Un mensaje a la jerarquía católica y a la clase media venezolana

Hermano, compatriota de esto que llaman clase media: Que no apoyes el proceso de cambios que tiene lugar en nuestra patria, no tiene fundamentos lógicos pero en todo caso es algo a lo que tienes derecho. Que esa aversión tenga su origen en la manipulación y la mentira propagada por unos cuantos mercaderes de la miseria y unos medios de desinformación, desdice mucho de tu condición de persona con estudios. Lo menos que podríamos esperar de un profesional o una profesional es un cierto grado de rigor en el análisis. Asumiendo que en una importante mayoría somos cristianos, este mensaje guarda el caro deseo de llamarte a la reflexión, al análisis y al encuentro con la verdad, esa misma que nos hace libres, y con ello salvar la patria entre todos.

Desde que existe la propiedad privada y la organización social dividida en clases, personas pobres –entendiendo por ello a las personas que se encuentran en situación de minusvalía y que no tienen más capital que su fuerza de trabajo convertida en mercancía- los hemos tenido siempre, por lo que confrontado con la afirmación bíblica de que “al principio no era así”, se puede colegir que, la situación de pobreza y riqueza que separa a los hombres y condiciona gravemente la justicia al condenar a unos –los más- a no tener oportunidades y premiar a otros –los menos- a disponer de ellas a su antojo, es consecuencia del pecado y el pecado realmente original y a colores es la explotación del hermano por el hermano, la apropiación de su derecho a la vida y la negación –por voluntad humana- a una existencia digna.

El pecado es, en su forma más simple, desobediencia a Dios. Es ir contra su voluntad, dando vida a la antigua oferta de Satanás -“y seréis como dioses”-, para así imponer la voluntad del hombre. La pobreza es pues, una consecuencia de la conducta humana y no la voluntad de Dios. Es cierto, que debido a las diferencias naturales entre los hombres siempre habrá unos más talentosos que otros, y unos dotados de unas habilidades naturales para ciertas cosas definitivamente superiores a otros, pero eso no es óbice para justificar, y ni siquiera explicar, las espantosas diferencias que existen entre unos hombres y otros. Esas asimetrías, insisto, no son consecuencia de esas diferencias naturales, sino de la pérdida del valor más estrictamente humano, como es el amor y todos sus hermosos frutos: la solidaridad, la misericordia, el perdón, la generosidad, el sacrificio, etc.

La vida natural cotidiana referida a los meros lazos de la sangre así nos lo enseña. No existe una familia en la que se distribuya la comida, los cuidados básicos o el trato, en función de odiosas diferencias físicas, intelectuales o formales de cualquier tipo entre unos miembros de la familia y otros. Al contrario, la característica más marcadamente humana, es la preferencia, -en cualquier familia- a brindar mayor cuidado y hasta mimo a los más débiles o enfermos.

En esos casos tan cotidianos la naturaleza funciona muy bien y con altísimos valores éticos. ¿Por qué entonces no se tiene similar conducta cuando se trata del prójimo? La respuesta surge clara y desafiante: Porque no se les concibe como prójimo, como hermano hijo de un mismo padre. Porque no son de los nuestros. Porque los reductos carcelarios a los que el pecado nos somete, no nos deja ver con claridad la dimensión fraterna de la humanidad. Para un cristiano esta reflexión es ineludible: ¿Cómo verá Dios el espantoso espectáculo de indiferencia, soberbia y egoísmo que damos cada día ante la situación de miles de millones de sus hijos sufriendo hambre y opresión? Debe ser muy doloroso, para su corazón de Padre de todos, -así lo llamamos- la conducta de sus hijos. Cómo deben repugnarle nuestros cultos, oraciones y posturas tan reñidas en la práctica con su voluntad y deseo: La justicia y el amor entre sus hijos.

Calderón de la Barca en el Gran Teatro del Mundo, plasma en algunos versos la situación sicológica del pobre cuyo clamor llega hasta el Padre clamando por justicia. Al repartirle el Autor el papel de pobre, replica éste:

“¿Por qué tengo yo que hacer
el pobre de esta comedia?
¿Para mí ha de ser tragedia
y para los otros no?

