Médicina de consultorio Vs. Médicina de ciencia y conciencia

La salud entendida como política pública es el conjunto de esfuerzos para evitar las enfermedades. El cuerpo humano tiene fragilidades en su desenvolvimiento dentro de su medio ambiente: es susceptible a descompensarse por múltiples factores, su contacto con su medio lo pone en riesgo de contagiarse y desarrollar distintas patologías. Por medicina se entiende a la ciencia que desde que vivimos en este planeta se ha avocado al estudio de éstas enfermedades y a desarrollar respuestas para combatirlas.

El mismo desorden de nuestra propia civilización, sus fallas estructurales en relación a la distribución de alimentos y factores de protección ha aumentado en el devenir de los siglos la cantidad de nuestra población susceptible de contraer enfermedades y una escasa posibilidad de atención hacia lo que se llama la clase pobre, que no es otra que la mayoría. Por tanto, la salud y la economía política son dos ciencias que están profundamente ligadas entre si. Capitalismo y salud son la visión que predomina en la sociedad actual: grandes laboratorios que se apropian de la ciencia para desarrollar vacunas y medicamentos y que ha su vez los mercadean, poniéndole precio a un derecho humano inalienable, el derecho a una vida sana. Desde la visión capitalista para estar sano y permanecer saludable se debe tener capacidad de pago. La medicina entonces, con el devenir de esta cultura rentista, se transformó en un nuevo y productivo mercado.

Mil millones de personas viven en pobreza extrema, el hambre, a la que debemos ver entonces como una enfermedad social, pone en riesgo de muerte a estas mil millones de vidas que para vivir precisan de la más elemental de las medicinas: alimento. Los nutrientes que adquirimos por la ingesta de alimentos mantendrían un sistema de defensa en el organismo capaz de proteger a nuestros cuerpos contra tantas amenazas. Estos mil millones de hambrientos producen cada día innumerables enfermos, seres que no podrán entrar a clínicas o consultas, pues sin tener para comer ¿cómo le pagarán a los médicos o como comprarán las “medicinas” que estos laboratorios fabrican para curarlos? Entendemos entonces que la salud es un problema político.

Los graduados por las exquisitas universidades no asumen otra visión que la de la consulta, para ello fueron entrenados, por no decir alienados. Ni asumen tener la culpa de tantos enfermos ni menos la culpa de que ellos no dispongan del metálico para pagarles, terminan aburguesándose y vendiéndoles sus saberes tan solo a las clases pudientes. La salud física y la salud mental están secuestradas, con ellas se trafica y se cobra de manera inhumana, se termina además con la visión de que deben de existir enfermos que les garanticen su propio mercado.

Hacer una revolución pasa obligatoriamente por entender que se debe luchar contra estas estructuras capitalistas. Reestablecer el derecho a la salud como una atención gratuita y oportuna nos obliga a quitarle el poder a esta mafia de doctores, sicólogos y siquiatras que a diario se enriquecen con el sufrimiento social. Este pedestal académico desde el que dominan y nos explotan debe derrumbarse, la consulta privada debe ser cerrada. El criterio de imponerle “horarios” a la salud de igual forma es otra de las barbaridades que se deben corregir. La salud no puede tener horarios puesto que las enfermedades tampoco las tienen. El criterio pequeño burgués del “horario asistencial” bajo el cual estos gremios médicos han logrado, hasta con respaldo legales, trabajar solo seis horas diarias, en procura de su “salud mental” que pareciera ser más importante que la salud de todos, debe cambiarse hacia un horario de trabajo más bien cónsono con la vocación de ayuda que debería mantener la moral de quien se gradúe de médico.

Venezuela lucha en contra de la maquinaria de la salud rentista, la revolución intentó potenciar los hospitales y estos son desvalijados por los mismos profesionales que terminan, en muchos casos, llevándose los equipos que compra el estado para sus clínicas privadas, o en el peor de los casos, destruyendo y sosteniendo un sabotaje constante a las inversiones que hace nuestra revolución, un sistema de salud pública gratuita es un enemigo para sus intereses individuales.

Todos quienes trabajamos en esta área sabemos que cualquiera de estos profesionales trata siempre de “tener” algunas “horas” en la salud pública, la que le importa un bledo y la que usa solo para garantizarse una jubilación para cuando ya no pueda vivir de su consulta. No habrá manera de arreglar esto a no ser de ir sacando de la salud pública a todos estos comerciantes de la salud y llevándolos a sus consultas para que “atiendan” y vivan de los ricos. Hay que darle el poder en la salud a esta enorme y pujante generación de nuevos médicos integrales que se gradúan en la ELAM, médicas y médicos que a diario nos demuestran su condición revolucionaria, dispuestos a trabajas a cualquier hora y cualquier día y en cualquier parte que sean necesarios.

Como me alegrará ver a un MGI (Médico General Integral) como viceministro en la nueva gestión de nuestra Coronela Sader. Hacer la revolución es hacer los cambios que hay que hacer, es quitarle el poder a quienes trabajan para el pasado e imponer la nueva visión del socialismo. Se que más temprano que tarde esto tendrá que suceder pues quienes vivimos el compromiso de darle salud al pueblo, tanto en la salud física como mental, entendemos que vivimos una gran emergencia no solo en Venezuela sino en el mundo, que debemos pagar esta deuda social, de darle salud a todo quien la necesite, de forma gratuita y oportuna, rompiendo con la mentalidad rentista de “doctores” pitiyanquis que no son capaces sino de atender en su consulta privada luego de pasarse el fin de semana en su apartamento playero.

La salud es un problema de ciencia y de conciencia. De convicción y de entrega. Acabemos con la medicina burguesa que se enriquece con el sufrimiento de nuestro pueblo.

¡Medicina socialista ya!

Venceremos.

brachoraul@gmail.com


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Raúl Bracho


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