Democracia y Populismo (II)

Uno de los retos que tiene la ciencia social latinoamericana, si de verdad quiere ser autónoma y superar el reduccionismo a que ha sido sometida por el pensamiento euronorteamericano, es darle un vuelco transformador al significado -y al significante- de conceptos y categorías que ha hecho suyos, para dar explicación a nuestro proceso sociohistórico. La ciencia social latinoamericana, de este tiempo, tiene que entender que la realidad social es multidimensional; tiene, por tanto, que rechazar todo reduccionismo cientificista.

El pensamiento universal, y de manera mucho más profunda y actual, el pensamiento social latinoamericano vive un intenso proceso de reflexión, en la búsqueda de referentes teórico-prácticos que den una nueva explicación al concepto de pueblo y a lo popular. Del pueblo sujeto, trascendente al pueblo objeto en que lo convirtió el pensamiento liberal.

Reflexiones que nos conduzcan a entender al pueblo y lo popular, sin manipulaciones; entenderlo como realidad social, que siente y padece, que no puede seguir siendo excluido, discriminado y rechazado; reflexiones que solo son posible si se entiende que el pueblo y lo popular no constituyen un “peligro” para el orden establecido, para la mal llamada “gobernabilidad democrática”.

Ahora bien, la “peligrosidad” del pueblo no es una simple casualidad, es el resultado de una elaboración teórica formulada por la clase dominante, que hizo aparecer lo popular como el quehacer cotidiano del “populacho”, convirtiendo lo popular en un concepto depreciado y despreciado, sin valor alguno. De esa manera, la clase dominante, en su empeño de dominación, le coloco a su actuación política un nivel de superioridad, que hizo creer que su proyecto político era el de toda la nación, proyecto para el cual utilizó los partidos políticos y, cuyo “éxito” se puede medir por el establecimiento y perdurabilidad del régimen partidocrático, el cual colapso en el hemisferio en la década de los ochenta de la centuria pasada.

La democracia, ha dicho Margaret Canovan, “tiene una fase administrativa y una redentora que se basa en la promesa del autogobierno del pueblo”. El pueblo en concreto, no ese pueblo que fue sustituido por los partidos políticos, y otras instituciones del Estado, que lo convirtieron en un ente abstracto, disociado de la sociedad.

Disociación que ha hecho de la democracia representativa una democracia incompleta, prisionera de un falso institucionalismo, elitesca, excluyente e inequitativa; de ahí el malestar con la política y ese modelo de democracia. De manera contraria, hoy se impone avanzar en la construcción de una praxis política popular, que se expanda a toda la sociedad, que se fusione con el pueblo, que entienda que pueblo y política deben metamorfosearse, si en verdad se quiere construir una verdadera democracia.

Ya que, como bien lo dijera Samir Amin, “la democracia no es un recetario sino un proceso”. Un proceso que tiene su estar siendo y dejar de estar siendo, por lo que los pueblos viven un permanente proceso de democratización, de un hacerse infinito, “el cual abarca todos los aspectos de la vida social,…”; ya que, un verdadero proceso de democratización de la sociedad “abarca también todas las formas de relación social, incluida la familia: la de los grandes problemas de relación entre hombres y mujeres; los que tienen que ver con la vecindad cultural de gentes de culturas, lenguas y religiones diferentes. Es un proceso que no tiene final. Está asociado ineludiblemente al progreso social. No digo al socialismo, sino a la evolución social. En la actualidad la democracia, en la medida en que existe, está disociada del progreso social. Se asocia en algunos países a la regresión social y por tanto pierde su legitimidad. Esto es muy peligroso. Estamos en un momento de amenaza a la democracia porque estamos en un momento de regresión social”.

Pues bien, ante las amenazas que hoy se ciernen sobre la democracia, nacidas de las propias entrañas de la “democracia liberal”, amenazas convertidas en crisis de la democracia; crisis, que como bien lo ha dicho Antonio Negri, “no es lo contrario de su desarrollo sino su forma misma”; y que, al decir de Edgar Morin, debemos ver la “crisis como fractura en un continuum, una perturbación en un sistema hasta entonces aparentemente estable, sino también como crecimiento de los riesgos y por ende las incertidumbres. Se manifiesta por la transformación de las complementariedades en antagonismos, el desarrollo rápido de las desviaciones en tendencias, la aceleración de los procesos desestructurantes/desintegrantes (feed-back positivos), la ruptura de las regulaciones, el desencadenamiento, por tanto, de los procesos incontrolados que tienden a auto amplificarse por sí mismos o a chocar violentamente con otros procesos antagonistas incontrolados en sí mismos”.

Ante una situación como esta, se impone rehacer los ideales democráticos. Refundar la democracia, entenderla como proceso, rechazar todo reduccionismo, despojarla de todos aquellos “fantasmas” que la volvieron elitesca, inequitativa y antidemocrática.

(*)Profesor ULA

npinedaprada@gmail.co


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Nelson Pineda Prada(*)

*Profesor Titular de la Universidad de Los Andes. Historiador. Dr. en Estudios del Desarrollo. Ex-Embajador en Paraguay, la OEA y Costa Rica.

 npinedaprada@gmail.com

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