¿Y quién es Bolívar, papá?

Antes de escuchar de Globovisión que Chávez dizque quiso decir que Cuba está preparando un viaje a Marte (cuando la verdad, y más pura, es que Marte es el que está preparando un viaje a Cuba) esperé primero con gran expectación el desvelamiento del rostro de Bolívar tecnológicamente escaneado y reproducido en 3D. Antes Chávez, como para llenar de suspenso el acto, colmó de besos a los niños y niñas testigos también del acto magno, además de otros jóvenes y demás presentes. Luego se corrieron las banderas y dejaron expuesto el rostro más fidedigno de El Libertador. Pero no el rostro inexpresivo de los retratos pictóricos bien conectados por cierto con la realidad, sino su rostro vivo, el que corresponde a como si ayer le hubiesen tomado una fotografía. La verdad es que no me sorprendió porque pensaba que todos esos retratos históricos no podían desdibujar su verdadero rostro, no obstante las respectivas interpretaciones artísticas de sus pintores. Lo que sí me sorprendió es el parecido sorprendente –y hasta premonitorio- que un actor venezolano actual, en alguna película o representación teatral que he visto, tuviera en esa representación con el Bolívar de la “foto”. Valdría la pena identificar a ese actor para ver si mi apreciación es correcta o no. Otro matiz afortunado del acto fue lo aterciopelada de sus voces y también la belleza notable, tanto de la antropóloga como de la médica patóloga y odontóloga forense. Tengo la sospecha histórica de que el hombre Bolívar sintió, como un extemporáneo homenaje, las indudables caricias que ellas tuvieron que prodigarle a su cráneo descarnado.
 

Pero, ¿cómo y cuándo supe de Bolívar? Pues tenía entre seis y siete años de edad cuando le pedí a mi padre que me llevara un domingo al parque (al de los Caobos, que en esos tiempos remotos era el parque). Mi padre quizás secuestrado por la flojera ese día, y tratando de darme una excusa decorosa para no llevarme, me preguntó: ¿Al parque? ¿Acaso que a Bolívar lo llevaban al parque? Y yo le repregunté: ¿Y quién es Bolívar, papá? ¿Bolívar? -me contestó-. ¡Pues el hombre más grande de América! terminó diciéndome en tono muy solemne. ¿Tú crees que si a Bolívar lo hubiesen llevado al parque, hubiera sido lo que es? me volvió a preguntar sentencioso. Bueno, si es así –le dije- entonces no me lleves, retirándome cabizbajo a pasar por mis metras para jugar en el patio. Así fue como supe la primera vez de Bolívar. Y esa forma tan épica, con que mi padre me lo refirió como el hombre más grande de América, se me quedó grabada, confirmándola luego en mi bachillerato de los 50 cuando escuchaba ya a mis profesores de Historia hablar de sus proezas y de su genio militar. Y con la escueta versión de mi padre, y la académica de mis profesores, comencé a admirar el sentido de la grandeza de las cosas. Pero fue con el Bolívar ese de la “foto”, el que luego sería también desterrado de los pensa de estudios en Venezuela, como un acto manifiesto de miedo a su estatura y visión política, y a su impronta de iluminado del tiempo.     

canano141@yahoo.com.ar



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Raúl Betancourt López


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