El 23 de enero y la OTAN (IV)

La Venezuela de Pérez Jiménez se condensa, simbólicamente, en las dos torres de El Silencio, situadas en el centro de Caracas y que eran en aquella década de los cincuenta, las mayores de América Latina. Centra esta especie de sagrario del perezjimenismo constructor, la plaza techada «Diego Ibarra», centrada a su vez por un mural de César Rengifo, pintor y dramaturgo comunista, dedicado al mito de Hamalivaca, en el que se muestran, evocan y citan los caminos del agua, que existieron y se activaron en tiempos de los indios. Equivalente función simbólica tiene la estatua de María Lionza, del escultor Colina, que se colocó frente a la Universidad Central de Venezuela. Gruesa, realizada en tosco cemento, en contacto diario y físico con los habitantes automovilizados de Caracas, es la versión indígena y original de la diosa, la Yara cabalgante de una danta, el animal que igual avanza por la selva que por el agua. La versión francesa o española de María Leonza es el retrato de Eugenia de Montijo en su trono, reproducido en millones de cromos ante los cuales se prenden velas y se colocan ofrendas esperando milagros.

Masónicamente, las dos torres gemelas de El Silencio son las puertas del cielo, un motivo que se repite en el gran monumento de Los Próceres, ubicado en el paseo del mismo nombre, que conduce a la Escuela Militar y también está decorado con obras de Rengifo, para el caso esculturas que narran escenas de patria. No por casualidad, Oscar Niemeyer ha construido dos torres iguales -el edificio del Congreso- para protagonizar el paisaje de Brasilia, llamada a ser la capital de América Latina.

Secretos de un derrocamiento

Volviendo al tema de la invasión a la Guyana que preparaba, explicó el ex-dictador al autor de estas notas:

«—En Guayana Británica había un estado de opinión muy favorable a la intervención que preparábamos. ¿Usted sabe cómo se había obtenido? Con películas. La gente se paraba a aplaudir en los cines de Georgetown cuando pasaban un noticiero con los adelantos de Venezuela, las carreteras, las represas. Era todo lo que ellos querían y no les daba Inglaterra».

Pero no todo es tan triunfal como aparenta Pérez Jiménez. Circulan en Caracas, clandestinamente, ejemplares del libro Venezuela, política y petróleo, de Rómulo Betancourt, buida denuncia del régimen perezjimenista. La Seguridad Nacional hace allanamientos, buscándolo y buscando a los desconocidos que forman una Junta Patriótica de la cual se habla como gran coordinación conspirativa. Expresa la unidad del antiperezjimenismo, federando comunistas con adecos y hombres de Copei y URD. No saben que quien la preside es Fabricio Ojeda, joven periodista que frecuentemente entrevista al propio Pérez Jiménez para El Nacional.

En los altos círculos se sabe que el general Eleazar López Contreras se ha instalado en Nueva York, en actitud de improbación del gobierno. Y Eugenio Mendoza, el hombre más rico del país, que era gran socio de los planes de siderurgia de la dictadura, también ha salido discretamente de Venezuela y en el restaurante de un lujoso hotel neoyorquino remata las acciones de dichas empresas por un mínimo porcentaje de su valor nominal, diciendo con el unívoco lenguaje del dinero que valora en nada el futuro de Pérez Jiménez y de sus planes.

Llega la Semana de la Patria de 1957. Miguel Acosta Saignes y Mariano Picón Salas desfilaron ante la tribuna presidencial. En ella, al lado de Pérez Jiménez, figuraba Alfredo Stroessner, alemán de nacimiento, dictador entrante de Paraguay. Era julio. Leonardo Altuve Carrillo continuaba su embajada en Brasil. Un delegado de Itamarati, la Cancillería brasileña, lo visitó para pedirle que renunciara a combinar al presidente Kubitschek en los planes de invasión a Guayana Británica. Da a entender que hay cosas que vienen de antes de Kubitschek y continuarán cuando éste haya desaparecido.

—Había advertencia y quizá amenaza en las palabras de aquel hombre —explicó Altuve—. Unos seis años antes un funcionario de la Cancillería brasileña de apellido Fontoura había denunciado tratos de Getulio Vargas —presidente y dictador, tremendamente popular, nacionalista, que todavía aparece en las canciones de rockola y en la literatura de cordel— con el general Perón. Tratos secretos, tan incómodos que su revelación condujo a Getulio al suicidio. Itamarati ha sido una embajada británica eficaz y decisiva en el manejo de América Latina, viene de la época en que Brasil era una colonia de Portugal, que es un enclave inglés en la península española. En aquel momento a Itamarati le tocaba preservar a la Guayana inglesa, lo que significaba salvar a la OTAN, la organización militar británico norteamericana de poder mundial que, debe recordarse, estaba en crisis a causa de no haber apoyado los Estados Unidos a Inglaterra en la crisis de Suez. Pérez Jiménez y Kubistchek se proponían aprovechar la crisis de la OTAN para recuperar el Esequibo. Con aire de entusiasta y generoso progresismo, el presidente brasilero proclamaba su plan de grandeza brasileña con el nombre de Operación Panamericana. Entonces se decidió en Caracas violentar el compromiso de elecciones programadas para 1957.

Las elecciones no eran sólo un compromiso constitucional. Henry Finch Holland, subsecretario de Estado para asuntos latinoamericanos había viajado a Venezuela con encargo de Eisenhower de convencer a Pérez Jiménez de hacerlas. Era perfecto para el rol de mediador, por su cargo, por ser muy cercano a Eisenhower y a la vez apoyador impenitente de Pérez Jiménez.

«Hágalas, general. Amañadas, pero elecciones», le pide el americano, sentados en sendas piedras de las obras de la represa del Guárico, cuya inauguración fue el pretexto para el viaje. Pérez Jiménez le mandó a decir a Eisenhower que sí, pero consultó a los oficiales jefes de Fuerza, que exigieron la continuidad del gobierno por cinco años. Deciden dar a las elecciones la forma de un plebiscito. Fue una idea del ministro de Relaciones Interiores, Laureano Vallenilla. Hartas veces había hecho elecciones trucadas el general Gómez teniendo de ministro al padre de Vallenilla y «Laureanito» conocía bien el asunto. El plebiscito fue un farsa, el general Pérez Jiménez «triunfa» por amplia ventaja en una noche caracterizada por el transporte de urnas electorales para ser cambiadas por otras. Continuará.

lmanrique27@yahoo.es.



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