Es mi papel de aflicción,
es la angustia, es la miseria,
la tristeza, la laceria,
la desdicha, la pasión,
el dolor, la compasión,
el suspirar, el gemir,
el padecer, el sentir,
importunar y rogar,
el nunca tener que dar,
el siempre haber de pedir"[i]

Hemos de hacerle saber a este pobre que el autor de la comedia no es Dios, sino el hombre que lo explota, y con él, los autores somos todos los hombres, unos por esclavizar y otros por permitirlo. Es desafío insoslayable para el cristiano esta situación de sordera y dureza de corazón. Otro autor (Pérez Esclarín) más contemporáneo, nos deja otras páginas de alarma que deben concienciar al hombre:

“Dices que quieres saber de mí. La verdad que no se como me encuentro. Mi vida es noches y soles. Zarandeando por ratos de optimismo y negruras lentas, preñadas de soledad. Como las olas, en continuo altibajo que se estrella y vuelve a nacer de su propia muerte. Me invaden con frecuencia el cansancio y el desánimo. Me parece que no estoy haciendo nada. La miseria no se tapa ni con palabras ni con buenos deseos. Me podrás decir que tenga más fe y paciencia. Esperar una luz de un horizonte negro. Pero esto es heroico y, peor, tampoco resuelve nada”[ii]

No se puede poner en duda que, así como el clamor de su pueblo llegó hasta Él y constituyó a Moisés en su instrumento para salvarlo de la iniquidad de la esclavitud en Egipto, porque el valor de ese pueblo era precioso para Él, del mismo modo y más alto aún, clama el pueblo de la Nueva Alianza, a Dios Padre, este hombre de nuestros tiempos por cuya liberación y salvación entregó a su propio hijo Jesucristo. Y ese clamor no cesará hasta que brille la justicia como la aurora delante de todos los hombres.

Para un hombre de buena voluntad es insoportable la realidad lacerante que presenta la humanidad, es un desafío insoslayable a toda interpretación de la naturaleza propia de cualquier civilización humanista. ¿Cómo puede justificarse que, en momentos en los cuales el hombre ha alcanzado niveles de productividad impensables y fabulosos, las asimetrías sociales en el orden global alcancen cifras tales que dos terceras partes de los seres humanos estén condenados a la muerte o degradación por hambre?. Todo intento de buena fe por establecer mecanismos de equidad en nuestras sociedades sólo puede recibir el más comprometido y caluroso respaldo de las grandes mayorías.

Esto resulta especialmente cierto para las capas medias de la población, precisamente porque están formadas por personas que han respondido –a veces heroicamente- a las pocas oportunidades que la vida les ha brindado. Nuestras capas medias no están formadas generalmente, por miembros de una especie de nobleza venida a menos, sino que, como norma la formamos aquellos que fuimos capaces de empinarnos sobre la dureza de las condiciones económicas y sociales de origen, hasta obtener algunos resultados fruto de una vida dedicada al estudio y al trabajo con constancia y firmeza.

También es necesario reivindicar el papel sacrificado que en estas pequeñas conquistas tuvieron nuestros padres o mayores y su ejemplo enaltecedor. ¿Podemos ignorar acaso, el hecho de miríadas de niños y niñas a los cuales les es negado todo, y en muchos casos, hasta ese ejemplo familiar de vida honesta y equilibrada fuente de todos los valores?, ¿Podemos ser indiferentes ante las condiciones desgarradoras en las cuales crecen nuestros niños? Con la mano en el corazón y la mirada puesta en el Dios Padre bueno de todos, no podemos. No podemos, salvo que el endurecimiento y la indiferencia inyectada por la subcultura del consumo y la competitividad capitalista hayan alcanzado tan graves cotas en la degradación de nuestro juicio ético.

