Los cerdos que gruñen y piden que le echemos margaritas

Yo vivo en una ciudad, ella no estaba en mí. Y es una ciudad poblada de fornidos chanchos que acaparan todos gruñidos; gruñen incesantemente por los restaurantes atestados de otros tantos como ellos; que colman los bancos y aeropuertos, conventos y medios…. Los cerdos de lacito en el cuello y las flores del amor en la cabeza; los que regentan comercios a lo largo de toda la Washington avenue convertida en rutilantes centros energéticos: dueños de estaciones del amor, de radio y televisión. Los Chanchos paseantes de carteles que protestan todo el día. El chancho que se muere de hambre aunque engorda; el chancho que no tiene libertad pero que maldice a diestra y siniestra; el chancho que no encuentra leche porque no la necesita; el chancho que se lleva todo de CADIVI y se mete a todos los bancos en el bolsillo y proclama que se muere porque se muere.

Todo apesta, claro. Los cerdos en medio de sus fétidos elementos hablan de inseguridad, y entre su fornida pelambre sostenien sus gafas de genio; todos son sapientísimos con su sombrerito viajero y sus pantaloncitos cortos de rayas: eternamente viajeros, una cartera al hombro. Chiiiiio chiiiiii, guiiiii, guiiiii, yuiiiii, gruñen cada vez que abren la jeta. Es muy fácil traducir lo que dicen: “-Hay mucha, mucha inseguridad, inseguridad, inseguridad… Mírenme al culo enroscado como lo tengo…“.

Otros cerditos que le acompañan, toman notas. Más y más, como gruesos lagartos del pantano gimen, que lloraban, que largan sus gruesas lagrimotas: “-Nos están matando, esto es un permanente matadero; no tenemos dónde ir… bueno sí tenemos, pero nos quitaron el Consulado…”

Dejan sus indecencias donde se meten. Y proclaman. “- Miren cómo temblamos…” con sus rosadas carnes vibradoras,… “No tenemos donde esconder nuestras cosas… Por tener y tener, tenemos miedo, el pánico nos acosa, nos devora…”

Marchan torciendo sus rabos y sus nalgas clamorosas: “-Aquí no tenemos seguridad para nada, y a los malandros los están dejando salir de cárceles; horror de horrores. Hasta que no se maten a todos los malandros, esto no tendrá solución. Nos violan todos los días: miren cómo me han violado mis derechos: miren esta panza, miren esta papada, miren estas nalgas. No sueltan a la santa Afiuni, torturan a Mazuco, no permiten soltar a los comisarios que trataron de salvar a la república el 11 de abril…”.

- Tanto engordar para morir por nada –pregonan todos los días por la radio.

Y se rascan contra los tablones de la Fiscalía, contra los tribunales. Gimen, con el olor del matadero encima, carne porcina, chicharrones y chorizos, tocinos y tocinetas… y cagan y se revuelcan en sus periódicos; con sebo y caña sacuden con furia sus programas; con cañadonga crean unidades democráticas, gargareando por la tele y proclamando solidaridades; Obama escucha tu gente; Obama escúpenos; Obama hociquéanos, grúñenos y caracoléanos. Chasquidos, chiqueros, chanchos sudorosos, presurosos, pingajos asquerosos…


jsantroz@gmail.co


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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