Filosofía i Civilización

La Honestidad ¿Virtud o imitación?

“La honestidad siempre anda

 acompañada de la vergüenza,

 y la vergüenza con la honestidad”

 Cervantes

El  talento superior, es el talento moral”

 José Ingenieros

 Una voz amiga, de esas que saben poner un énfasis especial en lo que anhelan, me recomendó escribir menos de la temática política sin fondo intelectual, sin verdades que tratar o sin razones que analizar con criterio filosófico o científico; pero me sugirió un tema sumamente difícil en el mundo de hoi, tan alejado de lo podría haber sido una creación de Dios.  Me dijo, habla o mejor, escribe sombre la honestidad, si es que todavía alcanzamos a considerarla una virtud, i si es posible que el hombre tenga realmente virtudes.

 Por ello, como no me gusta referirme a términos importantes, como dando por sabido que todos comprendemos lo mismo, considero necesario precisar qué entiendo por virtudes (¿o valores?) i entre ellas, si la honestidad es una virtud, o como dice José Ingenieros, es una imitación. I es porque como veremos, tanto el concepto tradicional filosófico cartesiano, como la idea cristiana de ser algo prescripto por Dios o por la Iglesia, para enfrentar por ejemplo la pasión de la envidia, las tenemos que dejar a un lado. De todo esto nos queda solamente como admisible i válido que, debe entenderse como lo relacionado con el hombre individual, lo que le conviene así mismo i se llama propiamente lo honesto, sobre todo a lo que concierne a la dignidad personal, i en relación a los demás hombres, toma el nombre de justo. I aún así, con estos matices filosóficos, la expresión de lo honesto i la dignidad, así como las distinciones entre lo útil i lo honesto, han caído en desuso, tenida como restricción, para considerar la idea de honestidad, como probidad. El hombre o la mujer son, pues, honestos o probos. Dejémoslo aquí, provisionalmente, i vamos al concepto de virtud.                                                             

 La virtud, en un sentido mui general o material, es la propiedad de poder físico o moral, o que participa de ambos, i considerada como la razón de ser de los efectos que produce i está en el todo, así como una viruta de o cada piecezuela de un imán es semejante a la que está en todo. Virtud, además, que debe conservarse siempre para vivir conforme a la razón de ese esfuerzo primordial. Sin embargo, nos interesa en esto de la honestidad o la dignidad del hombre, desde el punto de vista moral o ético, como la disposición permanente de cumplir siempre una clase determinada de actos morales, que para Malebranche, por ejemplo es “el amor al orden no es solamente la principal de las virtudes, morales, sino que es la única virtud”. En otras palabras, es la virtud madre, fundamental, universal, la única que hace virtuosos los hábitos, las acciones o las disposiciones de los hombres, i que en Aristóteles vamos a encontrar como la prudencia, aunque distinta de la sabiduría, cuando concierne a la vida práctica i no al conocimiento o la contemplación (por ejemplo, la contemplación estética que inspira al artista). De manera que un estado de cosas puede existir, sin la inteligencia de su razón de ser. Luego pensadores como  Voltaire o Stendhal, la palabra virtud, solamente le reconocen al término un valor social, i no en el sentido especulativo que hacen las religiones, pues como creía Spinoza, la beatitud no es la recompensa, sino la virtud misma. I en lo social, la virtud no consiste en ser bueno para sí, sino bueno para los demás. Por eso el gran Inmanuel Kant –aun con el paso de los siglos seguirá siendo así−  la aproxima al mérito, i la opone a la santidad i más cerca del término valor de la literatura clásica, i para Montesquieu “la virtud política es un renunciamiento a sí mismo” aunque como expone en Esprit des Lois, es siempre una cosa muy penosa. Por eso en esa obra, al comienzo i entre las advertencias fundamentales, Monstesquieu dice  “Que lo que llamo virtud en la república es el amor a la patria, es decir, el amor a la igualdad”.  “No se trata de una virtud moral ni tampoco de una moral religiosa”. I más adelante insiste en que “En la mayor parte de los lugares en los que me he servido de la palabra virtud, he puesto virtud política”

 Empero, perdónenme el anacronismo que bien me suena, no quiero extenderme más en estos puntos de lo honesto o probo i la virtud, para seguir tratando de la honestidad, especialmente de los hombres que hacen vida pública, vida política i necesitan en todo momento de la verdad, aunque dejo claro a lo que me refiero o uso como herramientas del lenguaje.

