Hacia el Poder Popular para la Cultura

Soy cultor y tengo derecho





Venezuela es un río revuelto, lo es desde que hace años decidimos, amén de nuestra autodeterminación, transformar las condiciones materiales y espirituales para parir un corazón. No deja de ser compleja nuestra realidad, no deja de ser un hervidero, un experimento, por fortuna y porque nos da la gana.

En el marco de este revoltijo, que da fe de una profunda y divertida crisis sociocultural, no es raro ver todo tipo de trácala y triquiñuela. Sí, descarada o enmascarada. La germinal corrupción, la más grave, que va desde el individuo consigo mismo, en su casa, en su comunidad, hasta la institucionalidad social, política y laboral que el mismo individuo conforma. Tampoco es raro ver desplegada todo tipo de dignidad, virtud, valor, fuerza y responsabilidad de gente que se lanza a la construcción con su fe y su esperanza, sin esperar nada a cambio, más que la satisfacción de trabajar en armonía para el bienestar colectivo que es decir su propio bienestar.

La realidad cambia cada día y todo el tiempo en el ojo del huracán con los buitres internacionales y sus aliados dentro de nuestras tierras apostando a la caída de nuestro despelote para instaurar su “democracia, libertad y progreso”. No es fácil para nuestro pueblo ni para sus organizaciones. No es fácil para todo aquel funcionario que quiere transformar las rígidas instituciones. No es fácil para quienes se oponen al nacimiento. Nadie la tiene fácil. Qué bueno. Todos tenemos piedras en los zapatos y hemos puesto nuestro empeño en definir pacíficamente (léase sin baños de sangre pero con altas dosis de violencia, no pueden sino ser violentos y traumáticos los cambios radicales) los caminos a recorrer en colectivo, como país, como región.

Recientemente, quienes trabajamos por la promoción de la cultura popular tradicional venezolana y sus manifestaciones, nos hemos visto envueltos en una polémica que ha traído al tapete varios temas a los que hay que prestar especial atención. Y es justamente lo que se pretende en esta oportunidad, a partir de acontecimientos concretos tratar de identificar algunas fallas estructurales en la política cultural de nuestro frente, que no es otro que el de la Revolución Bolivariana, para entrever las posibilidad de transformar las prácticas que se oponen a los fundamentos y valores de nuestra cultura.

Es necesario notar que en esta lucha de intereses hay gente que se atraviesa para mostrarnos, con su proceder en ciertas circunstancias, lo desprevenidos que podemos estar y la precariedad de nuestras fuerzas. No hay ensañamiento contra nadie, al menos no en esta ocasión y no de mi parte.

De esta manera me limito a opinar sobre lo que conozco en base a mi experiencia como productor y promotor cultural revolucionario, que no quiere decir oficialista. Si fuera oficialista no tendría que escribir ni una letra en todo esto porque cualquier decisión oficial del ejecutivo gozaría de mi aprobación automática.

Hablo de la gestión cultural de la Revolución Bolivariana porque así se expande el radio de acción que acostumbramos a reducir y a delegar a la institucionalidad gubernamental, que no tiene por qué ser revolucionaria por más voluntad que tengamos de que así lo sea.

Si bien el problema no es personal, sí pasa por las actuaciones que realizan las personas, porque las instituciones, desde la familia hasta el estado, están conformadas por personas: individuos que actúan en determinadas circunstancia en base a su sistema de valores, el mismo que define sus intereses y por ende la forma de actuar para conseguir lo que necesita. Y es que uno es lo que uno hace, no lo que dice que es.

Podríamos quedarnos en discutir de forma abstracta, justificando con citas de pensadores y eruditos, todo lo que aqueja a nuestra sociedad. Podríamos escribir libros sobre la guerra mediática contra nuestra región, sobre la historia de las conspiraciones de la industria del entretenimiento en Latinoamérica, las deficientes políticas culturales, la penetración cultural. Es necesario pasar de lo abstracto a lo concreto y comprender que tenemos que contrastar esa abstracción que nos despeja el deber ser con la realidad y las circunstancias tangibles propias de nuestro entorno, donde iremos haciendo un entramado con nuestras decisiones y acciones. Podríamos empezar a ver la costuras para descoser lo mal tejido y lograr una unidad real y fuerte en aras de consolidar este proceso de cambios.

Uno de los derechos ganados en nuestro nuevo orden social venezolano, y que no es cualquier cosa puesto que representa un pilar fundamental para este nacimiento, ha sido el de la posibilidad de participar de manera directa y protagónica en la construcción de las plataformas que garanticen la mejora en las condiciones para desarrollar nuestros oficios y formas de vida. En pocas palabras, soy cultor, tengo el derecho y el deber de construir las políticas culturales de forma participativa como, entre otras cosas, lo establece y legitima la constitución. Y si logro juntarme con quienes comparto las afecciones y las alegrías e identificar nuestras fallas y más allá, los obstáculos que limitan el desarrollo de nuestro oficio y modo de vida, podríamos transformar la realidad concreta en pro de una mejor calidad de vida.

