En una madura teoría revolucionaria junto a una firme práctica nos jugamos a Rosalinda

Regresó el comandante y a la emoción hemos de añadir la conciencia

Hablando claro, no haber logrado aún en nuestro pueblo el salto cualitativo de la mentalidad de transacción fruto de la ideología capitalista a la conciencia del deber social, hace depender a la Revolución de la Esperanza de torneos electorales en los cuales la banalización de los valores más profundamente humanos, la frivolización individualista o la venta de un candidato convertido en producto comercial es la trampa preferida del capitalismo. Así, el proceso revolucionario se coloca en bandeja de plata –como la cabeza de Juan el Bautista- para ser cercenado por la maquinaria propagandista manipuladora del capitalismo. La Revolución no puede depender sólo de la emoción.

Estamos en Revolución y debemos asumir con conciencia esta realidad y todas sus consecuencias. El capitalismo es un sistema que impide que las poderosas fuerzas productivas de proletarios y campesinos puedan satisfacer las necesidades humanas con holgura. Un sistema fatalmente condenado a prodigar hambre, miseria e incluso a acabar con la Tierra tiene que desaparecer y ser sustituido por un sistema basado en la propiedad social de los medios de producción y –por tanto- en la producción, distribución y consumo de bienes en función de las necesidades sociales. El Socialismo representa la esperanza de un mundo de igualdad, de paz y de justicia. El capitalismo representa hoy la muerte y la putrefacción del viejo sistema, tal y como nos señala Ortega y Gasset al referirse a la putrefacta clase feudal cuando debió dar paso al dominio de la burguesía: “…de verdaderamente aristocrático sólo quedaba en aquellos pobres seres la gracia con que recibían en su cuello la visita de la guillotina; la aceptaban como el tumor acepta el bisturí”

Algunas veces son las fuerzas productivas sometidas a la camisa de fuerza del sistema caduco las que rompen con el viejo sistema, así lo previó Carlos Marx. En otras el enfrentamiento no es necesariamente determinado por el surgimiento de nuevas fuerzas productivas sino por una elevación del horizonte social de los excluidos. Hoy, en la Venezuela bolivariana, se está desarrollando un proceso de este tipo sin que deba esperarse a que se extremen las contradicciones. No somos los primeros, ahí están los ejemplos de la Rusia medieval o nuestra querida Cuba agraria monoproductora de mitad del siglo XX. El pueblo venezolano -como me decía una señora muy pobre- ha aprendido que ser venezolana sirve para algo. Estos once años de conquistas sociales han producido un cambio. El pueblo ha dejado de ser dócil y reclama igualdad, justicia y equidad y quien no descubra la significación revolucionaria de este acontecimiento está condenado a un dramático y trágico destino.

Nuestro tiempo actual se caracteriza por la arrolladora sublevación del horizonte social del pueblo, como diría Ortega y Gasset: “imponente, indomable y equívoco como todo destino. ¿Adónde nos lleva? ¿Es un mal absoluto o un bien posible? ¡Ahí está, colosal como un gigante, cósmico signo de interrogación, el cual tiene siempre una forma equívoca, con algo, en efecto, de guillotina o de horca, pero también con algo que quisiera ser un arco triunfal!” Estamos pues frente a un pueblo que ha descubierto que, por el sólo hecho de ser venezolano tiene derechos y que para alcanzarlos no requiere de ninguna calificación especial étnica, social, cultural o económica e incluso retributiva. Chávez ha despertado como nadie lo hizo antes el sentido de derechos sociales, económicos o políticos de nuestra gente. Haber desarrollado este sentido sin que lo acompañe la correspondiente conciencia de clase es un logro pero también entraña un grave peligro.

¿Qué hará la clase dominante ante este hecho?, ¿qué haremos los cuadros, servidores públicos y en general las y los revolucionarios ante este desafío? De su respuesta dependerá que el destino esté signado por la guillotina o un arco del triunfo. En cuanto a los burgueses, si acogemos los signos de sus últimos movimientos, su ceguera cósmica los conduce violenta y torpemente, al enfrentamiento y con él al caos. No parece haber entre esta clase burguesa floja, torpe y rentista nadie que imponga algo de raciocinio. Como niños enrabietados que prefieren romper el juguete a compartirlo se desplazan ciegamente hacia la guillotina. Del lado revolucionario deberíamos saber que en el éxito –así sea medianamente aceptable- de las Grandes Misiones (Agraria, Vivienda, Trabajo, etc.) está el futuro de la Revolución. Los venezolanos hemos sido originales y precursores en otros momentos de la historia. Quizás, si hacemos un supremo esfuerzo de comunicación y discusión podríamos protagonizar otra originalidad más. En este caso, el cambio de unas estructuras excluyentes, caducas y superadas por otras signadas por el respeto, la equidad y la inclusión sin la necesidad de más dolores.

Las cartas están echadas. De un lado un pueblo en el estado psicológico de sentirse amo, dueño y señor de su destino y del otro, una clase aferrada a unos privilegios que de a poco se convierten en pesadas piedras que los arrastran hasta el fondo del pozo de la historia. La suerte está echada. De la emoción hemos de pasar a la eficacia y el compromiso firme con los objetivos revolucionarios. De no hacerlo, la ausencia –falla nuestra- de esa conciencia de clase imprescindible para protagonizar los cambios podría convertir a ese mismo pueblo en nuestros principal crítico y verdugo.

Hay que trabajar en ambos objetivos. Hay que hacerlo y hacerlo ya. La humanidad entera tiene puesta su esperanza en este último intento. No tenemos opción. Conocedor de la capacidad de mucha de nuestra gente cuando se lo propone, me atrevo a decir –a gritar más bien- ¡VENCEREMOS!

¡Con Chávez más resteaos que nunca!

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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