Chávez

A la derecha le molesta el amor, como nos recuerda la canción de Silvio. Chávez es el pueblo convertido en gobierno, en poder, y la base de toda esta movida está, como no podía ser de otra forma, en el amor. La gente se reconoce y pelea, lucha a diario por la construcción colectiva del complejo entramado que definimos como el poder popular. Pero la derecha considera que el poder es cosa suya, que eso de promover que la gente se apropie de su vida de sus decisiones, que organizadamente marque el destino de su comunidad, de su país, es “populismo”, “demagogia”. El argumento fundamental es considerar que las mayorías no poseen “condiciones” para gobernar, por tanto esa tarea estaría reservada a un grupito de “escogidos”. Muchos se lo creen.

La experiencia reciente demuestra que dejar las decisiones públicas, es decir, el ejercicio de la política en mano de esos grupos, los “escogidos”, conduce a la sociedad al fracaso. Los ejemplos saltan a la vista en diferentes contextos (la generalidad de los gobiernos europeos reflejan esta realidad), en los cuales verdaderas corporaciones, que atienden a intereses de los poderes económicos y financieros, monopolizan también las decisiones políticas, sacralizando sus decisiones, creando leyes cada vez más restrictivas de la participación de la gente en los asuntos públicos y negándole a las mayorías el acceso a los servicios públicos esenciales.

Este marco favorece la atomización de la sociedad, su fragmentación, por tanto la cristalización de su proyecto cultural, que es el neoliberalismo, basado en promocionar el individualismo a ultranza y la privatización de lo público. Por ello la derecha, en definitiva, no solo desconoce las raíces de la polis que no es otra que la participación del pueblo en los asuntos políticos de la sociedad, sino que rechaza (a veces de manera velada) las posibilidades de organización comunitaria y de asunción de decisiones políticas por parte de ésta. Es frecuente escuchar a sus voceros argumentar sobre la “ideologización” o la “politización” de la sociedad. Les interesa formar individuos primitivos, irracionales, que sólo sirvan para consumir.

La derecha disfruta con la delegación, con la representatividad espasmódica, que diluye la voluntad popular en un entramado legal convierte al más débil en una victima del propio sistema que dice defender sus libertades y garantías, el caso español, lamentablemente, constituye un ejemplo dramático de esta práctica política. Por ello la conciencia colectiva les escuece. Molesta mucho a la derecha que la democracia tome vida, que la gente común y corriente sea consciente de sus condiciones y trabaje para el común. Y Chávez, convertido en pueblo en movimiento, constituye por tanto en esa amenaza latente a los intereses de la derecha; por ello era vital para el proyecto hegemónico del capital interrumpir la experiencia revolucionaria en Venezuela. Ojalá aprendamos, definitivamente, a valorar lo que está en juego cada día que vivimos en democracia, en revolución.

El triunfo del pueblo bolivariano el pasado 7 – O, propone un escenario fecundo para avanzar en la construcción del poder popular, única garantía de pervivencia de un proyecto democrático, que es decir socialista, como el venezolano. La tarea mantiene viva las complejidades conocidas, y sugiere la enmienda de errores e interpretaciones equívocas de lo que ha sido hasta ahora la puesta en escena parcial de la experiencia revolucionaria venezolana; supone igualmente la convocatoria de esa parte del pueblo desconectado del proyecto bolivariano, de aquel que a partir de reacciones primarias asume comportamientos reactivos a la gramática hasta ahora conocida de la revolución y de sus finalidades.


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