Maduro y la segunda ruptura de la Meritocracia

La violencia con la que algunos desprestigiaron al presidente Nicolás Maduro, durante la campaña electoral por no haber completado sus estudios en una universidad, más que motivo de preocupación es una invitación a descifrar el enigma del saber.

Hay que considerar de dónde viene la ofensa: de una oposición de derecha que hizo de la supuesta Meritocracia una forma de ascensión social, fundamentada en un saber técnico-instrumental –como alerta Ñáñez– “al servicio no sólo de un sistema de privilegios, sino de la ideología dominante según la cual el saber es uno y no múltiple, central y no periférico, dogmático y no dialéctico, productivo y no creativo”.

La misma derecha cuya ideología encontró anclaje no en sus raíces originarias sino en una formación eurocéntrica que cobró vigencia en la esclavitud moderna, instrumentó el hecho de haber ido a la universidad para erigirse a sí misma una zona de confort que definió por años las fronteras del espacio de lo culto, destinando a los excluidos de dicho lugar, al margen de la generación de conocimiento del país. Era el pensamiento como medio de producción y como mercancía a la vez.

A fuerza de la llamada validación académica con grados, posgrados y doctorados, inaccesibles para las mayorías; la élite venezolana estudiada se hizo propietaria de un saber formal, acumuló como Capital una cantidad de información durante algunos 40 años, y lo instrumentó para implantar su sistema de opresión sobre un pueblo entero.

Pero esto no debe quitarle las aspiraciones a nadie de pasar su aprendizaje y conocimiento por la formalidad de una academia. Al contrario, y es necesario reconocerlo: el proceso revolucionario ha estimulado más que gobierno alguno, el acceso de los antes excluidos a los lugares del saber formal, creando nuevas universidades verdaderamente conectadas con la sociedad, distribuyendo libros de forma masiva y lo más importante: confiando en los poderes creadores de un pueblo al que se le negó sistemáticamente la capacidad de producir pensamiento porque sus ideas, en la mayoría de los casos, no contaban con la validación institucional impuesta.

Recuerdo que en una oportunidad una de mis primas –simpatizante de la derecha– le comentaba preocupada a mi abuela en una coyuntura electoral, que no apoyaba a Chávez porque todo lo convertía en público. Su mayor temor era que la universidad privada donde estudiaba la carrera de Derecho, se llenara de “marginales”.

Cuando un privilegio se masifica, se convierte en un derecho.

Pero, no se trata aquí de desacreditar el conocimiento académico, tan valioso como el ámbito de las vivencias humanas, y del cual brotan metodologías, referencias teóricas y antecedentes necesarios para interpretar mejor la realidad.

Por el contrario, buscamos poner de relieve la manera en que el saber se ha instrumentado para reproducir la ideología de una clase y mantener al margen a los mismos a quienes teme esa joven universitaria, que cree merecer un recinto de estudio exclusivo para, una vez graduada, pasar a formar parte de un grupo –también selecto– de profesionales calificados que pretenden llevar en su momento las riendas del país.

“El estudio, el saber digamos, no tiene que ver en nada con los títulos. El saber sólo se valida con la vida, en el mano a mano con la existencia”, recuerda el poeta Freddy Ñáñez, con conocimiento de causa, pues labró su oficio de la escritura con una disciplinada formación autodidacta. Dice siempre que es obrero de su propia escultura.

Más allá, Estanislao Zuleta, también autodidacta, se encontró en el bachillerato entre la disyuntiva de terminarlo o leer La Montaña Mágica de Thomas Mann. Eligió lo segundo y no sólo lo leyó, sino que escribió uno de los trabajos más serios que se han hecho en América Latina sobre el libro y sobre Mann.

En el plano de la práctica política, el mundo cuenta con varios líderes e intelectuales que lograron trascender el prejuicio del “estudiado” tributario de la Meritocracia. Lula Da Silva, limpiabotas en sus primeros años, luego obrero y líder sindical, mereció el reconocimiento de ser uno de los mejores gobernantes de Brasil. Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia -un país que cuenta con el 80% de su población originaria- fue sembrador de Coca en El Chapare. En esta serie de ejemplos, cabe el de Nicolás Maduro, líder sindicalista, cultor, chofer de Metrobús, remontó los prejuicios y demostró su capacidad de aprendiz independiente al transformar la política exterior venezolana en una referencia de gestión eficiente. Bajo la orientación del presidente Chávez, fue artífice de una nueva diplomacia bolivariana.

La tarea no fue fácil, debía enfrentar 40 años de prejuicios tecnocráticos que moldearon una subjetividad burguesa y la concepción del mundo de la derecha con sus respectivos antivalores inculcados. En este punto, Héctor Bujanda, recuerda que “Con los mismos prejuicios que atacaron al presidente Chávez en 1999, arremeten contra Maduro en 2012”.

Todo salió bien. Logró trascender el control social del saber, diciéndolo con Zuleta: “sistematizó de manera progresiva una lucha contra una fuerza específica de dominación”, y evidenció lo que en esencia define hoy a la Revolución Bolivariana: la democratización de los saberes a través de una interpretación propia del nosotros, del otro, y de la valoración de la experiencia vital de cada uno.

Muy de Chávez no apartar a los estudiados de los no estudiados, él llegó, mezcló el saber y el no saber, rompió la barrera que dividía a los intelectuales del pueblo, calificado como ignorante y en consecuencia ignorado. Nos hizo ver que todos somos capaces de generar saberes desde una filosofía de lo cotidiano y que los académicos pueden estancarse en un cúmulo de conocimientos sin hallar su aplicación real.

Parte del infinito legado de Chávez fue ayudar a un pueblo entero a superar sus prejuicios.

Roy Chaderton, un diplomático de carrera, cualificado para contrastar las prácticas políticas de la IV República con las nuevas formas de hacer, entre ellas, la nueva diplomacia bolivariana, nos comenta “[Nicolás Maduro] Ha sido formado en luchas sindicales y en la lucha política. Posee una formación de Estado única. Además, estuvo trabajando 14 años junto al presidente Chávez y eso equivale a varios doctorados”.

Quiere decir que el aprendizaje no necesita más que la formalidad voluntaria que cada quien le quiera atribuir, además de una experiencia de trabajo constante en un área, lo que se potencia con la solución cotidiana de temas concretos.

La universidad nos enseña la metodología, digamos que da pistas sobre ¿Cómo hacer más eficiente el procesamiento de la experiencia vital del trabajo diario? Sin embargo, como aprendimos, el pensamiento no tamizado por el claustro universitario puede sobrevivir a la mediocridad y alcanzar la brillantez sin complejos.

Superamos el mantuanaje del conocimiento. Por eso, este domingo 14 de abril no ganó la presidencia de Venezuela un abogado cuyo título es de dudoso origen como demostró Jorge Rodríguez al hacer público el expediente académico del candidato opositor, sino un hombre experimentado en la lucha política y en las relaciones sociales, dos elementos fundamentales para conducir un país.

Con Chávez superamos el prejuicio étnico y de clase, elegimos Presidente a un zambo pobre. Ahora con Maduro, el reto fue superar el prejuicio del saber formal ratificando en la Presidencia a un conductor, autodidacta en las funciones de Estado.

soniacont@gmail.com


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