Las políticas culturales de un frente revolucionario, luego de ser construidas en colectivo, deben trascender las instituciones, porque en un momento pueden tenerse ganadas pero en otras ocasiones no, en un momento las fuerzas revolucionarias pueden actuar desde la investidura presidencial de la república o desde cualquier cargo público pero otras veces no. Y esto no debe quebrantar en nada la política cultural de una revolución que debe mantenerse transversalmente atada a sus principios, actuando eficientemente en el escenario que sea. Repito, el hecho de que el aparataje gubernamental se vista de rojo y tenga el discurso de la revolución no quiere decir que lo sea de hecho. Gracias al esfuerzo de un contingente esta realidad ha ido cambiando y tenemos gente muy valiosa que se encuentra en insurgencia, luego de sensibilizarse y concientizarse, orientando el rígido aparato institucional hacia la reinvención de su relación con el colectivo al que debe servir.

Pensando en no romper la “unidad” podríamos obviar lo neurálgico para regodearnos en lo confuso y abrazarnos inconformes, sabiendo que más temprano que tarde tendremos lamentables resultados y resquebrajamientos. Pensando en consolidar la unidad podríamos identificar las acciones de ciertos factores para verlos con el filtro de nuestros sistemas de valores colectivos y expulsar de nuestras entrañas la bacteria que fragmenta nuestro espíritu, que nos confunde y nos hace caer a pedazos.

En tal sentido, no creo que el hecho de exponer mi punto de vista fragmente la unidad, y valgan las interrogantes: ¿Cuál unidad? ¿De quién y quiénes?

La Revolución Bolivariana con frecuencia es atacada desde afuera del país, desde adentro del país y desde lo interno de nuestras propias filas. Y desde allí, desde adentro de nuestras propias filas, puede estar sucediendo la búsqueda del desmoronamiento intencionado por elementos enmascarados, o sin intención por elementos poco formados en el área en el que se desenvuelven y en la que les toca decidir. Como se diría por ahí: Igual van presos.

Al no haber una política consensuada con el sector al que le corresponde el área que hoy día tiene el derecho y el deber de participar en la creación de las líneas de la revolución, se presenta el escenario que en enero del 2013 se ha despejado ante nuestros ojos y que nos hace ver sus antecedentes y sus profundidades:

Los intereses trasnacionales desestabilizadores representados en Bosé y Juanes con su discurso de “Paz sin Fronteras”. El recibimiento que hiciere el Sr. José Antonio Abreu, presidente de la Fundación Musical Simón Bolívar, ente adscrito a la Vicepresidencia de la República, a estos dos promotores internacionales del odio hacia nuestro proceso revolucionario y su líder, el Comandante Chávez, a hacer un “Concierto por la Paz” en La Carlota Junto a la Orquesta Simón Bolívar. Vale acotar que estos conciertos representan la manera efectiva que han encontrado de bombardear al centro de nuestra simbología y sensibilidad, gracias a su capacidad de mover masas, para lanzar al mundo el mensaje de que en Venezuela vivimos en dictadura y así lograr una estocada dolorosa en lo sensible de nuestro ser. Así dar un paso exitoso en la búsqueda de la caída de la Revolución Bolivariana y sus referentes culturales. Aquí nos acercamos a lo más grave, la defensa que a dicha fundación y al Sr. Abreu hacen altos ejecutivos del gobierno que no tienen formación en el área cultural y no han buscado consultar con los diversos actores culturales y mucho menos han querido construir una política cultural que aglomere alrededor de dichas decisiones al poder cultural, siempre disperso, sin fuerza real.

Como vemos, nos encontramos ante un problema de vieja data que hoy sale a flote para mostrar sus costuras y sus contradicciones.

Ante la arremetida que nos ha hecho tambalear por todas partes, reconocemos otro factor lamentable y en el que nos urge incidir: las políticas comunicacionales del frente revolucionario. Estas políticas deberían dictar las líneas a seguir por los comunicadores revolucionarios que se han logrado infiltrar en los medios de comunicación para garantizar la difusión de las distintas propuestas de la cultura popular, la defensa y protección del poder popular y la preeminencia de los valores culturales que nos definen e identifican como venezolanos, latinoamericanos y caribeños.

No deja de alarmarnos la postura del Sistema Nacional de Medios Públicos que en este caso debería hacer respetar los valores del pueblo sin parcializarse. Ante la ola de comentarios y opiniones que denuncian la participación del Sr. Abreu en esta conspiración contra la Revolución Bolivariana, el canal VTV, principal medio de comunicación del Estado, ha asumido, a través de el programa Cayendo y Corriendo conducido por Miguel Pérez Pirela, la defensa del Sr. Abreu alegando que él es un referente de la gestión cultural y que proyecta a Venezuela en el mundo con el trabajo del Sistema de Orquestas, cosa que no se niega. También se pretendió orientar nuestros cañones solamente a los factores extranjeros desvinculando a Abreu del evento que abiertamente estaba programando junto a la derecha internacional. A la vez, se ha señalado al sector de la cultura popular acusándolo de querer quebrantar la “unidad”. Asimismo, se desvirtuó dicha denuncia tratando de hacer ver que los cultores estaban en contra de las orquestas y la música que interpretan. Es decir, que se trataba de un problema de géneros musicales y envidia por el éxito ajeno.

