, los secuestros en diversas modalidades y con ellos un factor cultural, el vallenato, no aquella bella expresión folklórica en la costa norte de Colombia, sino el vallenato chatarra grabado en Miami que puede traer implicaciones sociales y geopolíticas, imposible de estudiar en éste artículo. Esta colombianización del Táchira es inocultable. Se daba el caso que en escuelas del interior del Estado, los niños cantaban el Himno de Colombia y desconocían el de Venezuela. Por razones históricas, la gran mayoría de la familia andina tiene relación o parentesco colombiano como de igual manera en algún momento fue a la inversa, es decir, muchos venezolanos fueron acogidos por ese hermoso país en tiempos de dictaduras y persecución en Venezuela.



Una aproximación empírica social y psicológica al problema nos dice que buena parte de estas personas a quienes se les ha atendido y disfrutan de las bondades de la Revolución, viven una suerte de añoranza por su país de origen y en consecuencia y curiosamente se identifican con el culpable de su situación –caso para el estudio de las ciencias sociales y de la conducta - que para remate terminó siendo asesor principal del candidato opositor venezolano y en ello se afinca la aversión que le tienen a la Revolución Bolivariana.



Otra cara del problema nos revela que aun viviendo en un país socialmente igualitario, razón de ser de la Revolución, esta migración trae consigo los estereotipos y conductas de la sociedad mantuana, la del “amo”, la de “su mercé”, “patroncito”, en fin, la de la sumisión, exclusión y discriminación, reforzados por el dogma milenario católico que en Colombia ha sido determinante en el sostenimiento de un sistema a todas luces clasista. Se trata nada menos que la causa y razón de la guerra civil que se inicia con la muerte de Jorge Eliecer Gaitán el fatídico 9 de abril de 1948.



Por causas históricas y sociales, los valores en ambos países varían. Se los ilustro con una anécdota. Siendo profesor de una universidad tachirense, me tocó presenciar cómo una señora encopetada, con inconfundible acento bogotano - esposa de un profesional muy destacado de la ciudad - se dirigía a un obrero de forma realmente denigrante. La llamé a un lado, sin la presencia de la víctima y me permití decirle más o menos lo siguiente: “Señora, yo le agradezco que cambie su tono de voz y trate al señor obrero con el debido respeto, como es costumbre entre nosotros los venezolanos” Aproveché para hablarle de Zamora y la guerra Federal. Por fortuna la respuesta de esta señora fue su sonrojo y la correspondiente disculpa.



Este artículo muy lejos de cualquier sentimiento xenofóbico, que sí es propio de quienes adversaron a Chávez; simplemente pretende desnudar una realidad que muchos compatriotas venezolanos desconocen. Por el contrario, en esta denuncia está implícito nuestro más profundo respeto por el pueblo colombiano y nuestros mejores deseos porque pronto alcancen la paz. Hugo Chávez decía: “La paz de Colombia es la paz de Venezuela”. Hoy lo reafirma con contundencia el Presidente Nicolás Maduro Moros.



alcidesrivas@gmail.com



http://es.wikipedia.org/wiki/T%C3%A1chira


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