Sin embargo, pareciera que eso está ocurriendo. Pasé horas observando con un fuerte nudo en la garganta a decenas de jóvenes en centros comerciales sin más espacio en su corazón que ellos mismos ¿Cómo hemos permitido que este bombardeo mediático absolutamente tóxico haya afectado a tal punto a los sectores jóvenes de nuestras capas medias?, sin duda que habremos de responder ante Dios por este crimen de lesa humanidad. ¿Cómo hemos tolerado que durante años, miserables gigantes en dinero y liliputienses en lo humano, hayan grosera, falaz e impunemente, inoculado tanto desprecio e indiferencia por el prójimo?

Algún día, las capas medias  (profesionales, técnicos e intelectuales)  de nuestra generación habrán de construir su propio muro de los lamentos donde llorar nuestra torpeza y cobardía y pedir con dolor interminable perdón a Dios. Cuando hallemos el valor de mirarnos con espíritu de conversión y arrepentimiento, veremos como  tantos instrumentos manipulados y vergonzantes del ayer, adquirirán nueva dimensión ante nuestra propia miseria. A otros más emblemáticos, al menos, quizás les quedó el consuelo de haber sido engañados por verdaderos gigantes de la manipulación: Hitler, Goebbels, Mussolini, Franco, etc., pero, ¿cuáles serán los nombres que reivindiquen la autoría de nuestro engaño? ¿Acaso, Granier, Ravell, Miguel Henrique, Mata y sus peones Macky, Leopoldo Castillo, Antonetti, Carla Angola o Giusti?, ¡¡¡ Qué vergüenza ¡!!.

Pero, nunca es tarde cuando la dicha es buena, tenemos la oportunidad de recuperar nuestra capacidad crítica. ¿Contra que dictadura o régimen totalitario están peleando? ¿Dónde están los presos realmente políticos?, ¿Dónde está la censura y la opresión?, ¿Dónde están los medios cerrados o los periodistas encarcelados por ejercer su libertad de expresión?, ¿Dónde están las cadenas que impiden a nuestros empresarios trabajar e invertir?, ¿Dónde están las prohibiciones de huelga o la suspensión de garantías constitucionales?, ¿Será acaso en esa maravilla tan adversada, negada, utilizada e incomprendida, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela?, porque, si es allí, -y no hay otro lugar- sería bueno que la ojeásemos, al menos, puedo garantizarles -como lo he hecho con cientos de estudiantes totalmente manipulados e indispuestos- que después de leída y razonada el único sentimiento posible es del inmenso orgullo, amor y profundo respeto por el Proyecto de País allí descrito y contemplado. Si algo así –libres de prejuicios hicieran- encontrarían el más hermoso de los caminos para sus inquietudes y aspiraciones más humanas en la construcción de un mundo nuevo.

No es posible que nos duelan los derechos sociales alcanzados por la familia, o los derechos de toda índole garantizados para el bien y la justicia en el trato con nuestros millones de niños y niñas, ancianos y ancianas, hombres y mujeres eternamente excluidos y al margen de toda oportunidad, hoy reivindicados por el gobierno bolivariano. No es posible. Las capas medias, buenas y nobles, han sido vulgar, grosera y diabólicamente manipuladas por unos empresarios inescrupulosos y unos medios cuyo poder ha sido fatalmente puesto al servicio de los intereses más negros que la historia de la humanidad recuerde.

De allí que debamos convocarnos a una cruzada de salvación de estos sectores, sin los cuales, el cuadro de justicia, progreso, equidad y libertad de la patria bonita estará fatalmente incompleto. Vamos a tocar sus fibras más nobles, vamos a timbrar su espíritu cristiano de justicia y amor, vamos a dedicar el tiempo que sea necesario en demostrar las bondades de este proceso bonito. Estemos atentos a cualquier ejercicio de autocrítica si es necesario, abrámosles campo en el ámbito de nuestra estupenda Constitución, demostrémosles que es de ellos, que es nuestra, que es de todos nosotros y para todos nosotros y empezaremos a ver el despertar de estos hermanos.


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[i] CALDERÓN DE LA BARCA. El Gran Teatro del Mundo. Editorial Mundo. Madrid. 1976. pág. 125

[ii] ANTONIO PÉREZ ESCLARIN. La Gente Vive en el Este. Caracas. Editorial Fuentes. pág. 274

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Martín Guédez


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