Imperialismo, burguesías subordinadas y revolución

Si la marcha de los explotados y oprimidos avanzara al compás de la crisis del sistema capitalista, el mundo estaría hoy en las vísperas de una resolución histórica positiva; en los albores de una nueva civilización.
No es así. A la inversa, la distancia entre la magnitud de la crisis y la habilidad para resolverla se ahonda día a día. Existe una disparidad creciente entre la dinámica del mecanismo capitalista y el ritmo en el que las clases obreras, las juventudes, los campesinos, las capas oprimidas en todo el orbe, toman conciencia del momento que viven, se organizan para afrontarlo y se dotan de una estrategia propia. En esa disparidad reside la posibilidad de que el capital dé su respuesta a la crisis: destrucción de la inconmensurable masa de mercancía sobrante, saneamiento del sistema mediante el único recurso que les resta: empobrecimiento generalizado, destrucción, guerra, centralización violenta de los capitales en torno a las transnacionales.
Empavorecido, el pensamiento reformista tiende a colaborar con las diferentes expresiones del capital, en busca de una solución a la encrucijada dramática. El hecho es que tal respuesta no puede provenir de allí, por razones objetivas, ancladas en la lógica misma del sistema de producción: en la baja tendencial de la tasa de ganancia, en las decisiones irracionales dictadas por la ley del valor, en la sobreproducción indetenible, en la incapacidad para sostener la reproducción ampliada y, por lo mismo, la marcha a toda velocidad por el camino inverso, que va del crecimiento al estancamiento y de allí a la recesión, apuntando de manera inexorable hacia la depresión del sistema en su totalidad global.
Ha pasado ya demasiado tiempo sin reacción de parte de las vanguardias para comprender y asumir la naturaleza del momento histórico. Cuando se asistió a la gran explosión de 2008, por pocos anunciada y esperada, estaba todo a la vista: el colapso ocurrió cuando ya no existía frente al mundo capitalista el desafío de la inmensa área no-capitalista encabezada por la Unión Soviética; no había partidos que retaran al sistema en ningún rincón del mundo industrializado; los sindicatos estaban -siguen estando- como aceitado engranaje en el mecanismo de explotación; la intelectualidad recorría el laberinto banal del post modernismo...
Si frente a este cuadro mundial sólo se plantaba Cuba, la Revolución Bolivariana de Venezuela, el bloque del Alba ¿cómo soslayar el hecho de que la explosión financiera en el corazón del imperialismo provenía de sus propias entrañas y no del desafío de la revolución?
Esto ya lo había descripto, explícita y contundentemente Carlos Marx en su obra mayor. Pero en paralelo con los avatares de la lucha de clases y sus sucesivas derrotas en los países de mayor desarrollo y en la propia Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo XX, la honda crisis del pensamiento teórico revolucionario dio lugar a la proliferación de callejones reformistas y a una miríada de pseudoteorías, que vinieron a descubrir la supuesta capacidad del sistema para resolver sus crisis periódicas con el simple recurso de aplicar más de lo mismo y emerger victorioso.
Un argumento sin basamento científico; pero con la enorme fuerza que le dio la existencia de aparatos y programas cuya sobrevivencia estaba ya inextricablemente amarrada al sistema mismo: "el capitalismo no se derrumba si no hay una fuerza que lo empuje". A pocos preocupó que esta línea de pensamiento chocase de frente con las páginas de El Capital. La cuestión era no chocar de frente con el capital: puesto que esa fuerza no existe y en los centros principales no está siquiera esbozada, la conclusión es clara: "no es hora de la revolución".
El razonamiento no termina allí: si no es hora de la revolución, se impone la conciliación con "el capitalismo productivo" en contra del "neolliberalismo"; con el "capitalismo con rostro humano" en contra del "capitalismo salvaje". Por este camino fueron arrastrados los antiguos partidos de izquierda de Europa, Estados Unidos, Japón y otros países de escala mayor aunque de menor desarrollo. Con ellos, el grueso de la intelectualidad progresista. Y allí están: en el marasmo de la crisis que, ahora con epicentro visible en Europa, da vuelta como un guante la historia. Los efectos devastadores de la trabazón del sistema transforman en pueblos aterrados a aquellos mismos que, pocos años atrás, creían haber alcanzado el zénit del bienestar y la felicidad desde las alturas de un sistema supuestamente exitoso e invencible. Según la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Chistine Lagarde, en la Unión Europea (UE) "2 de cada 5 jóvenes están desempleados". Esto es, el 40% de los jóvenes y no el 24% como aseguran otras fuentes. Esos guarismos son todavía mayores en Grecia y España, para no aludir a Portugal, Italia, Irlanda y Gran Bretaña, todas arrasadas por la caída vertical de la producción industrial y el consecuente desempleo, retracción que ya es realidad también en las dos locomotoras de la convulsionada UE: Francia y Alemania. Habrá de tenerse en cuenta que todos los datos de la realidad económica en los centros imperialistas están amañados, para mejor manipular cifras y conceptos. Pero basta esa confesión de Lagarde para medir la magnitud de la crisis.
Por ejemplo, en Estados Unidos las estadísticas oficiales sitúan el desempleo en algo menos del 8% general y en el 11,5% para los jóvenes de entre 19 y 29 años. La realidad está lejos de estos guarismos, los cuales con apenas pequeñas adecuaciones que realizan los propios organismos del área de trabajo en aquel país, aumentan ambos datos en por lo menos un 50%. Eso, sin contar la masa de excluidos que ya no busca trabajo y cae de los registros. Pero el verdadero dato es que la economía no crece, la demanda laboral dista del crecimiento anual de la nueva oferta y la brecha continúa ensanchándose.

