¿Cuántos embajadores saltaron la talaquera el 11-A?

Al parecer hubo una desbandad horrible de representantes diplomáticos de nuestro, aquel día. Según el meritócrata Alejandro Padrón en su reciente libro[1], las renuncias al Ministerio de Relaciones Exteriores llovían desde distintos lugares del mundo. Conocemos el caso del embajador en la India, Walter Márquez quien el día 11 de abril de 2002 por la noche hizo una fiesta en su residencia celebrando “la caída del régimen”. Otro que salió como corcho de limonada fue el canciller de ese momento Luis Alfonzo Dávila.

Pero el caso más elocuente y cómico, fue el del intelectual de la Universidad de Los Andes Alejandro Padrón, quien se encontraba de embajador en Libia.

Él lo cuenta de esta manera: “Terminé renunciando a mi cargo de embajador la noche en que vi por televisión los sucesos del 11 abril 2002. Fue la gota que rebasó el vaso. Esa misma noche envié el fax renunciando mi cargo. Para mí resultaba muy clara la conducta manifiesta del gobierno y su tendencia autoritaria. Me produjo rabia el ataque despiadado a la manifestación del pueblo venezolano y la cantidad de muerto.[2]”

La carta de renuncia decía entre otras cosas: “Consternado e indignado por los acontecimientos acaecidos en el día de hoy, que provocaron la muerte de muchos venezolanos inocentes y que han sumido al gobierno en una tendencia abiertamente autoritaria y antidemocrática, me veo en la imperiosa obligación de poner mi renuncia como embajador de la República bolivariana de Venezuela en Libia.”

“Me resulta incompatible continuar ejerciendo una labor diplomática en nombre de un gobierno que ha confiscado principios y derechos democráticos que tanto ha pregonado defender.[3]”

A partir de este momento, el profesor Alejandro Padrón, sumamente cagado, comenzó a ver fantasmas y el pánico en él alcanzó más o menos el mismo delirio de otras pesadillas sufridas por él el 11-S. Los sueños espantosos lo devoraban, en “donde me veía huyendo por las terrazas de los vecinos al estilo de Tony Curtis en Ali Baba y los 40 ladrones.”

“La misma noche de los acontecimientos después de redactar mi renuncia, llamé a mi amigo Teodoro Petkoff, director del diario Tal Cual, para ofrecerle la publicación de mi carta. Mi intención estaba dirigida más bien a comunicarme con un amigo de dilatada experiencia política para pulsar su opinión sobre lo que ocurría.[4]”

Lo insólito fue que su carta de renuncia cuando la recibieron la archivaron en el ministerio de Relaciones Exteriores.

Pese a lo alarmante de su contenido, se guardó en el último puesto de un legajo de renuncias que llovían de todas partes.

El final es como para coger palco, como para una película de Alfred Hitchcock protagonizada por Cantinflas: se la pasaba Alejandro Padrón dominado por pesadillas, viendo una poblada que llegaba a la residencia del embajador y que gritaba consignas en su contra. Gentes que portaban pancartas en las que lo acusaban de traidor a la patria y cuenta que en el sueño corrió a levantar a su robusta y joven secretaria que aún dormía. Y que la despertó sin que ella entendiera lo que estaba pasando. “-Salgamos de aquí inmediatamente-. El baño de mi cuarto tiene una ventana que daba hacia los patios de las casas vecinas.”

- Véngase -le ordene, porque ella insistía en recoger algunas pertenencias, entre otras su libro de Mafalda- (que cursi, coño)- ¡Recoja sólo su pasaporte y huyamos! –le grité.”

Contó que había pensado “que la única posibilidad de salvación era brincar hacia los techos traseros, alcanzar la avenida cerca de la residencia española y refugiarse allí. No sabía cómo sacarle agilidad a mi secretaria y estimular a brincar por los tejados lisos de las casas vecinas. Y finalmente le dio la orden:-

- “Brinque usted de primero- y mientras ayudaba a franquear la ventana se atacó porque sus redondeces no cabían por la estrecha abertura. El desespero llegó al máximo y me desperté sofocado. Abrí la ventana de mi habitación, miré con sigilo hacia la calle y vi que estaba desierta. Sonreí y me acosté de nuevo sin poder conciliar el sueño.”

“Me ocurría a menudo que estando en mi despacho sentía llegar automóviles a la embajada y de inmediato pensaba que venían por mí (qué cagadera, Señor). Nunca estuve tranquilo sino hasta el día en que tomé el avión.[5]”

Su hermano Alfredo cuando llegó a Venezuela le dijo:

“- Sólo a ti se te ocurre tamaña estupidez. En Libia estabas bien lejos de Chávez, ganando buen dinero. Ahora estás más cerca de él, pero con un sueldo miserable en la Universidad.[6]”

[1] “Yo fui embajador de Chávez en Libia”, Alejandro Padrón, ediciones La Hoja del Norte, Venezuela, 2011

[2] Ut supa, Página 154.

[3] Ut supa, Página 154-155.

[4] Ut supa, Página 155.

[5] Ut supa, Página 161-162.

[6] Ut supa, Página 165.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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