Se dispararon más de cuatro millones de balas, sobre todo militares...

No olvidar

Teníamos meses sin café, sin azúcar, sin harina “pan”, sin arroz. En Quinta Crespo ni de broma se conseguía jabón, aceite o leche en polvo. El gobierno y los empresarios atribuían el desabastecimiento a las “compras nerviosas”.

¿De quién, si nadie tenía?
Menos de un mes antes, había tenido lugar el “acto de coronación” del nuevo presidente; estilo “imperial” : fastos y orgías, para más de seis mil invitados, muchos viniendo de afuera. A mediados de mes, había tenido lugar, en el mismo escenario de escasez general, la boda fastuosísima de una hija de la “jai” empresarial.

Todos pudimos ver el lujo y el derroche, contrastando con la inmensa necesidad en el ambiente.

Enese contexto, el nuevo presidente presentó, casi en secreto, un conjunto de medidas económicas gravemente anti-sociales:
“la única salida posible” (¿para quién?).

Vino, el lunes 27, el momento de la verdad. El inicio de la aplicación del desconocido “paquete”.

El aumento escandaloso del pasaje en rutas cortas o largas.Alas 5 am, ya se quemaban, en la rabia popular, los primeros yises y busetas. Al mediodía, casi no quedaba abastos o bodega sin saquear. Por la noche, entre la alegría del mercadito gratuito y la euforia por haber “ganado por lo menos una”, la cena compartida en la escalera ocho del barrio, incluía jamón serrano y “champán” :
¡primera y única vez!..

No duraría la euforia. El ministro de la Defensa recién estrenado obligó al pueblo, en una salvaje represión, a “pagar con sangre” su robo y su rabia.

Se dispararon más de cuatro millones de balas, sobre todo militares. Porque el objetivo no fue controlar la situación, sino aterrorizar. No fue un acto de disuasión dirigido al propio pueblo, sino una acción punitiva, con la pena de muerte para miles de pobres; para que todos se dieran cuenta: no iban a ganar “ni una” siquiera. Que nadie nunca más volviera a “comprar sin pagar”.

Sí, de este 27-F 1989, el pueblo aprendió; no tanto sobre lo “propio” y lo “ajeno”, sino sobre el Estado: no era suyo. Más bien pertenecía a otros, dispuestos a defender lo suyo hasta la muerte ajena. Los pobres debían seguir siendo vencidos toda la vida. ¿Cristiana mortificación?
Para nada.

Nunca vamos a repetir este pasado.

Sacerdote de Petare






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Bruno Renaud*


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