La crisis continúa
Cuatro años y medio después de la más grave conmoción de la economía capitalista en toda su historia, en ninguno de sus puntos nodales se ha logrado revertir la caída. Teóricos y propagandistas del capital se ufanan -con razón- de haber impedido que la gran recesión se transformase en depresión. Tratan de escamotear el precio de esa mezquina victoria: eso que ellos mismos han denominado, con saludable crudeza sajona, "abismo fiscal".
La UE se desgrana. Como ariete de Estados Unidos, Gran Bretaña utiliza su pertenencia a la UE para frenar toda decisión coherente en función de la preservación del bloque y del interés de Alemania. Es la vía que toma la feroz lucha interimperialista que dicta el rumbo del mundo por estos días, A la vez, como no integrante de la Eurozona (EZ), Gran Bretaña busca eludir la onda expansiva del colapso en marcha de la moneda comunitaria, que mantiene desde hace una año en la cuerda floja a Grecia, Portugal, España e Italia, mientras penetra, no ya como viejo topo, sino como furioso río subterráneo, en las estructuras económicas de Francia y Alemania. No habrá de extrañar que durante el año en curso el choque entre Bruselas y Londres plantee situaciones extremas, como la expulsión de Gran Bretaña de la UE.
Es más grave aún la situación en Estados Unidos. El mundo caminó al borde del abismo financiero durante los últimos días de 2012 y las primeras horas de 2013, cuando in extremis el gobierno estadounidense logró superar el derrumbe fiscal mediante un endeble acuerdo con los republicanos para incrementar impuestos a las capas más ricas del país: aquellos que ganan más de 450 mil dólares anuales, contra la opinión de Barack Obama que pretendía fijar el piso en 250 mil. Para no abundar, vale citar a Nouriel Roubini y Paul Krugman, inequívocos defensores del sistema, quienes se burlaron en sendos artículos del supuesto triunfo de Obama.
El incremento acordado para los impuestos permitirá recaudar 600.000 millones de dólares a lo largo de la próxima década. En ese período, sin embargo, el gasto se aumentará alrededor de 4 billones de dólares. La zozobra entonces simplemente se trasladó a marzo, dicen a dúo, cuando se discutirá en las Cámaras el verdadero tema: los recortes de gastos. La opción de recorte es evidente: gastos militares o derechos sociales.
Sea como sea que se resuelva la disputa fiscal en Washington, 2013 verificará un aumento del desempleo en Estados Unidos, en Europa y Japón, mientras numerosos especialistas advierten que la caída de la economía china será mayor a la esperada hasta mediados de 2012. Por detrás, está la distancia sideral entre la producción estadounidense y las cantidades siderales de dólares sin respaldo en las que se apoya la economía mundial.
Para los estrategas del capital, la victoria posible en este cuadro es trabar el deslizamiento hacia la depresión mundial y mantener el control político sobre las masas afectadas mientras descargan sobre asalariados, desocupados, estudiantes y campesinos, el peso brutal de la crisis económica y el avance de la violencia hasta la guerra abierta. Con el presidente francés François Hollande a la cabeza, la socialdemocracia internacional enarbola esas banderas y se somete al imperio del gran capital. Helo allí a Hollande invadiendo Mali y abriendo camino a las tropas de la UE.

