Viejos y conocidos demonios, amenazan la Revolución

Conversando con la gente humilde de los barrios del Este de la capital, tomando el pulso a los legítimos dueños de este proceso, he podido percibir dolor, desconcierto y hasta desencanto. Aquello que no pudieron lograr los golpes de estado, golpes petroleros, guarimbas, paramilitares, sicariato, ni la demoledora campaña de poderosos medios de comunicación parecieran estarlo logrando unos liliputienses de mente y corazón para quienes sus propios intereses están por encima de cualquier otra consideración.

No voy a enumerar el cúmulo de casos y situaciones porque espero terminar de escribir este mensaje a nuestro pueblo sin que la repugnancia me lo impida. Todos lo sabemos, lo estamos viendo y padeciendo. Un torneo de malandanzas penoso e inaceptable, ese es el espectáculo que están dando a nuestro pueblo dirigentes y burócratas ambiciosos y oportunistas.

Hemos de salir al paso a tanta miseria. No podemos aceptar que la fe del pueblo en su revolución sea defraudada. Esa fe que lo hizo salir el 13 de abril de 2002 a rescatar a su presidente y, justamente, -¡qué poca vergüenza!- a estos mismos que hoy frivolizan irresponsablemente con la responsabilidad de su liderazgo, esa fe que lo hizo resistir un paro petrolero de dos meses, sin gas, sin gasolina, limitado al mínimo hasta en sus alimentos, esa misma fe que lo ha impulsado a salir a la calle, a marchar, a concentrarse, cada vez que a percibido peligro para su revolución, a votar cada vez que se le ha convocado, no puede ser debilitada por enanos de largas trenzas.

El pueblo, sabio, se refugia en su única garantía: su confianza en Hugo Chávez Frías. Sin embargo no es suficiente. El pueblo debe saber qué, aquello que está pasando no es nuevo, ya lo vivieron otros pueblos. Son viejos y conocidos estos demonios. Son los demonios de siempre, son los demonios del egoísmo, de la ambición, de la avaricia, de la ruindad, de la mezquindad, de la soberbia, son los demonios del alma ruin que habita en los espíritus pequeños.

Debe saber que no debemos esperar otra cosa. Que es así, que en el corazón del hombre anida la grandeza más heroica y la ruindad más despreciable, juntas e inseparables, que es sólo el ejercicio de la conciencia y la voluntad la que lleva al hombre a la elección del bien sobre el mal en cada ocasión. Que son…como decía la canción…”decisiones…cada día”. Debe saber que estos diablos forman parte casi inmanente del alma humana y que se hacen presentes en cuanto la conciencia social se debilita.

Históricamente en cuanto el enemigo natural da muestras de debilidad, la soberbia, la arrogancia y la podredumbre interior aparecen con todo vigor. Aparecen los demonios de las ambiciones, el divismo, la figuración y la pantallería con toda su fuerza destructiva. No puede el pueblo ignorar que la batalla será larga, que no cambia el corazón del hombre de un día para otro, que es difícil, heroico realmente, cambiar una sociedad que se ha construido sobre los valores del egoísmo, la avaricia, el oportunismo y la deslealtad y hacerla llegar hasta un sistema de valores humanos basado en la solidaridad, la lealtad y el amor, al menos en la mayoría de sus miembros.

No puede el pueblo olvidar que el enemigo del nuevo sistema no descansa, que modifica su estrategia, pero no descansa en su empeño de dar por tierra con un sistema social que lo horroriza. Contra el proceso bolivariano el enemigo ha ensayado todas, o casi todas, las estrategias clásicas. Hoy ensaya esta vieja modalidad. Exacerbar las pasiones y mezquindades dentro de las filas revolucionarias para lograr su objetivo. El banquete que se están dando los medios de comunicación con estos escándalos propios, debidamente magnificados, convenientemente amplificados, es una muestra de cual es la estrategia.

Es, por tanto, imperativo, descubrir estos demonios internos. Quitarles la mascara. Decirles “no te vistas que no vas”, o “te conozco mascarita”. No es muy difícil descubrirlos, ellos se denuncian solos. Es el momento de emprender una cruzada por la honestidad, la lealtad, la eficacia, la transparencia y la reciedumbre revolucionarias. Sería oportuno recordar qué, cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto y éste fue superando las distintas tentaciones: dinero, poder y fama, el pasaje recoge una temible advertencia: “…y el diablo se fue…para volver”. No aceptó el diablo la derrota, solamente se fue para maquinar nuevas y más demoledoras tentaciones. ¡Manos a la obra! ¡Venceremos!


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Martín Guédez


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