Para defender a un referente, que fue descubierto socavando nuestra revolución, se ha ofendido a una cantidad de referentes que manifestaron abiertamente su repudio al evento y todavía es la fecha en que no se ha rectificado ni reconocido ni se les ha llamado a expresar sus puntos de vista ni a compartir sus propuestas abiertamente en VTV. Lo que nos hace identificar, tanto en la política comunicacional como en la política cultural de la Revolución Bolivariana, la misma falla estructural, en la que es urgente incidir.

La necesidad de actuar como poder cultural deliberante en la creación de las políticas culturales y comunicacionales para salvaguardar nuestro patrimonio cultural y sus creadores ante los diversos escenarios de guerra simbólica. Escúchese, debajo del enunciado, la autocrítica a nuestro sector.

Este vacío de poder, porque hay un vacío de poder popular para la cultura, hace que el terreno de la cultura y sus manifestaciones constituyan una tierra de nadie donde quien quiera puede hacer lo que le venga en gana sin temor a ser regulado por nadie. En muchas ocasiones se logran programas incluyentes, véase los esfuerzos, nunca suficientes, del Ministerio de la Cultura con el Sistema Nacional de las Culturas Populares, del Minci con el impulso de los medios comunitarios y Ley Resorte. Intentos tangibles, respetuosos de la diversidad cultural que hay en nuestro país, reivindicativos. Estos esfuerzos obedecen a la voluntad de quien decide con buena intención, no a una línea dictada desde el poder popular. Asimismo, sucede la pesca en río revuelto donde se benefician ciertos pescadores que tienen aliados en las instituciones o que se aprovechan tanto de la poca formación de los funcionarios en el área como de la desarticulación popular para la contraloría. Así se ahorca a los cultores y por ende a la cultura popular que no se hace sola, la hacen ellos.

Acudiendo al tema que está en boca de los trabajadores de la cultura por nuestros días, encontramos que un buen ejemplo lo tenemos en la misma Fundación Musical Simón Bolívar, ante el cual yo me hago las siguientes preguntas:

Si es una fundación del Gobierno Bolivariano ¿por qué no participa el sector de la música popular y tradicional en la Fundación Musical Simón Bolívar? ¿Teniendo una orientación educativa, actúa en concordancia con la Ley Orgánica de Educación? ¿Por qué, si se utiliza el fenómeno de la música para dicha formación, no opera bajo la rectoría del Ministerio del Poder Popular para la Cultura sino que pertenece a la Vicepresidencia de la República? ¿Por qué no forma parte del Ministerio del Poder Popular para la Cultura? ¿Rinde cuenta anual públicamente sobre los recursos utilizados? ¿Cuál es la manera en la que contribuyen a la formación de seres humanos en concordancia con los preceptos de protagonismo y participación de nuestra constitución? ¿Se tocan, en principio, los compositores académicos venezolanos? ¿Se estudian los géneros tradicionales y se exponen como principal repertorio fuera de nuestras fronteras las obras que tengan dichos géneros? ¿Cuál es la estructura y cómo funcionan la representatividad y la verticalidad en la toma de decisiones? ¿Por qué se impone una única forma de orquesta? ¿Cómo se abordan las comunidades? ¿Son tomadas en cuenta las culturas locales en la creación de repertorio? ¿Son tomadas en cuenta las culturas y formas de organización locales para la construcción de un “sistema”? ¿Es un sistema que se retroalimenta de todas las partes, músicos, comunidad, representantes, cultores, educadores; o es una franquicia? ¿Es una fundación musical que representa a toda la música que se hace en nuestro país?

También, ante la falta de líneas dictadas por el poder popular para la cultura, encontramos un panorama similar y en el mismo terreno en el hecho de que las gobernaciones, alcaldías y ministerios contratan a los artistas nacionales e internacionales que mejor les parezcan, sin estudiar las propuestas éticas y estéticas de los mismos, sin reparar en los costos técnicos del montaje del evento, sin importar a quién le dan los contratos multimillonarios que terminan fortaleciendo económicamente a particulares. Mientras, a los cultores populares y tradicionales locales no se les toma en cuenta, ni siquiera para la creación de programas, sólo se les utiliza cuando los políticos quieren hablar a los sectores populares del país.

Son éstas, situaciones que se repiten y se repiten una y mil veces y no cambiará nada mientras no se logre constituir la política cultural del frente revolucionario a través del poder popular constituyente. Mientras no se junten los esfuerzos orientados al resguardo de los elementos propios de nuestra identidad. Sin identidad no hay transformación, no somos nada.

Un buen ejercicio es continuar sistematizando las fallas estructurales y comenzar de una vez por todas a enlazar acciones para preservar el patrimonio más preciado y en el que ponemos todo: la vida.

¡Viviremos! en vicio y virtud, lo grande y sobre todo lo pequeño.

¡Venceremos! lo que haya que vencer, cantando al ancestro,

quien da la fuerza y la fuerza quita.

¡Viva Chávez!

Cantautor venezolano
apedalybomba@gmail.com


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