La Educación: eje para refundar la República


El proyecto de Revolución Bolivariana se plantea construir un nuevo tipo de sociedad, humanista, centrada en libertad, igualdad y justicia social. Es un esfuerzo por lograr la ansiada meta de tener un país verdaderamente soberano, que sólo será posible si se desarrolla el gran potencial creador de los habitantes de nuestro pueblo. Estos postulados los encontramos claramente consagrados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. De esa manera nuestra Carta Magna trasciende más allá de ser un texto meramente normativo para presentarse como el programa de todo el pueblo en su lucha titánica por construir, de manera decidida, la patria que queremos, como lo demostró claramente el pasado 11 de abril cuando pulverizó el golpe de estado de los sectores más reaccionarios de la vieja política y de la oligarquía criolla.

En sus principios fundamentales, específicamente en el artículo 2, la Constitución establece que “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia…”, y esto es la médula del programa popular, el cual debe ser asumido e internalizado por cada uno de los ciudadanos y ciudadanas para garantizar con la participación protagónica su fiel cumplimiento. Asumir la soberanía es una verdadera revolución en el rol de los ciudadanos y ciudadanas, porque en el nuevo Estado que debemos construir la administración pública (como se expresa en el artículo 141) debe estar al servicio de los intereses de la sociedad en una relación de corresponsabilidad, en otras palabras, el gobierno tiene unas funciones y responsabilidades específicas, y los ciudadanos y ciudadanas tienen unos derechos y unos deberes que cumplir en los asuntos públicos, en síntesis, todos los venezolanos somos el Estado.

¿Cómo cumplir con nuestro nuevo papel de ciudadano? Esto es el reto que tenemos por delante y que debemos aclarar y perfeccionar constantemente debido a lo inédito de nuestro proceso revolucionario. Si cometemos el error de observarlo de manera simplista, concluiremos que será muy difícil, sino imposible, transitar ese camino, debido al largo tiempo vivido con la soberanía secuestrada por las antiguas élites políticas, económicas, religiosas, etc. Es aquí en donde debe jugar un papel fundamental la educación como acción política para que ayude a derribar esa barrera que parece infranqueable.

Si la educación se decide definitivamente a desempeñar cabalmente el papel que el momento histórico le exige debe revisarse; aunque debemos reconocer que se han hecho intentos por orientarla en esa dirección (la Constituyente Educativa y el PEN son ejemplos), pero la práctica escolar sigue siendo igual. No basta con buenas intenciones. No es suficiente tener escuelas dotadas con los últimos adelantos tecnológicos; que los muchachos desayunen, almuercen y merienden, y que nuestros maestros tengan sueldos dignos. Eso es muy importante, es necesario y no espera. Pero también es necesario convencerse, al mismo tiempo, de la urgencia de acoplar con la nueva realidad el contenido de nuestra educación para que pueda cumplir con el cometido esencial de formar ciudadanos y ciudadanas para la refundación de la República, que es el objetivo supremo de nuestra revolución.

Para tener éxito en la construcción de ese contenido es necesario buscar en nuestras raíces, de manera especial en la raíz robinsoniana. Simón Rodríguez se adelantó en su tiempo cuando vio con claridad que para edificar una república y una nueva sociedad era necesario pensar seriamente en un proyecto educativo diferente, original; que eran necesarios hombres nuevos para levantar el nuevo orden social. De allí su desgarrado llamado a la educación para las víctimas más directas del viejo orden colonial. Sobre esta premisa no es aventurado asegurar que en la Venezuela bolivariana el viejo maestro del Libertador tiene mucho que hacer.

Uno de los logros con el que se enorgullecen los dirigentes del puntofijismo adeco-copeyano es el de haber logrado la masificación de la educación (por cierto una verdad a medias, así lo demuestra el hecho que el gobierno de Chávez incorporó a más de un millón niños al sistema escolar), es decir, nos dieron la esperada “Educación Popular”. Si analizamos un poco esta aseveración, podemos llegar fácilmente a conclusiones incómodas para ellos, que les devela el engaño. A pesar de haber incorporado a densos sectores populares al aparato escolar, la educación allí impartida es fundamentalmente antipopular porque va contra los intereses de las mayorías empobrecidas de nuestra patria. Esa es una educación que está concebida para reproducir la estructura de una sociedad injusta (80% de pobreza, corrupción generalizada, falta de democracia, etc.). En tal sentido, es una educación poco exigente, de menguada calidad. Es un lugar común hablar de fraudes (así la llamó el ex ministro de Educación de Caldera, Antonio Luis Cárdenas y su teórico Leonardo Carvajal, aunque ellos fueron verdaderas celestinas), estafas y otros calificativos que innumerables estudiosos le han dado. De sus resultados podemos resaltar (independientemente de la buena voluntad, los sacrificios y los esfuerzos) que unos poquitos del pueblo, sirviéndose de ella, abandonan su situación, desertan de su gente y de su clase social. Esa Educación es entendida como un medio para superarse de manera individual en la sociedad, para asimilarse a ella y reproducirla sin importar lo injusta que sea. Así entendida la educación no nos sirve para los grandes objetivos que se propone la Constitución Bolivariana como proyecto.

Necesitamos una educación para formar los ciudadanos y ciudadanas para la refundación de la República, que rescaten la soberanía popular, que hagan suya la democracia protagónica y la concreten en el proceso de elaboración, planificación, ejecución y evaluación de políticas públicas. Que sean capaces de incorporarse al proceso de vencer el subdesarrollo, la pobreza y la exclusión entre otras tantas herencias del pasado; un ciudadano solidario que mire en el colectivo la posibilidad de desarrollarse plenamente como individuo. En este sentido, la educación debe ser un proceso clarificador y organizador del sueño de país que hemos puesto en marcha, que ayude a nuestro pueblo a construir su identidad y a convertirse en el sujeto histórico de su propio proyecto. En eso Rodríguez era genial, no se cansó nunca de llamar a transformar a la gente de súbditos en ciudadanos, es decir en hombres capaces de crear en la realidad esas repúblicas que habían proclamado y que sólo existían en las constituciones. Nos toca a nosotros asumir ese deber.



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Irán Aguilera Abad


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