 Como me cuesta hablar de una determinada característica humana, diferente de lo puramente animal, al tratar de la honestidad, de lo moral o más superior, de lo ético, no puedo olvidar de dónde parte, para mi criterio formado en una escuela de filosofía, de que lo ético, según George E. Moore compañero i discípulo de Russell, quién para iniciar el estudio de lo ético comienza por tratar de definir lo que es bueno, i dice que como adjetivo, bueno es bueno i se acabó; pero si digo, lo bueno, ya lo sustantivizo −ya no es adjetivo sino sustantivo− i entonces le puedo agregar atributos, que me permitirán más adelante hacer juicios éticos. I como en la persona honesta queremos ver algo elevado, con Shakespeare es factible pensar ¿Puede, acaso, la hermosura tener mejor compañera que la honestidad? Para luego, en la vida práctica o común i siguiendo las meditaciones de Séneca ¿Por qué no juzgar que el mejor medio de alcanzar una vida feliz, es esta persuasión de que sólo es bueno lo que es honesto?

 Por esto recurro a una recomendación que desde hace más de tres o cuatro décadas he hecho a muchos jóvenes, (tanto en mis clases en Medicina como en Filosofía o en Arte)  la de leer para ver cómo se comporta el hombre en la sociedad,  La isla de los pingüinos de Anatole France, i en lo individual, para solidificar la dignidad, leer la conocida obra del médico i filósofo argentino José Ingenieros, El Hombre Mediocre, que conjuntamente con Por qué no soy cristiano de Russell, constituye una trilogía de pensamientos o ideas que nos alejan de la mediocridad i hermosean el alma con la honestidad, como virtud i como valor en la existencia. Así, a los políticos sobre todo, a estos que en el convulsionado mundo de hoi, injusto a todas luces por el “mal inglés” i el imperialismo maldito del norte, deberían pensar con Ingenieros que “Ser digno significa no pedir lo que se merece, ni aceptar lo inmerecido” cuando sin sentir el sida de la mediocridad, la vida política es para buscar donde ubicarse  en un cargo, se tengan o no capacidades para desempeñarlo, con el fin de obtener privilegios o robar, sin pensar en los otros. Este autor, Ingenieros, es un escritor sentencioso, i verán cómo se les graban muchas de sus acertadas ideas, por ejemplo, aquello de “todo lo que tenga por precio una partícula de honor, es caro”. La persona digna, que profesa la honestidad no como una imitación, sino como una virtud originaria, debe estar convencido de que la igualdad ante la lei, como explican varios autores i entre ellos Ingenieros, no implica una equivalencia de aptitudes; cuando se predica como imprescindible en el socialismo la igualdad, no quiere decir que todos somos iguales, pues hasta nuestras huellas digitales nos lo confirman: biológicamente o socialmente en cuanto a bienes materiales o conocimientos, no somos iguales, pero sí lo debemos ser, absolutamente iguales, ante la lei i la justicia.

 Igualmente, dos sentencias bellas i firmes de José Ingenieros son aquellas en referencias a los ideales que señalan caminos de la vida. “Tener un ideal −dice− es un crimen que no perdonan las mediocracias”, pese a que él mismo pregona que “La tolerancia de los ideales ajenos, es virtud suprema de los que piensan”. I son muchas las veces que he dicho i escrito: ¿es que los hombres de la oposición antipatriótica, piensan? Creo que son pocos i entre esos pocos, escasísimos lo que poseen ideas. El mismo autor que comienzo hace estas disquisiciones: “Por la virtud, nunca por la honestidad, se miden los valores de la aristocracia moral” o sean las oligarquías del dinero del mundo de hoi. Esto lo lleva a decir que la honestidad es una imitación y la virtud una originalidad como antes expuse, para concluir que “sólo los virtuosos poseen talento moral”. Esa es una enfermedad crónica en muchos políticos o, mejor, politiqueros, hasta en el exterior, uno de los cuales es un ex jefe de gobierno español, como el señor Aznar, a quien le es aplicable lo que se dijo de Sancho Panza cuando ofendió o discutió con su amo Don Quijote: “Asno eres y asno has de ser y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida”. Dicen que Sancho lloró, hasta convencerse de que para serlo, faltábale sólo la cola”. Tal parece que la cola ha venido a ser Rodríguez Zapatero, en una España deteriorada socialmente,  pero se complace en ofender a la patria de Simón Bolívar, mucho más libre i feliz.

 Por lo demás, la honestidad como valor o como virtud, debe estar al lado del talento, por lo cual Ingenieros concluye: “El talento superior, es el talento moral”, i encuentro estas candencias en la conciencia, en versos de Mario Benedetti:

“La conciencia más conciencia

es la que instala en el cerebro

y allí ordena prohíbe festeja

y hasta recorre interminablemente

los archipiélagos del alma

robertojjm@hotmail.com



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Roberto Jiménez Maggiolo


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