A Leocenis García yo le daría un premio por destapar la olla

El Estado venezolano es en parte culpable de abusos en su contra por no ejercer la autoridad

No suelo esperar que todo sea acertado, el cambio es una constante, suena como contradictorio pero no lo es, fíjate por ejemplo que el Estado no puede ser eterno; esto es, que a medida que la realidad evoluciona el Estado también debe seguirle las huellas en lo posible rápido y su fuese en una fracción de segundo, apenas, mejor que mejor. Y, si el Estado se adelanta a los acontecimientos…¡Aplaudo!

Y, en el cambio, todo lo que se mueve está sujeto a error, es lo más natural, es el imponderable, lo importante es la disposición frente al error; sí  acaso la perfección es potestad de los Dioses o del Dios, como quiera sea, tomando en cuenta que supuestamente Dios no tiene partes, se le concibe como un todo integro.

Pero yo-en tanto que hombre sin religión- no le halo el rabo a animal que no conozco, es que Dios-para el servidor que soy- es sólo un producto social.

(Aclaro que una fracción de segundo es lo que tarda en sonar la corneta del carro que está detrás de ti en el semáforo, cuando cambia la luz roja a verde y tú no sales disparado como “Meteoro”).

De lo contrario, es decir, sí  la realidad evoluciona y las leyes que han de regirla permanecen achantadas, se produce un desfase creciente que, en algunos casos llega hasta el caos, valga decir, preñar a magistrados y a sus compinches matones, de buena voluntad.

Nada escapa al rigor inexorable de la caducidad; todo caduca cada cierto tiempo, yo mismo estoy caduco, otrora cuando estuve en la plenitud de mis fuerzas físicas, éticas y morales, yo le habría zampado cuatro planazos por ese furrutaco a quien agrediera a una dama o a un niño; en cambio, hoy yo tendría que zamparle por lo menos ochenta vergajazos a un carajo de esos, para compensar la vaina.

Y así, en el plano ético y en el orden moral, todos perdemos algo de butría, que tratamos de compensar de alguna manera digna.

No es el caso, luego, de mujeres sinvergüenzas, apátridas, necias, que no merecen ser denominadas damas.

El irrespeto al Estado venezolano es consecuencia de la lenidad con la que aquél ha aplicado la ley. Sí al tal Leocenis García, por ejemplo, se le hubiese aplicado la ley las tantas veces que según he sabido él delinquió, éste habría dejado las majaderías, las sinvergüenzuras.

El Estado no debe andar a la machimberra, el Estado debe entrompar como un todo y para ello se requiere más que unidad inteligencia. En eso Chávez también es culpable porque siendo Jefe del Estado, el tiene que reunir a todos los demás poderes, al menos una vez a la semana, para evaluar las vainas pero, no lo hace seguramente.

Sobremanera, en una sociedad en tránsito revolucionario, en transición del modelo social y político, es más perentorio y determinante que el  Estado se revise a sí mismo para estar a la altura y debe haber un eje.

En nuestro caso, ese eje es el socialismo. No olvidemos una cosa, la rueda gira alrededor de un centro, la Tierra gira alrededor de un centro, la Luna gira alrededor de un centro, cuando las cosas no se mueven alrededor de un centro, sobreviene el caos y en agua revuelta ganancia de pescadores (sí lo sabré yo).

¿Por qué el adecopeyaje separó el territorio para crear municipios como Chacao o Lecherías? ¿Por qué las compañías petroleras crearon de modo deliberado el mal llamado regionalismo zuliano? ¿Acaso ya no estaban pensando en separar el Zulia de Venezuela? ¿Quién propugna desorden en nuestra patria, no es acaso el gringo por intermedio de asalariados?

El Estado debe dar un paso al frente para castigar a sus agresores pero debe hacerlo sin guabinear un solo instante; y debe hacerlo en el marco de toda su fortaleza, unido y con determinación, sin esguinces.

El Estado debe inclusive depurarse a sí mismo. Ahí está  el caso del rector Vicente Díaz, un tirapiedras vil al que hay que poner a recular para dar una lección.

El estado no debe ir a la cola de los acontecimientos,  en consecuencia, debe adelantarse, debe legislar previendo sucesos posibles, venideros, para que no lo agarre el catarro sin pañuelo.

Ahí  está el caso de Pedro Carmona, un forajido que dio un machetazo contra el Estado y lo que hicieron fue mandarlo para su casa para que se fugara a Colombia, en vez de aplicarle un castigo ejemplar; y en esa misma onda y en los mismos pasos anda el tal Leocenis y muchos otros bandidos de igual calaña.

Entiendo, no es sencillo sino complejo, poner en su justo sitio el conjunto de los Poderes del Estado pero no hay otra salida que intentarlo; nunca debemos huirle a las contradicciones sino escarbarlas para resolverlas sí fuese necesario y atizarlas cuando convengan,  a veces las contradicciones son muy necesarias.

Por ejemplo, las contradicciones del rector Vicente Díaz contra el CNE hay que extirparlas; en cambio, las contradicciones de las suelas de tus zapatos es lo que te permite avanzar, si las suelas están gastadas hasta el liso, tu resbalas y te caes. Es decir, que a veces convienen y a veces no, extirparlas de raíz.

Usar la inteligencia al discurrir nos aclara los conceptos y la toma de decisiones. El todo es más que la suma de las parte porque el todo es contentivo de principios vitales. Un corazón, un pulmón, la cabeza, las patas, la cuestión aquella, y etc., por separado, no valen nada sin el principio vital y así, las piezas de un reloj-(ver “Reloses” de Pedro Picapiedra Rosales y Pablo Mármol).

El Estado funcionando unido es una necesidad vital para la patria, de lo contrario el bochinche nos va derribar y “adiós luz que te apagaste”.

A Leocenis García yo le daría de premio internarlo en un manicomio hasta que se cure porque ese carajo está loco de perinola, y luego, ¡Ven a mí que tengo Flor! Y, después, meterle siquiera 30 años en Yare II por falto´e rrespeto a la autoridad.

La olla a la que me refiero es la abulia de los Poderes del Estado; por eso, viendo que aquí  no se castiga a nadie, el tal Leocenis jorungó la vaina.

Ese cadáver inmortal que es Luis Miquilena sembró la maleza en el poder judicial, hay que desmalezar ese poder y mandar a unos cuantos para Yare.

A veces el mal es parte del bien; en este caso, bien bueno que se despertaron las sensibilidades.

¡Ojalá ahora sí, las magistradas y no magistradas agredidas le impongan un castigo ejemplar al sinvergüenza de marras, el tal Leocenis!

oceanoatlanticoguillermo@gmail.com 



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Guillermo Guzman


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