Utopía de los "emergentes"
El término apareció como concepto geoeconómico en los años 90. Lo inventó el creativo titular de un fondo de inversión estadounidense, avisado de que no podía ya reunir grandes sumas invitando a invertir en "el tercer mundo". Por arte de birlibirloque marketinero, esa parte del planeta pasó entonces a llamarse "emergente". Un prototipo fue Argentina: mientras el país se hundía como una roca en el mar, empujado por privatizaciones, endeudamiento y liberalismo extremo para transnacionales y capital financiero, banqueros y prensa especializada lo bautizaron como "emergente".
Con el tiempo, la intelectualidad postmoderna y sus alas a derecha e izquierda adoptaron el pseudónimo y lo transformaron en concepto. Luego, al calor de procesos desarrollistas temporalmente exitosos, con apoyo en China, Brasil y otros, la teoría del "emergente" amplió su radio de acción y se transformó en... la salvación del capitalismo. El capital no agonizaba. Se mudaba a Oriente y al Sur.
El arbitrio cobró fuerza de necesidad para el pensamiento reformista luego del estallido en 2008. Y se mantuvo con una sonrisa helada hasta hace poco, cuando quedó claro que Estados Unidos no remonta la crisis, la UE se hunde en la recesión y la disgregación, a la vez que los famosos Brics (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), descubrían paralizados la llegada de la recesión también para ellos.
Para la amplia gama de cultores de estos sofismas, la multipolaridad, el reconocimiento de la debilidad creciente de Estados Unidos como centro organizador del capitalismo mundial, la creación de numerosos polos de poder universal, no eran otros tantos puntos a favor de una acelerada marcha en la transición hacia el socialismo, sino la posibilidad de mantener el statu quo.
Por eso el comandante Hugo Chávez tuvo escaso eco cuando tres años atrás convocó a crear una 5ta Internacional. ¡No era la hora de la revolución, sino la de apostar a "los emergentes"!
Es eso lo que comienza a terminar en este momento y verá su aceleración en transcurso de este año y los que vienen: el agotamiento de la ilusión desarrollista, que apeló a Keynes como si el economista inglés hubiera sido un revolucionario socialista y no un teórico de la desesperación capitalista en busca de salvación para el corto plazo.
Sólo el Alba, con la Revolución Bolivariana a la vanguardia, sin cesar compelidas por la visión y la fuerza de Chávez, se desembarazó del lastre reformista y de las pseudoteorías gestadas por la decadencia capitalista, para poner en práctica la transición hacia el socialismo. De la rapidez y la eficiencia con que se afirme esa bandera, de la capacidad para hacerla visible a los pueblos del mundo acosados por la crisis del sistema global, depende que aquella distancia entre el fin de la civilización capitalista y el comienzo de una nueva era se acorte y dé paso a la revolución, única respuesta a la estrategia demencial de los estrategas del capital.


Buenos Aires, 17 de enero de 2013
 



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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

 luisbilbao@fibertel.com.ar      @BilbaoL

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