El calendario golpista en Latinoamérica es casi predecible. El imperialismo va derribando los gobiernos con voluntad soberanista, empezando por los eslabones más débiles de la cadena. Es el caso de Honduras y Paraguay. Ya se ve que los líderes populares que llegan al poder electoralmente son impotentes -salvo en Venezuela- para neutralizar los procesos de asedio previos al golpe, maniatados como están por unas reglas de juego que incluyen las herramientas legales que permiten derribar gobiernos disfuncionales a los intereses del capitalismo. La heroica pero desarmada movilización popular, ya se ha visto, no intimida a los golpistas que anidan en las mismas instituciones y están siempre al abrigo de las facultades coercitivas del Estado, porque policías y militares forman parte de ellos.
La ofensiva, por ahora, se dirige contra los países del ALBA, cuya incorporación individual o colectiva a otras instituciones regionales, como Unasur, no constituye ninguna garantía de amparo. Brasil y Argentina no comprometerán jamás sus ambiciones regionales en ningún proyecto ajeno a sus intereses de clase. La burguesía fascista paraguaya lleva hasta el sol de hoy bloqueando el ingreso de Venezuela a Mercosur sin que las cancillerías que representan a la mayor parte de la población latinoamericana hayan tenido la determinación política de doblar el brazo a esa minoría fascista y ahora golpista.
¿En qué queda lo de Honduras? ¿Qué va a ser ahora de Paraguay? ¿Quién y cómo va impedir el asedio a Bolivia y Ecuador? ¿Qué es eso de que la correlación de fuerzas ha cambiado en Latinoamérica? Hace falta un poco de seriedad.
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